«Es el más malo de la clase», «siempre molesta», «es el peor». Son algunas etiquetas que ponen en evidencia el rechazo entre iguales en las aulas. Con frecuencia, está motivado por conductas agresivas o molestas que el grupo percibe como una amenaza para su funcionamiento. «La referencia a motivos relacionados con el aspecto físico, la nacionalidad o el grupo étnico es muy poco frecuente», afirma el Grupo interuniversitario de investigación del Rechazo Entre Iguales en Contextos Escolares (GREI). Desde 2003, desarrolla diferentes proyectos que profundizan en la evaluación del rechazo y su incidencia en educación primaria y secundaria. El grupo GREI está formado por investigadores de cuatro universidades españolas: Francisco Juan García Bacete -investigador principal- y María Luisa Sanchiz Ruiz (Universitat Jaume I), Inés Monjas Casares y Luis Jorge Martín Antón (Universidad de Valladolid), Inmaculada Sureda García y Patricia Ferrá Coll (Universitat de les Illes Balears) y Victoria Muñoz Tinoco e Irene Jiménez Lagares (Universidad de Sevilla).
El rechazo se refiere a los sentimientos negativos de un grupo respecto a uno o varios de sus miembros. En un aula, se plasma en la reputación negativa o las etiquetas que algunos niños reciben, tales como “el más malo de la clase”, “el peor”, “siempre molesta”, “pega a los otros”. Sin embargo, la identificación del rechazo debe realizarse a través de cuestionarios sociométricos e instrumentos que ayudan a comprobar los niveles significativos de éste.
“A los alumnos rechazados se les prefiere menos que a sus compañeros para relacionarse y realizar actividades con ellos”
Las técnicas sociométricas permiten identificar el grado de rechazo mediante preguntas a cada uno de los miembros de un grupo, acerca de sus sentimientos hacia los compañeros. Se evalúan a partir de dos dimensiones: una positiva, referida a las preferencias por relacionarse con algunos miembros específicos, y otra negativa, relacionada con la aversión o deseo de no interactuar con otros integrantes. Los investigadores han establecido una serie de criterios que permiten tomar decisiones sobre la posición social de un escolar en un grupo en función de las veces que se le nombra de forma positiva o negativa. A los alumnos rechazados se les prefiere menos que a sus compañeros para relacionarse y realizar actividades con ellos, a la vez que se les nombra más para no estar a su lado.
Los alumnos rechazan a entre un 10% y un 15% de sus compañeros de aula, que les nombran al preguntarles con quiénes no les gusta estar.
El porcentaje se mantiene estable durante la escolaridad. Sin embargo, se han detectado diferencias en función del clima social del aula, grado de cohesión, dinámica de las relaciones o género de sus miembros. Al menos hasta la adolescencia, el número de niños rechazados es entre dos y cinco veces superior al de niñas.
“Cada grupo valora las normas y conductas que le aportan estabilidad”
Pueden variar de un grupo a otro, en función de la edad o del contexto, puesto que cada uno valora las normas y conductas que le aportan estabilidad y rechaza y castiga las que percibe como una amenaza para su funcionamiento. En general, los motivos de rechazo hacen referencia a comportamientos inadecuados: conductas agresivas (pegar, insultar, amenazar), molestas (gastar bromas pesadas, interrumpir) o inmaduras. No gusta que un alumno llore con facilidad, que sea creído o que no ayude a los demás.
A medida que se llega a la adolescencia, los motivos de rechazo son más “suaves”, referidos a la incompatibilidad en la forma de ser o al escaso contacto con los demás, mientras que otros son más complejos, como la hipocresía, hablar de los demás a sus espaldas o criticar. La referencia a motivos relacionados con el aspecto físico, la nacionalidad o el grupo étnico es muy poco frecuente.
Hay dos patrones identificados. Por una parte, los niños rechazados agresivos, que ponen en marcha conductas agresivas y molestas de distinto tipo. Por otra, los niños rechazados aislados, que permanecen al margen de las interacciones y, en algunos casos, evitan a los demás cuando inician conductas de acercamiento. Otro patrón más indefinido es el denominado rechazado medio, que engloba a quienes se rechaza sin ser más agresivos o aislados que otros compañeros. En este caso, los motivos pueden relacionarse con características que no encajan en un grupo concreto o con menos habilidades sociales.
