Las pantallas de plasma y TFT son extraordinariamente delgadas, por lo que se integran perfectamente en cualquier ambiente de las casa. Estas pantallas, que ahora se cuelgan de la pared como si de un cuadro se tratase, han solucionado uno de los mayores inconvenientes de los tubos catódicos: su gran volumen.
Los televisores de plasma pueden alcanzar las 90 pulgadas, aunque su tamaño medio ronda las 40. Una características importante es su escaso grosor, unos 10 centímetros, y su peso relativamente ligero. Además su calidad de imagen ha ido mejorando en cada generación y los últimos modelos presentan una luminosidad uniforme desde el centro hasta los bordes del monitor y un contraste más que aceptable.
La producción de pantallas TFT se reduce a dimensiones más acordes con las necesidades de espacio de la mayoría de los consumidores y son distintas a las de plasma respecto a su precio y tecnología.
Pero no todo son ventajas. Estas nuevas tecnologías poseen algunos inconvenientes derivados especialmente de su juventud. Un ejemplo es su excesivo precio si se compara con los televisores tradicionales. Una televisión de plasma puede rondar de los 6.000 euros. En cuanto a los monitores de televisión TFT, su precio varía en función del tamaño, pero un buen punto de partida serían los 1.000 euros por uno de 17 pulgadas.
Otro inconveniente es la calidad de imagen. Las pantallas de plasma no han terminado de solucionar sus problemas de luminosidad, de tal forma que cuanto más grandes son, menos uniforme se presenta la luz a lo largo de la pantalla. El ángulo de visión también supone un inconveniente: el contraste no suele ser el mismo según desde donde se mire. En cuanto a las pantallas TFT, todavía mantienen defectos como la definición del color o la rapidez de respuesta frente a imágenes rápidas en movimiento. Mención aparte merece la cuestión de las averías: si una celdilla de plasma o un punto de la TFT se estropea, quedará siempre un diminuto punto negro en la pantalla.