Las bolas de fuego que se observaron en la Península Ibérica durante la tarde del domingo, desde Galicia hasta Valencia, no parecen haber dejado ningún resto material. Ayer, la Guardia Civil rastreaba varios posibles puntos de impacto, entre los que destacaba el pueblo leonés de Renedo de Valderaduey, donde, según los testigos, debió de caer uno de los fragmentos más grandes del misterioso objeto. Éste, según los expertos, debía pesar algo más de 50 toneladas antes de entrar en la atmósfera.
Los buscadores, apoyados por un helicóptero, rastrearon una franja de 25 kilómetros situada entre los municipios de Renedo (León) y Guardo (Palencia), ayudados por algunos pastores y vecinos que vieron caer el meteoro. Mientras seguía la búsqueda, los científicos aclaraban la naturaleza del fenómeno: no era chatarra espacial, como se dijo al principio, sino un bólido.
Bólidos
Las bolas de fuego o bólidos son meteoros cuyo brillo es más intenso de lo habitual. «Estrictamente, llamamos meteorito a una piedra que ha caído del cielo -aclaraba Javier Armentia, astrofísico y director del Planetario de Pamplona-, es decir al meteoro que ha sobrevivido a su viaje y llega al suelo». El fenómeno del domingo es un bólido, «un objeto natural que se cruza con la Tierra en su trayecto, se consume al entrar en la atmósfera y explota».
Los testigos describieron una bola incandescente que sufría estallidos y desprendimientos de otras chispas más pequeñas. Estas explosiones se deben a las diferencias en la densidad y la composición de la roca. En cuanto a sus dimensiones, «podría medir de uno a dos metros de lado y pesar alrededor de 50 toneladas -añade Armentia-. Entró en la atmósfera a unos 180.000 kilómetros por hora, pero la fricción debió de reducir su velocidad a unos 3.000 kilómetros por hora». El ángulo de entrada fue de 30 grados, lo que facilitó que recorriera una gran distancia y fuese visible en buena parte del país.
José María Quintana, astrofísico del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), pudo ver el bólido desde la Comunidad de Madrid mientras disfrutaba de sus vacaciones. No le sorprendía que la Guardia Civil no acabase de encontrarlo: «Si era de origen cometario no tendría nada de particular porque estaría formado en gran parte por trozos de hielo de diferente densidad». Al entrar en la atmósfera, «estos materiales se subliman, pasan de ser hielo a gas. Cuando llegan al suelo no queda nada para recoger».
Material cósmico
Si el bólido del domingo era de naturaleza rocosa y sobrevivió a su viaje, lo que encontrarán sus buscadores no será nada espectacular. Según Javier Armentia, «el aspecto que tendrá dependerá de su composición, pero normalmente los meteoritos parecen piedras vulgares y corrientes». Nada vistoso, aunque al principio, tras el impacto, «el exterior suele estar caliente, pero el calor desaparece enseguida por la temperatura del interior, que suele estar congelado por el frío del espacio». En algunos casos, incluso «se han encontrado ejemplares que se han enfriado tanto que aparecen cubiertos por una capa de hielo».
Félix Ares, director del Museo de la Ciencia, en San Sebastián, se mostraba sorprendido porque mucha gente le preguntaba si era peligroso tocar uno de estos objetos: «No son radiactivos, ni nada parecido. Una vez fríos no son más que pedruscos, con el exterior un poco chamuscado».
Muchos se preguntan qué se hace con ellos. «Se llevan a instituciones, a algún centro que se dedique a estudiarlos», señala Ares. Al ser analizados, los meteoritos se convierten en una fuente de información y «nos dicen de dónde vienen». La mayoría son del cinturón de asteroides situado entre Marte y Júpiter. A veces, «la composición no nos dice nada que no sepamos ya, pero también puede darnos pistas sobre el origen del Sistema Solar».
La Tierra recibe cada año 200.000 toneladas de material cósmico en forma de meteoros de toda clase y tamaño. La mayoría son microscópicos y, al consumirse en la atmósfera, forman las clásicas estrellas fugaces que todo el mundo ha podido contemplar en las noches de verano. Los meteoros grandes, como el bólido avistado anteayer, son más raros y en España se dan con una frecuencia de uno cada dos años. El caso del domingo fue especial porque ocurrió a una hora, pasadas las cinco y media de la tarde, y sobre unas zonas que facilitaron que un fenómeno que suele pasar desapercibido fuera contemplado por miles de personas.
Sin pronóstico
La idea de una piedra de 50 toneladas cayendo del cielo no es muy tranquilizadora pero, según Javier Armentia, «la probabilidad de que una cosa de éstas te caiga encima es mínima, menor a que se desplome el ascensor de tu casa, por ejemplo». El 70% de la superficie terrestre es agua y gran parte de las zonas continentales no están habitadas, «así que es bastante raro que alguien vea de cerca el impacto de un meteorito», explica el director del Planetario de Pamplona.
Estos fenómenos no se pueden pronosticar, por el reducido tamaño de estos objetos. Lo que sí saben los especialistas es que la Tierra cruza por las mismas fechas zonas del espacio con mayor densidad de rocas planetarias. Cuando eso ocurre, se forman las lluvias de estrellas fugaces. «Ahora mismo -detalla Armentia- nuestro planeta atraviesa una corriente de meteoroides que genera las estrellas fugaces conocidas como Cuadrántidas». Otra cosa son los asteroides de kilómetros de diámetro, cuyas evoluciones son seguidas por los astrónomos. La caída de uno de estos objetos es cataclísmica pero, por suerte, sucede una vez cada 100 millones de años. El ejemplo clásico es el meteoro a cuyo impacto se atribuye la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años.