La globalización del mercado laboral ha obligado a las grandes empresas a revisar sus modelos de gestión y acceder a nuevas plazas comerciales, distribuidas en los puntos más recónditos del globo. Como no es fácil encontrar candidatos dispuestos a trabajar al otro lado del mundo, algunas compañías conceden aumentos de salario que oscilan entre un 15% y un 90% en relación al sueldo ordinario. Los incentivos resultan aún más atrayentes si se tiene en cuenta que en la mayoría de los casos el coste de vida en los paíes de destino suele ser significativamente inferior al de España. No obstante, hay que advertir que suelen ser países inseguros y hostiles. Los ejecutivos se benefician de la retribución bruta por la que cotizan en España y la remuneración neta recibida en el país de destino, a lo que se suman las primas de expatriación y del coste de vida. Pero, además, reciben facilidades para financiar la vivienda en su nueva ciudad de residencia así como para pagar costes como el colegio de los niños, coches, seguros, viajes al país de origen y clubes sociales. Con todos estos beneficios, un trabajador que ocupe un puesto de nivel medio puede llegar a duplicar su sueldo ordinario.
A más peligro, más beneficio
Los porcentajes de los incentivos que se conceden a las personas que trabajan en países peligrosos varían según el destino. Algunas empresas españolas radicadas en países como Irak, Irán, Afganistán, Colombia o Nepal, entre otros, ofrecen tal aumento que permite duplicar los rendimientos mensuales de sus trabajadores. En el caso de un destino como América Central, las multinacionales con capitales españoles pueden llegan a abonar un 50% más que la prima salarial corriente percibida en territorio nacional.
La proliferación de imágenes de violencia, catástrofes sociales y conflictos bélicos no resulta, precisamente, la mejor carta de presentación posible para marchar a trabajar a estos parajes. Y los trabajadores deben conocer que aceptar un puesto en estos países lleva aparejada la posibilidad de obtener un mejor sueldo, sí, pero también implica correr riesgos, estar lejos de casa y no poder llevar una vida tranquila y previsible. Sin embargo, muchos trabajadores a menudo no pueden más que aceptar abandonar la comodidad habitual y mudarse de país si desean crecer profesionalmente.
Aceptar un puesto en países conflictivos lleva aparejada la posibilidad de obtener un mejor sueldo, pero también implica desarraigo y correr riesgos
Al inicio de este fenómeno, en la década de los 90, emigraron sobre todo ejecutivos de entre 40 y 50 años. En la actualidad, las empresas apuestan por trabajadores más jóvenes, con edades comprendidas entre los 25 y los 30 años porque, en muchos de los casos, están empezando su carrera y aún no están casados ni tienen hijos, por lo que tienen menos impedimentos para trabajar en el extranjero.
Bancos y empresas
Las empresas de telecomunicaciones, las energéticas y los grupos bancarios son las que más incentivan estos desplazamientos porque su desarrollo en países lejanos les exige el movimiento de recursos humanos hacia aquellas zonas, que en no pocas ocasiones se encuentran entre las más peligrosas del mundo.
A pesar de ello, y de los inconvenientes que supone abandonar casa y familia durante un tiempo para acostumbrarse a una vida diferente, hay profesionales que una vez superadas estas barreras se acostumbran a ese tipo de vida y deciden continuar con su carrera profesional lejos de su país. La razón no es otra que crecer dentro de la empresa para la que trabajan, además de hacerse con un buen capital en poco tiempo.
Las estancias por trabajo suelen ser prolongadas, aunque varían en función del proceso de aclimatación del trabajador, que suele oscilar entre dos y cuatro años. Este es el tiempo en que un trabajador consigue conocer el funcionamiento de la empresa, las formas de trabajo locales, aprende su nueva función y se adapta a la cultura del país. Tras esta fase hay una segunda etapa que consiste en estabilizarse para poder mantener una vida normal y desarrollar su trabajo de manera eficiente.
Los países más peligrosos del mundo, según un análisis de la revista Forbes, son Somalia, Irak, Afganistán, Israel, Costa de Marfil, Paquistán, Sri Lanka, Chad, Líbano y Burundi. Una lista a la que también se suman Liberia y Haití, territorios que se encuentran prácticamente en estado de guerra permanente, y tienen unos niveles muy elevados de criminalidad.
En los países de mayor conflictividad las compañías suelen contratar servicios de seguridad y seguros de integridad física para sus trabajadores. Pero, pese a las medidas que se toman, el número de ejecutivos víctimas de crímenes continúa creciendo. No hay más que observar la cifra de 2006, cuando la cantidad de empleados de diferentes multinacionales secuestrados en todo el mundo ascendió a 300.