El 40% de los padres asegura sentirse desbordado por los problemas de sus hijos e hijas. Les resulta difícil educarles y, en algunos casos, el miedo a repetir el modelo autoritario en el que fueron criados deriva en un exceso de permisividad. Como consecuencia, durante la adolescencia son frecuentes los problemas de disciplina, pero no es fácil comenzar a imponer reglas a esta edad tan difícil. Los niños deben tener unos límites o pautas que les marquen el camino que deben seguir, sin ahogarles en un mundo de imposiciones, tal como aseguran los psicólogos y educadores. Para ello, los padres y madres deben establecer estas normas de manera razonada, adaptarlas a cada edad y ser firmes en sus decisiones. Si no se tiene un proyecto claro, es más fácil claudicar.
Autoritarismo versus permisividad
El 15% de los padres y madres no están satisfechos con la educación de sus hijos: creen que estos se muestran “pocas veces o nunca” tal como quisieron educarles. Ésta es una de las conclusiones del informe ‘Comunicación y conflictos entre hijos y padres’, editado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) en 2003, que ya entonces plasmaba la dificultad de algunos progenitores para entender y educar a sus hijos, especialmente cuando son adolescentes. Según el estudio, los padres se sitúan entre lo ideal -el 97% cree bastante o muy importante mantener unas buenas relaciones familiares- y lo real -casi un 40% dice sentirse desbordado por los problemas con sus hijos a veces o con frecuencia y un 16%, con frecuencia o siempre-. La profesora Àngels Geis, de la Facultad de Psicología de la Universidad Ramón Llull, en Barcelona, considera que “no está bien generalizar”, aunque reconoce un “cambio de prioridades en algunos padres, que ponen su tiempo por delante del tiempo que dedican a los hijos”. “Hay muchas familias que se preocupan mucho por la educación de sus hijos y que lo están haciendo muy bien, pero otras trabajan tantas horas fuera de casa que, cuando están en ella, suelen encontrarse muy cansadas y no tienen humor para educar a sus hijos”, explica.
En este segundo grupo, Geis incluye a los padres que han dejado de educar o lo hacen de una manera menos constante. Son familias que no siguen el compás de los hijos, “sino que obligan a estos a ir detrás de la familia como puedan”, y que delegan en cuidadores, abuelos u otros referentes la responsabilidad de educar. “El resultado de esta práctica son niños y niñas con muchos referentes a lo largo de su vida, cada uno de ellos con unas pautas diferentes a la hora de imponer sus límites, lo que les lleva a hacerse un lío y acabar haciendo lo que les da la gana”, afirma la profesora. Respecto a la posible autoridad o permisividad de uno y otro modelo, precisa que las familias “saben más o menos que la autoridad injustificada no tiene sentido”, aunque lamenta que “en algunos casos se haya pasado al otro extremo, a decir que los niños tienen libertad y saben decidir, y a no ponerles límites, porque cuando no hay límites es cuando la relación va mal”. “Se distinguen tres reacciones: los padres que se salen del modelo de autoridad y dejan a los niños que hagan lo que les dé la gana, los que saben que hay que marcar límites pero no saben cómo y los que quieren marcar límites, pero acaban reproduciendo los patrones antiguos, por lo que están insatisfechos”, aclara.
No hay reglas fijas para todas las familias, cada una es diferente, pero la clave está en encontrar el punto intermedio entre autoritarismo -diferente de autoridad- y permisividad.
No hay reglas fijas para todas las familias, cada una es diferente, pero la clave está en encontrar el punto intermedio entre autoritarismo -diferente de autoridad- y permisividad
Establecer un marco de referencia
La comunicación en la familia es el pilar básico para el desarrollo del menor (configuración de su personalidad y modos de relacionarse con los propios miembros de la familia y con los amigos de la calle). Los padres deben escuchar a los hijos y los hijos a los padres. Pero es importante que estos últimos no olviden que, ante todo, ellos son adultos y “los niños necesitan que el adulto haga de adulto, porque como amigos ya tienen a los compañeros de clase, de fútbol o de cualquier otra actividad”, señala Àngels Geis. “Entre padres e hijos debe haber confianza -añade-, pero los padres tienen que hacer de padres, aunque hay gente que no lo vea así”. Los adultos constituyen el marco de referencia de los pequeños y, por ello, deben tener un proyecto educativo que establezca las normas. “Puede ser un proyecto de salud, de felicidad, de convivencia… Pero un proyecto claro, porque cuando no se tiene se claudica antes”, especifica la profesora, quien considera que aquellos padres que se ríen ante la primera pataleta del hijo, tendrán más difícil corregir ese comportamiento cuando éste sea mayor. “Los límites que no se han impuesto al niño de pequeño son difíciles de imponer cuando es mayor”, advierte.
