En los últimos años, con la crisis económica, han proliferado las casas de empeño y las empresas dedicadas a la compra de oro. Cuando los ingresos de las familias disminuyen y hay que pagar la hipoteca, el transporte, la comida y otros gastos, vender una joya o ceder temporalmente un bien de valor es una de las alternativas para llegar a fin de mes. La mayoría de los negocios de este tipo cumple con la normativa, tasa los productos en la forma debida y da a sus clientes todas las garantías, pero otros aprovechan la necesidad de la gente para ofrecerles condiciones que no respetan la legalidad. Por este motivo, hay que tomar las debidas precauciones y evitar engaños.
«Compro oro», «vende tus joyas». Son voces que se escuchan en el centro de muchas ciudades, mensajes que se leen en octavillas depositadas en las lunas de los coches o repartidas entre los viandantes. El de la compra de oro es uno de los negocios que más se ha extendido con la crisis.
Conviene fotografiar la joya antes de depositarla para evitar que la cambien por otra de menor valor
Pero junto con las empresas legales también han surgido otras menos transparentes, que hacen creer que la alhaja vale menos o cobran intereses que se pueden englobar en la usura. Seguir una serie de pautas puede hacer que la persona interesada en vender o empeñar sus joyas obtenga con ellas el máximo rendimiento.
A menudo, las joyas de las que se desprende quien necesita dinero son herencias familiares u objetos a los que se tiene una estima especial. Con frecuencia, son regalos de personas queridas o alhajas recibidas en un momento importante, como la mayoría de edad, la boda o la pedida. Cuando se empeña algo tan personal, en general, se debe a que no queda más remedio: el dinero es necesario de manera inmediata y lo emocional se relega.
En otras ocasiones, el interesado no tiene ningún aprecio añadido por la prenda, más allá del económico, y es más fácil deshacerse de ella, pero si no es así y desprenderse del objeto supone un esfuerzo sentimental, es mejor sopesar otras opciones.
Cuando la decisión ya está tomada, el siguiente paso es decidir si la joya se venderá o empeñará. En el primer caso, supone deshacerse del bien de manera definitiva, mientras que si se empeña, pasado un tiempo, se puede recuperar. A menudo, se obtiene más dinero por la venta, ya que si se deja una prenda de manera temporal es a cambio de un crédito de menor cuantía y los correspondientes intereses.
Antes de vender o empeñar la joya hay que visitar varios establecimientos para conocer cómo funciona cada uno, qué ofrece y, a ser posible, preguntar su opinión a otras personas que hayan acudido a ellos. En algunas ciudades hay muchísimas empresas que se dedican a comprar oro, por lo que la competencia entre ellas suele ser rentable para el consumidor. No solo hay que tener en cuenta las condiciones económicas, sino también si su funcionamiento es transparente.
Con carácter previo a la venta, es conveniente pesar las joyas en casa. En general, la gente no cuenta con instrumentos de precisión, pero puede bastar con una báscula de cocina digital, que indica con cierta fidelidad el peso de la pieza.
Casi todos los negocios dedicados al empeño o la compra de objetos de valor son honestos, sus balanzas están ponderadas para no pagar de menos y dan a sus clientes el dinero que les corresponde. Pero en algunas ocasiones se han registrado quejas relacionadas con este asunto, por lo que no está de más tomar precauciones adicionales.
También es acertado conocer con aproximación el valor que tiene la joya en función de los quilates -si es de oro- o el tipo de gema que lleve engarzada. Las piedras, salvo que sean diamantes u otros minerales de muy alta calidad, no tienen valor cuando se venden al peso. Si el vendedor conserva la caja donde se vendieron el anillo, los pendientes o el collar, podrá consultar en ella los quilates. También es posible que esta información figure en alguna parte de la alhaja, como en la zona interior de un anillo.
Cuando el valor de la pieza no resida en su peso, sino en el diseño, en la antigüedad o en el tipo de piedra, es mejor consultar en una joyería o en un anticuario cuánto pagarían por el objeto. El importe que puede recibir el vendedor en estos establecimientos será superior al que le ofrezcan en un local de compra de oro.
Este tipo de negocios no tiene en cuenta aspectos como el diseño o el trabajo que lleve la pieza, algo que sí eleva bastante la cuantía que abonarían en una tienda de antigüedades. Lo mismo ocurre si se vende una moneda de otra época: tiene un valor añadido, por lo que es recomendable consultar en lugares especializados o ponerse en contacto con un coleccionista.
