La numerosa clientela de los productos falsificados se compone sobre todo de personas con poco poder adquisitivo y más o menos conscientes de comprar artículos de imitación, pero poco avisadas de que algunos pueden resultar peligrosos para la salud, como los perfumes y los cosméticos. La mayoría también desconoce que, por dónde y cómo se venden esos artículos, prácticamente eliminan derechos básicos de los consumidores, como las garantías y la posibilidad de reclamación.
Con las calles de las principales ciudades abarrotadas en busca de regalos, las Navidades son, junto con el verano, una de las épocas en que se dispara la venta de productos falsificados, artículos en general a precios «populares» que imitan o plagian los de marcas prestigiosas. Y, consecuentemente, aumenta el número de operaciones policiales, incautaciones y detenciones en el top manta, mercadillos, bazares, tiendas con pocos escrúpulos y almacenes para la distribución y venta ilegal a pie de calle o por Internet. Como muestra de esta realidad, el pasado verano fue pródigo en la «caza» del producto falso.
A primeros de julio de 2018, la Guardia Civil desmanteló en Valencia dos fábricas de pilas falsas con más de un millón de unidades en stock y el doble de etiquetas y embalajes con los logotipos de marcas del sector. Fabricadas por empleados en condiciones penosas y sin controles de calidad, esas pilas podrían resultar peligrosas para los aparatos y las personas que las utilizaran. Durante los Sanfermines, la Policía Nacional detuvo en Pamplona a una banda especializada en delitos contra la propiedad industrial e intelectual con tres toneladas de calzado y ropa de vestir y deportiva, en apariencia, de marcas de primera fila valoradas en dos millones de euros.
Pero no todo se limita a productos de uso cotidiano. A finales de julio, se desmanteló una organización que vendía vinos de Ribera de Duero de unos 20 euros a precios de hasta 1.900 euros la botella. Los hacían pasar por caldos de marcas tan exclusivas como Flor de Pingus, Vega Sicilia Único y Vega Sicilia Quinta Valbuena y los vendían en Internet, en portales de subastas e incluso en restaurantes de categoría.
Objetivo: las mejores firmas
Muchas de estas operaciones parten de denuncias de marcas afectadas por la falsificación. Eso ocurrió, por ejemplo, a finales de agosto de 2018 con el decomiso en cinco tiendas de un centro comercial de Benidorm (Alicante) de medio millar de bolsos, carteras, gorras, colgantes, pendientes y relojes de marcas conocidas. Uno de los denunciantes fue la Federación de la Industria Relojera Suiza. La marca de ropa y complementos Michael Kors puso una denuncia similar que trajo consigo a primeros de septiembre una redada en seis locales de La Junquera (Girona) y que se saldó con la retirada de unas 5.000 piezas de ropa, calzado y bolsos. También a finales de verano, se desmanteló a partir de una denuncia un centro de distribución en Palma donde se incautaron 8.300 artículos presuntamente de marcas de lujo como Adidas, Louis Vuitton, Gucci, Hugo Boss y Armani, cuya venta callejera habría hecho una caja de más de dos millones de euros.
Estas operaciones policiales se repiten en otras épocas del año y no son más que el reflejo de una realidad: mientras el marketing siga creando en la sociedad el ansia de poseer, usar y lucir artículos de marcas famosas, y mientras sus precios estén fuera del alcance de buena parte de los consumidores, habrá quien se la juegue con la ley fabricando, transportando y vendiendo falsificaciones, y no faltará quien, bien por desconocimiento o por «necesidad», las compre. Y no se atisba el menor indicio de que nada de eso vaya a cambiar. Al contrario, el mercado de lo falso sigue creciendo y alcanzando cifras asombrosas.
Pérdidas de 60.000 millones de euros al año
En junio de 2018 la Oficina de Propiedad Intelectual Comunitaria (EUIPO) presentó los resultados de una investigación realizada en los últimos cinco años en toda la Unión Europea (UE) centrada en los 13 sectores más castigados por la piratería: artículos deportivos, baterías y pilas, bebidas espirituosas y vinos, bolsos y equipaje, cosméticos, perfumes y artículos de higiene personal, joyería y relojería, juguetes y juegos, música, neumáticos, pesticidas, productos farmacéuticos, ropa y teléfonos móviles. El informe de la EUIPO revela que, en esos sectores,las falsificaciones restan al mercado legal un 7,5 % de las ventas y que conllevan la destrucción de 434.000 puestos de trabajo y unas pérdidas en la UE de 60.000 millones de euros al año, por el no abono de impuestos, cotizaciones y otros ingresos. En todo el mundo, según la Interpol, estas pérdidas anuales ascenderían a más de 220.000 millones de euros.
En España, estos 13 sectores pierden anualmente el 9,3 % de sus ventas: 6.200 millones de euros. En el caso de la perfumería y cosmética, ese porcentaje se eleva al 16,2 % (el doble de la media europea), según la patronal Stanpa: 933 millones de euros de los 5.828 que pierde anualmente el sector en la UE. La piratería de artículos deportivos en nuestro también duplica la media de la zona del euro, donde esta industria emplea a 43.000 trabajadores en 4.271 empresas y pierde 7.500 millones al año solo en artículos como balones, esquíes y complementos.
No es lo mismo vender que comprar
Visto el perjuicio económico y social que provocan los productos falsificados, no es de extrañar la gravedad de las acusaciones que suelen recaer sobre las personas detenidas en operaciones contra la piratería: pertenencia a organización criminal, delitos contra la salud pública, contra la propiedad industrial, estafa, blanqueo de capitales, evasión fiscal… Pero ¿y los consumidores que adquieren productos falsificados? ¿Cometen algún delito?
El artículo 298.1 del Código Penal dice que será castigado con pena de prisión de seis meses a dos años quien, con ánimo de lucro y sabiendo que comete un delito «contra el patrimonio o el orden socioeconómico», reciba, adquiera u oculte productos de origen ilícito. Pero… ¿quién va a denunciar a un joven que compra por 25 euros en una web pirata o en las redes sociales una camiseta de su equipo favorito que en la tienda oficial cuesta cinco o seis veces más? ¿Quién denuncia a un ama de casa que compra en un mercadillo por 30 euros un bolso que parece de Chanel? ¿Y a una chica que adquiere en un bazar «unas gafas de sol Ray-Ban» por 42 euros? ¿Cómo demostrar que eran conscientes de comprar cosas pirateadas y de ser cómplices de ese mercado ilegal?
Habrá consumidores que compran productos falsos a sabiendas. Pero muchos otros piensan que han encontrado un chollo que estaba en promoción, y algunos son víctimas de una estafa pura y dura. De ahí que apenas se tengan noticias -en EKA/ACUV no conocemos ninguna- sobre denuncias, juicios y menos aún condenas a consumidores por comprar productos falsos.
Cuando se hace una redada en el top manta o en un almacén con productos falsos, quienes tratan de escapar son los vendedores; a los compradores no los detiene la Policía ni los acusa de nada. Esa es la realidad, que no obsta para que, consciente o inconscientemente, los compradores de productos falsos contribuyan a sostener ese mercado y sus consecuencias.