“El rechazo se puede detectar también en las actividades extraescolares, en los juegos en el parque o en el vecindario”
El rechazo forma parte de la dinámica de los grupos, por tanto, se puede detectar con las primeras experiencias de relaciones grupales más o menos estables, en torno a los tres años, cuando la mayoría de los niños comienzan la educación infantil. Puede surgir en cualquier tipo de grupo, no sólo en la clase, también en las actividades extraescolares, en los juegos en el parque o en el vecindario.
Lo es tanto en el tiempo como entre contextos. En torno a un 50% de niños rechazados mantienen su estatus al cabo de un año.
En efecto. Como punto de partida, puede decirse que se rechaza a un niño porque pone en marcha determinadas conductas que no gustan al grupo. Sin embargo, una vez que esto ocurre, se comporta en general de forma más agresiva o más retraída para defenderse de la hostilidad de los otros o como intento fallido de conseguir la aceptación y atención que necesita. Si la reacción del grupo es intensificar el rechazo, aumentan los sentimientos negativos y la frustración de los alumnos rechazados, que confirman la creencia de que su conducta negativa está justificada. De este modo, los comportamientos algo desajustados o molestos al principio, pueden derivar en importantes problemas de conducta.
Hay evidencias de que los niños que sienten que no hay espacio para ellos en el grupo-clase se concentran peor, rinden menos y molestan más. El abandono de los estudios también es frecuente entre los alumnos rechazados.
“El rechazo puede ser común al niño a través de los contextos”
El rechazo puede ser común al niño a través de los contextos, sobre todo, en el caso de los rechazados agresivos. Hay investigaciones que han llevado a cabo experiencias de inclusión de niños rechazados en situaciones de juego con otros niños que les desconocen y, al cabo de un tiempo de juego, se comprueba que se desarrollan también conductas de rechazo hacia él. Sin embargo, no se puede olvidar que el rechazo es un fenómeno interpersonal y grupal y, por tanto, es posible que se rechace a un niño por falta de afinidad con los miembros de un grupo concreto.
“Es fundamental crear en el aula un clima que promueva la cooperación”
Los maestros deben atender a tres puntos claves para prevenir el rechazo. Por una parte, es fundamental crear en el aula un clima que promueva la cooperación y posibilite interacciones positivas y satisfactorias. Es importante promover las habilidades asociadas a la aceptación de los iguales, relacionadas con la empatía, la cooperación y la ayuda y otras cuyo déficit puede dar lugar a retraimiento o agresividad, como las habilidades básicas de entrada a grupo, de negociación en situaciones de conflicto o de autorregulación emocional. El tercer aspecto clave es evitar y no aceptar el etiquetado, es decir, la valoración global de un niño en términos negativos. De este modo, se evita la canalización de emociones negativas hacia uno o varios niños en el aula y se permite superar las fricciones de la convivencia con humor.
Rechazo y acoso son fenómenos relacionados, pero no equivalentes. La investigación pone de manifiesto cierto nivel de solapamiento, de manera que el perfil del acosador podría coincidir con el del rechazado agresivo. De la misma manera, el perfil de víctima coincidiría con el de rechazado retraído. Una posible explicación de cómo se conectan ambas experiencias es que el rechazo puede ser punto de partida del acoso debido a los sentimientos de frustración que genera la hostilidad del grupo, lo que derivaría en conductas agresivas o de autoaislamiento. El rechazo podría colocar a algunos niños en situación de riesgo en relación con el acoso escolar, tanto de acosadores como de víctimas.
La experiencia de rechazo está, sin embargo, más generalizada. Afecta a un mayor porcentaje de niños en cada aula y son más los rechazadores que los acosadores. Un número significativo de compañeros ejercen el rechazo, mientras que el acoso, aunque es posible en grupo, puede ocasionarlo un solo alumno.