Sin intereses no siempre es sinónimo de gratis
Usar una tarjeta de crédito para pagar una compra tiene una clara ventaja: en lugar de desprenderse de una gran cantidad de dinero de golpe, el cliente puede ir devolviéndolo en cuotas mensuales.
Pero esta operación conlleva el pago de una serie de intereses. De hecho, las tarjetas de crédito son un producto de financiación bastante caro, ya que suelen tener un interés de en torno al 18 %.
Si el importe de la transacción no es muy elevado y el dinero se reintegra en poco tiempo, el coste final puede ser asequible. Pero si se devuelve muy poco dinero cada mes y se alarga el plazo, el sobrecoste puede dispararse.
Algunos bancos, no obstante, han cambiado el funcionamiento lógico de las tarjetas eliminando los intereses. De esta forma, consiguen que estos ‘plásticos’ resulten más atractivos. Pero sin intereses no tiene por qué ser sinónimo de gratis. En realidad, salvo contadas excepciones, lo que suelen hacer los bancos es sustituir los intereses por las comisiones. Por ejemplo, en lugar de cobrar un interés del 18 % anual, cobran una comisión de gestión del 4 % sobre el saldo dispuesto.
Si el importe de la operación es reducido y el plazo de devolución no es muy largo, al final se acaba pagando una cifra parecida. Es decir, las entidades solo ofrecen el abono sin intereses para importes reducidos y plazos no demasiado largos para que les salga rentable.
Un ejemplo: una compra de 500 euros pagada con una tarjeta de crédito con un interés del 18 % generaría 15 euros en concepto de intereses, si el dinero se devuelve en tres meses. Pero si en lugar de intereses, el banco cobra una comisión del 4 %, el coste sería de 20 euros.
Penalización por atrasarse con las cuotas
Las tarjetas sin intereses pueden incentivar el consumo, ya que permiten repartir el gasto de una compra en varias cuotas, haciendo el pago más asequible. Sin embargo, conviene asegurarse antes de usarla de que en realidad se podrá devolver el dinero.
Si el cliente se retrasa en el pago de las cuotas mensuales, tendrá que abonar comisiones por la reclamación de la deuda. Por cada cuota impagada, el coste de la reclamación puede superar los 30 euros. Además, el dinero que no se haya devuelto a tiempo devengará intereses de demora y el coste de la operación comenzará a incrementarse.
Seguros inesperados
Antes de contratar cualquier producto, es imprescindible mirar bien el contrato. En el caso de las tarjetas de crédito, conviene leer la letra pequeña para comprobar que, además de la tarjeta, no se está contratando un seguro de protección de pagos.
Algunas tarjetas, especialmente las que se comercializan bajo el logo de una cadena comercial, pueden venir acompañadas de estas pólizas. Y si se contratan sin darse cuenta, el cliente acabará abonando cada mes un sobrecoste.