Es habitual que quien quiera deshacerse de una alhaja piense que recibirá por ella un importe similar al que pagó. Esto no es así porque lo único que se pondera son el peso y los quilates, ya que su destino es fundirse. Por este motivo, no hay que sentirse engañado cuando en la casa de empeño den al objeto un valor menor, que a menudo no llega ni a la mitad de lo que se abonó en la joyería.
Una de las recomendaciones que dan los expertos antes de empeñar la alhaja es fotografiarla. Esto viene bien incluso si no se quiere vender, ya que en caso de robo el propietario podrá reclamarla con mayor seguridad. Con la fotografía, quien deposita la prenda en una casa de empeño para recuperarla después puede evitar que se la cambien por una similar de menor valor. Esto no ocurre con frecuencia, pero es posible en negocios que no cuenten con todas las garantías.
Si el ciudadano elige ir a un establecimiento privado, debe observar una serie de precauciones. Si bien la mayoría de ellas trabaja bien y respeta los derechos del consumidor, una minoría intenta aprovechar la situación de necesidad de sus clientes.
Uno de los aspectos más importantes al empeñar un objeto es recibir una copia del contrato. Con este documento, el consumidor conoce el valor que se da al bien depositado, las condiciones que ha firmado, cómo y cuándo se puede recuperar la prenda y el tiempo que dura el crédito. Se ha detectado que no todos los negocios lo entregan, por lo que el vendedor debe hacer valer sus derechos y negarse a dejar el bien en el caso de que no le den el contrato. Sin él, el usuario está desprotegido por completo y no podrá reclamar nada.
Tampoco conviene fiarse de las empresas en las que no piden el DNI -es obligatorio para hacer la transacción- o hacen la vista gorda con algunas personas por el simple hecho de que tengan buen aspecto. Es una manera de admitir que también adquieren joyas robadas y, por tanto, no trabajan por completo dentro de la legalidad. Estos establecimientos tienen que enviar cada cierto tiempo a la policía registros de las alhajas que han comprado y, en el caso de que sean robadas, han de devolverlas. Pero muchos aseguran que les compensa porque, al no pedir documentación, tienen un mayor volumen de negocio.
Para no ser engañados, también es aconsejable que la tasación se realice de una manera correcta. Algunas personas no están capacitadas para hacerlo y le dan a la prenda un valor mucho más bajo del que tiene. Esto repercute de forma directa en el dinero que recibirá el depositante, ya sea en forma de crédito o por la venta. En el documento ha de figurar la persona u organismo que ha tasado la alhaja. Este documento debe adjuntarse al resto del contrato.
Si se empeña un objeto, es fundamental conocer los intereses que cobra la entidad y leer con detenimiento el contrato. Además de ser muy superiores a los del monte de piedad, es posible que se expresen por meses y no por un año, con lo que el consumidor contraerá una deuda muy elevada con la casa de empeño, que le será muy complicado saldar. En algunos negocios se practica usura y es un hecho que conviene denunciar.
Una vez tomadas las citadas precauciones, el comprador puede dirigirse al establecimiento para empeñar su objeto de valor. Es el momento de decidir si solicita el dinero en una casa de empeño particular o en un monte de piedad. Estas últimas instituciones cuentan con más de cinco siglos de historia y nacieron para combatir la usura. Hoy en día, están unidas a las cajas de ahorro y carecen de ánimo de lucro, por lo que los intereses que cobran cubren los gastos de funcionamiento.
Los montes de piedad dan a su cliente el dinero que han conseguido de más en la subasta
Cuando el ciudadano deposita sus bienes para el empeño, un tasador calcula el valor que tienen y, en función de este importe, le conceden un crédito de una u otra cuantía. Aquí comienzan las diferencias entre los montes de piedad y las casas de empeño privadas. El crédito concedido por estas es del 60% o el 70% del total, mientras que en los organismos unidos a las cajas de ahorro puede llegar al 80%, e incluso, superar este porcentaje. La única garantía para la devolución del préstamo es la prenda depositada, que perderá el ciudadano si no cumple con sus obligaciones.
Los intereses que cobran los montes de piedad rondan el 5% o el 10%, mientras que en el resto de los establecimientos la cuantía es superior, tanto que en ocasiones se considera usura.
Si el depositario no devuelve el dinero o no recoge la prenda en el tiempo marcado, esta se vende o se subasta. Aquí aparece otra diferencia entre los dos establecimientos. La casa de empeño se queda con el beneficio que obtenga de la venta o de la puja, mientras que el monte de piedad, si consigue más dinero por el bien, una vez cubiertos los gastos generados, le da al cliente el importe restante.