Los académicos de la Lengua anunciaron a principios de noviembre, en San Millán de la Cogolla, que la «y» debía llamarse siempre «ye» y no «i griega», que los hablantes latinoamericanos debían nombrar la «v» como «uve» y no como «be baja» o «be corta» y que el adverbio «solo» iba sin tilde por obligación. Su intención era que los 450 millones de usuarios del español se refiriesen a las mismas cosas con los mismos nombres. Sin embargo, las protestas han propiciado que la institución mantenga un tono conciliador y ha asegurado que recomienda, pero no impone.
Reunidos el pasado domingo en Guadalajara (México), donde se celebra la feria del libro más importante de Latinoamérica, los representantes de las 22 academias de la Lengua aprobaron la nueva Ortografía, una obra que tendrá más de 800 páginas y que, según el académico mexicano José Moreno de Alba, «no es una reforma exhaustiva», sino tan solo «una revisión».
El adverbio «solo», que cuando se anunciaron los cambios debía carecer de tilde, ahora puede tenerla o no, según decida el usuario. Algo similar ocurre con la «y», para los hablantes hispanoamericanos «ye» y para los españoles «i griega». Si las academias intentaron que se pronunciara de la primera forma, al final cada uno lo podrá hacer como lo ha hecho hasta ahora. Si acaso, sus miembros proponen la «ye», pero admiten que la «i griega» «es muy respetable y tiene una tradición centenaria». No obstante, hay cambios anunciados hace casi un mes que sí se mantienen. Por ejemplo, las letras «ch» y «ll» desaparecen definitivamente del alfabeto. Y «guion» y «truhan» se deben escribir desde ahora sin tilde al considerarse monosílabos, aunque se pronuncien con un hiato que parte la sílaba en dos.
Los directores de las academias han firmado un documento en el que afirman que esta ortografía es «más sólida, exhaustiva, razonada y moderna» que la «breve, sencilla, clara y didáctica» de 1999. «Ésta es la primera ortografía hecha por y para todos, nacida de la unidad para la unidad», apuntan. Sin embargo, ya hay casos de disidencia entre académicos y escritores conocidos por su magistral uso del idioma que afirman que harán caso omiso a algunas de las nuevas directrices.
Las academias insisten en su papel de moderador, más que censor, y añaden que los cambios propuestos marcan tendencia, y por tanto serán de uso común en unos cuantos años. «Tratamos de uniformar, no de imponer», subrayó Moreno de Alba.