En los últimos años ha aumentado la contratación de asistencia doméstica en los hogares españoles, así lo refleja un crecimiento paulatino y sostenido en las altas de la Seguridad Social en el Régimen Especial, muy evidente sobre todo cuando se produjo la regulación de trabajadores inmigrantes del año 2005. Este trabajo, intensamente feminizado, en el que la mayoría de las empleadas desarrollan tareas de sustitución directa de la mano de obra empleadora, también femenina, ha tomado valor de mercado. No obstante, pese a lo fundamental que resulta el cuidado de niños y personas dependientes u otras muchas tareas destinadas al bienestar de la familia, la sociedad infravalora esta actividad. Las trabajadoras -el 90% son mujeres- se quejan de que este empleo exige una gran implicación personal y profesional que raramente se refleja en su remuneración. Las familias que requieren de los servicios de estas personas insisten en que se ha de establecer una relación de confianza y denuncian que las asistentas “dejan el trabajo de hoy para mañana”. Mientras, el decreto regulador vigente y el Régimen Especial de Servicio Doméstico de la Seguridad Social permiten que más de la mitad del empleo generado por este sector siga siendo sumergido. Pactar las condiciones laborales por escrito buscando la intermediación de organizaciones como Cáritas o la Red Acoge contribuye a formalizar unas mejores y más estables relaciones laborales.
Sector en auge
Varios son los aspectos sociológicos que han hecho aumentar en la última década la demanda de servicio doméstico, entre ellos, la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo; el envejecimiento de la población; las nuevas formas de gestión del tiempo familiar y la importancia del propio ocio, así como una paulatina tendencia a la dispersión geográfica de los miembros de la familia. Así lo refleja la investigación “Informalidad del Empleo y Precariedad Laboral de las Empleadas de Hogar” llevada a cabo por la Universidad de Valencia.
Cada vez es más habitual la contratación de personas para el cuidado de niños y mayores dependientes, labores de limpieza y otras tareas domésticas. Este estudio, fechado en 2004, constata cómo, debido a insuficientes políticas de conciliación y una falta de guarderías y otros servicios sociales públicos y a la carestía de los privados, la contratación de personas que ayudan en casa ha ido extendiéndose progresivamente desde los segmentos sociales más altos hacia las clases medias.
Pero este aumento de la demanda no ha supuesto una revalorización de esta actividad, porque, al mismo tiempo, también ha crecido el número de personas dispuestas a trabajar en este sector. El motivo es muy evidente: la llegada de un elevado contingente de mujeres inmigrantes. Para las extranjeras las tareas del hogar son una oportunidad de empleo segura. De hecho, ya superan en casi toda España el 80% de las empleadas externas del sector y se aproximan al 100% en el caso de las asistentas internas, según todas las fuentes y estudios consultados.
Puede hablarse en femenino. En febrero de 2006, el Régimen Especial de Empleados del Hogar de la Seguridad Social alcanzó la cifra de 355.530 afiliados, pero ni siquiera llega al 10% el número de varones. La mayorías de ellos se dedican a labores de jardinería, conducción de vehículos y acompañamiento de enfermos o personas mayores.
La feminización de esta actividad laboral no se refiere sólo al ámbito de las empleadas, sino también al de las empleadoras, puesto que, habitualmente, son mujeres las que solicitan la ayuda de otras mujeres para efectuar unas tareas cuya responsabilidad todavía recae, de forma más o menos exclusiva, sobre ellas.
Las iniciales reticencias respecto a la contratación de personal extranjero en un ámbito tan privado como es el hogar, persistentes hasta bien entrados los 90, han sido superadas “por mera necesidad, lo mismo que ha sucedido en otros sectores como la construcción, la pesca o la hostelería”, remarca Matxalen Garmendia, experta en investigaciones sociales de la Universidad del País Vasco y autora en 2005 del “Diagnóstico de las condiciones laborales de las empleadas domésticas de la Comunidad Autónoma del País Vasco”.
Por la profesionalización
Las trabajadoras se quejan de que se les exige un perfil que va más allá de la capacitación técnica y de que su dedicación a las personas acaba influyéndoles física y psicológicamente. Por si esto fuera poco, la sociedad tiene un concepto sobre su trabajo demasiado ligado a la idea de “servidumbre”. No es de extrañar que se sientan “el último mono”, refiere la profesora Garmendia. Las empleadoras, por su parte, se lamentan porque no pueden controlar las horas efectivas de trabajo, ya que no están en casa para controlarlas. Por otro lado, tampoco quieren estar -tal y como manifiestan en las encuestas- para evitar roces.
Las circunstancias que rodean el trabajo en una casa suponen un problema para diferenciar las relaciones laborales de las personales. En la práctica diaria se aprecian esas dificultades. Además, las asistentas también quieren verse recompensadas con algo más que el salario. Desean que en los hogares se les demuestre confianza, tener un trato familiar, que se les devuelvan las muestras de cariño, etc. La relación es tan delicada que cuando se produce una fricción la salida casi siempre es la misma: “Las empleadas se marchan de la noche a la mañana”, comenta Isabel Pla.
No es necesario que se produzca un conflicto. La movilidad en el sector es muy elevada por muchas otras razones, asegura la abogada Quintana. Por su experiencia sabe que el trabajo es especialmente duro y las jornadas excesivamente largas en el caso de cuidadores de personas con Alzheimer, por ejemplo. No le extraña que las trabajadoras internas busquen vivir en su propio domicilio en el momento que pueden y sabe que para las inmigrantes el dinero es una prioridad. Por ello “cambian de trabajo si encuentran otro que les ofrezca 50 euros más”.
Para evitar en lo posible la precariedad del empleo del hogar, su elevada temporalidad, la inseguridad de las empleadoras y la insatisfacción de las trabajadoras, Red Acoge y otras muchas ONG y organizaciones religiosas, como Cáritas, ejercen labores de mediación y asesoramiento para la contratación de personal para el hogar.
Red Acoge y otras muchas ONG y organizaciones religiosas, como Cáritas, ejercen labores de mediación y asesoramiento para la contratación de personal para el hogar
Condiciones laborales
Fuentes oficiales estiman que actualmente 700.000 personas trabajan en España en el empleo doméstico. Se trata del sector que mayor número de mujeres emplea, en el que ni siquiera la mitad están “dadas de alta”. Según otro estudio, ‘La presencia de las mujeres en el empleo irregular’, del Instituto de la Mujer, el trabajo doméstico es el principal vivero de empleo sumergido. Tres de cada diez trabajadoras sin afiliar a la Seguridad Social trabajan en este sector.
Tres de cada diez trabajadoras sin afiliar a la Seguridad Social trabajan en este sector
Tras el Proceso de Normalización de Trabajadores de 2005 (regularización de inmigrantes “sin papeles”) se ha detectado una cierta tendencia al alza en la formalización de contratos, debido a una mayor presión por parte de las trabajadoras extranjeras para obtener un contrato legal. Este documento es imprescindible para solicitar en España el Permiso de Residencia. Por el contrario, muchas empleadas domésticas nacionales prefieren prescindir de las cotizaciones sociales y “cobrar más”, sobre todo si pueden acceder a la protección de Seguridad Social por medios alternativos, como puede ser a través de sus maridos, expone Matxalen Garmendia.
Las afiliadas pertenecen al Régimen Especial para el Servicio Doméstico de la Seguridad Social. La relación laboral la regula el Real Decreto 1424/1985 del Servicio del Hogar Familiar.