La cápsula «Génesis», que traía a la Tierra de 10 a 20 microgramos de partículas de viento solar, se estrelló a las 16:55 horas de ayer a gran velocidad en el desierto de Utah (EE.UU.). Los dos paracaídas que tenían que frenar el descenso no se abrieron y la nave chocó contra el suelo a 180 kilómetros por hora. El violento impacto destrozó la sonda y todavía no se sabe si se ha roto el aislamiento del contenedor con la materia solar, cuya contaminación supondría el fracaso de una misión que ha costado 264 millones de dólares.
Roy Haggard, director de operaciones de vuelo, consideró, no obstante, «sorprendentes los pocos daños que había sufrido». Chris Jones, director del programa de exploración del Sistema Solar en el Laboratorio de Propulsión a Chorro, en Pasadena (California), dijo que la NASA estaba haciendo una serie de comprobaciones para determinar si habían llegado intactas las partículas solares recolectadas por la sonda. «Todavía está por ver si podemos recuperar algo de valor científico».
La «Génesis» despegó de Cabo Cañaveral (Florida) el 8 de agosto de 2001. Viajó 1,5 millones de kilómetros -hasta fuera de la influencia del campo magnético terrestre- y, tres meses después, entró en órbita del llamado Punto Lagrange 1, donde se equilibran las fuerzas gravitatorias de nuestro planeta y el Sol. Allí, entre el 3 de diciembre de 2001 y el pasado 1 de abril, recogió partículas de viento solar, que es emitido por la estrella en todas direcciones a 800 kilómetros por segundo.
Dispositivo especial
La NASA había preparado un dispositivo especial para impedir que la «Génesis» tocara el suelo en su vuelta a casa. Los responsables de la misión querían preservar a toda costa la pureza de unas muestras de cuyo estudio podría deducirse la composición del Sol y cómo se formó nuestro planeta. Para ello, Cliff Fleming y Dan Rudert, dos especialistas en películas de acción, pilotarían sendos helicópteros que intentarían pescar en el aire la sonda por el paracaídas.
Fleming y Rudert ensayaron la maniobra con éxito docenas de veces en una base militar situada al suroeste de Salt Lake City, y ayer despegaron en sus «Eurocopter Astar 350-B2» para tratar de recuperar la cápsula durante el descenso. Los helicópteros iban a esperar a la cápsula a unos 3.000 metros de altura para intentar pescarla con un garfio de seis metros. Después, la trasladarían hasta una base militar, donde científicos sacarían la carga para llevarla al Laboratorio de Muestras Lunares de Houston. Al final, los especialistas no pudieron hacer nada.
Cuando los helicópteros despegaban, la «Génesis» había entrado ya en la atmósfera, estaba a medio camino entre Hawai y EE.UU. y bajaba a toda velocidad. No se abrió el primer paracaídas a 33 kilómetros de altura, ni el segundo, a 6 kilómetros. La nave cayó a plomo, como un meteorito, y abrió un boquete en el desierto de Utah. «Tengo un gran agujero en el estómago. Esto es precisamente lo que se suponía que no iba a ocurrir. Vamos a tener mucho trabajo juntando las piezas», dijo ayer el físico Roger Waiens, del Laboratorio Nacional de Los Álamos.
Las primeras imágenes de la «Génesis», de 200 kilos y del tamaño de una rueda de camión, demostraban que no había aguantado el choque, a pesar de su supuesta resistencia. «El exterior de la nave es de fibra de carbono y es un material muy resistente. Es básicamente una pieza», explicó Colin Pillinger, responsable de la fallida misión «Beagle 2» y miembro del equipo «Génesis».
La NASA localizó los restos de la nave poco después del choque y alertó de que su recuperación podía complicarse, ya que cabía la posibilidad de que el sistema pirotécnico de despliegue de alguno de los paracaídas se disparara. «Supone un serio riesgo para los equipos de rescate», indicó Chris Jones.