Por su parte, Amparo Novo detalla cómo las personas seleccionan y jerarquizan valores e ideales, estéticas y modas, formas de convivencia y de vida entre los diferentes marcos a los que se enfrentan, desde la dependencia infantil hasta la autonomía personal.
“Las personas seleccionan y jerarquizan valores e ideales, estéticas y modas, formas de convivencia y de vida entre los diferentes marcos a los que se enfrentan”
Para enseñar a los hijos el camino más adecuado, los padres deben ser conscientes primero del que siguen ellos mismos. Si discuten delante del niño sobre el modo de educarle o se contradicen a la hora de dar una orden, habrá más posibilidades de que el pequeño se confunda y siga su propia trayectoria. Los padres deben estar convencidos de lo que exigen y no cambiar de idea ya que, aunque pueda parecer lo contrario, los niños que tienen unas normas se sienten seguros porque saben por dónde deben ir. Por ello, ante cualquier duda, se puede pedir ayuda externa de profesionales. “Los padres encuentran muchos recursos en la escuela, aunque a veces ocurre que, cuando se acercan a ella, en lugar de informarles de los logros que consiguen los pequeños, sólo destacan lo malo. Etiquetan y catalogan tanto a los hijos como a los padres, y estos no quieren ir para que alguien les diga sólo lo mal que lo hacen”, sentencia Àngels Geis.
Aprender a poner límites
En general, se considera que los padres que no ponen límites actúan de esta manera por miedo a que sus hijos les rechacen, porque no quieren repetir viejos patrones de autoritarismo en los que fueron criados o, simplemente, porque no saben poner normas o es más fácil decir que ‘sí’ para evitar conflictos. En el libro ‘Jóvenes y valores, la clave para la sociedad del futuro’, el catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, Javier Elzo, determina que “bajo el término de tolerancia, a menudo no hay otra cosa que permisividad, cuando no dejación de responsabilidades” y defiende el trabajo de los padres que deseen educar a sus hijos en algo más que la mera convivencia pacífica. Los conflictos entre padres e hijos deben aceptarse y afrontarse, ya que, precisa Àngels Geis, “el niño sabe que siempre tiene la confianza de los padres y que, aunque le riñan, le quieren y él les quiere a su vez porque son sus referentes”. En esta línea, ofrece una serie de consejos para que los padres aprendan a poner límites a los hijos, teniendo en cuenta que “a cada edad se deben aplicar unas técnicas diferentes”:
- Aprender a negociar. Hay que hay que hacer un esfuerzo por negociar con los hijos, a pesar de que éstos sean buenos “negociadores”. Para ello, el marco de referencia debe ser suficientemente amplio y debe aumentar conforme va creciendo el niño, “como cuando pide comer más patatas que judías y se le hace caso, pero come las dos cosas, nunca sólo una de ellas”.
- Los adultos deben conocer sus propios límites. Si los padres no tienen límites tampoco sabrán ponerlos. No se puede pedir a un niño que utilice el teléfono móvil sólo en momentos de urgencia, si ve que los padres no tienen límite en su uso y lo mantienen permanentemente encendido.
- Saber decir ‘no’. El estilo comunicativo de los padres debe estar acorde con sus palabras, es decir, el lenguaje verbal y el lenguaje no verbal no deben contradecirse.
- Ser coherentes. Cuando se niega algo, se tiene que explicar por qué se ha tomado esa decisión, escuchar las argumentaciones de los hijos y actuar de la misma manera que se pide a estos que actúen.
- Escuchar y mirar al niño. Cuando lloran, patalean o gritan, es posible que los niños estén intentando decir algo a los padres. Por ello, hay que aprender a escucharles y mirarles a los ojos.
- Mantener las decisiones. Es importante mantener la coherencia con lo que se hace y se piensa porque de lo contrario se perderá la credibilidad ante los hijos.
- Resaltar lo que se hace bien. El niño debe saber lo que hace mal, pero no se le puede “machacar” con estas actuaciones, también tiene derecho a saber que hay cosas que hace bien.
- Poner límites que tengan valor. “Si hay que decir al niño que no rompa un vaso, no se debe utilizar el chantaje emocional y decirle que mamá se va a poner triste si lo hace, sino que hay que decirle la verdad, que está mal romper un vaso”, subraya la profesora, para quien “el tiempo que se invierta ahora, tendrá muy buenas consecuencias”.
En definitiva, poner límites no significa que haya que ser estrictos, sino evitar que los niños y niñas estén consentidos y sean poco “resistentes a la frustración” o “malos perdedores”. “El mejor antídoto es decir a los hijos que les queremos y hacer que se sientan queridos y amados, pero sabiendo que lo que hacen no siempre está bien. Pensar que esto ya lo aprenderá en el colegio es una equivocación, porque la escuela cada año tiene unos profesores diferentes y sólo ocupa un 25% del tiempo del niño”, señala Àngels Geis.