Un equipo de investigadores hispano-portugués ha analizado la información que recogieron los periódicos y los observatorios geomagnéticos de la época sobre los efectos de una gran tormenta solar que permitió observar auroras boreales en el sur de Europa durante los días 24 y 25 de octubre de 1870, según el Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC). Si volviera a suceder un fenómeno extremo de estas características, se pondría en peligro la integridad de satélites, naves espaciales y astronautas.
La tormenta se pudo observar en Norteamérica y Europa, e incluso en El Cairo (Egipto), Bagdad (Irak) y algunos puntos del hemisferio sur, como Natal (Brasil), según la información recopilada por los investigadores. En España, el físico Fuertes Acevedo lo observó desde Santander y describió la aurora del 24 de octubre como «el reflejo de un inmenso fuego» y la del día siguiente como «brillantes claraboyas hacia el norte de un color violeta rojizo».
En el estudio, publicado en la revista «Journal of Geophysical Research», también se analizan los datos recogidos sobre las auroras boreales en Tours (Francia) y Lisboa (Portugal), así como los registros geomagnéticos de los observatorios de la capital lusa y de Coimbra (Portugal), Greenwich (Reino Unido), Munich (Alemania) y Helsinki (Finlandia).
Manchas responsables del fenómeno
Los magnetogramas revelan que durante el 24 y 25 de octubre de 1870 se produjo una intensa perturbación, constituida por dos tormentas geomagnéticas distintas, que afectó al campo magnético de la Tierra. «Gracias a algunas observaciones fotográficas del Sol realizadas durante aquel año, hemos identificado un grupo de manchas solares de larga duración que probablemente fue el responsable de este gran evento del clima», detalló José Manuel Vaquero, físico de la Escuela Politécnica de la Universidad de Extremadura y uno de los autores del estudio.
Las tormentas solares se producen con mayor frecuencia cuando las manchas solares (áreas de gran actividad magnética) son más grandes, explicó el científico. Desde estas manchas del Sol se libera al espacio un flujo de electrones y otras partículas que, al interaccionar con el campo magnético de la Tierra, producen las auroras boreales en el hemisferio norte y las australes en el sur.
Vaquero cree que resulta importante no sólo estudiar los casos recientes de tormentas solares, sino también los registros antiguos, para entenderlas mejor y prevenir sus efectos. Y es que estos fenómenos «pueden poner en peligro a los astronautas, las naves espaciales y los sistemas tecnológicos terrestres», alertó el físico.