La convivencia no siempre es sencilla. Vivir bajo el mismo techo puede poner a prueba los nervios incluso del más paciente. Pasa cuando llega a su sillón preferido y este ya está ocupado por otro miembro de la familia. O cuando su compañero de piso ha hecho desaparecer de forma misteriosa la cena que reservaba para la noche. Son problemas de los que no se libra nadie. Tampoco su mascota. Pero los perros y gatos también se entienden. Lo dice una investigación que vemos en este artículo.
Tan amigos como el perro y el gato
En ocho de cada diez hogares con perros y gatos reina la paz, y los animales se encuentran seguros y cómodos en la presencia del otro
Un estudio muy poco habitual, realizado en Europa, Estados Unidos y Canadá, con la participación de 800 hogares, ha revisado de cerca qué ocurre cuando mininos y canes comparten casa. En definitiva qué hay de verdad (o mentira) en esa vetusta expresión de «llevarse como el perro y el gato«. Y, aunque los investigadores reconocen que los felinos pueden tener algunas reticencias iniciales para compartir la vivienda con un perro, en general, las dos especies suelen vivir en armonía. «Perros y gatos son a menudo retratados como los peores enemigos; pero esto no siempre es cierto», dice Sophie Hall, autora del trabajo publicado en Journal of Veterinary Behaviour.
En ocho de cada diez hogares con estos animales reina la paz, y se encuentran seguros y cómodos en la presencia del otro, según sus familias humanas. Pero no siempre la armonía se impone: en el 3 % de las familias perrunas y gatunas sí existen problemas entre los animales, admiten sus humanos.
Para lograr que se lleven bien, hay que cuidar las presentaciones y asegurarse de que la casa y las interacciones se hacen teniendo en cuenta las necesidades y gustos de las dos especies. Esto resulta muy importante en el caso de los mininos, una tarea en la que un experto en comportamiento felino titulado de confianza puede servir de gran ayuda para el éxito.
Los gatos, con reticencias iniciales
Y aunque este estudio desmonta el mito de que perros y gatos se lleven mal, la imagen de la armonía no siempre es completa. En general, los mininos son más reticentes a compartir casa con un perro; al menos, en un primer momento. Algo que no extraña a quienes entienden de comportamiento felino: un can bienintencionado y juguetón puede resultar invasivo para el gato, un amante del control.
Los felinos son amantes de imponer sus propias normas, incluso necesitan hacerlo. Este equilibrio -que debe incluir una vivienda suficientemente gatificada, adaptada a las necesidades gatunas- es fácil de romper por un perro. Y esto puede ser motivo de estrés para el gato, que puede intentar defender su espacio.
Aun así, muchos canes no pierden sus ganas de jugar con sus compañeros felinos: uno de cada cinco buscan y muestran a los gatos sus juguetes preferidos, una invitación amigable de interacción.
Perros y gatos tan amigos (casi siempre)
Los investigadores de la Universidad de Lincoln (EE.UU.) lanzaron este estudio con el objetivo de conocer mejor cuáles son las claves de una feliz convivencia entre canes y felinos. Con cada vez más casas donde las dos especies comparten espacios -el 21 % de los hogares europeos vive al menos con un perro y el 24 % con al menos un gato, según datos de la Federación Europea de Alimentos para Animales de Compañía– lograr una relación amigable es esencial para su bienestar físico y emocional.
De hecho, canes y felinos apenas pelean. Y mientras el 57 % de los encuestados admiten que su minino bufa a su compañero perruno (un comportamiento que denota una emoción negativa), solo el 10 % de los felinos, y apenas el 1 % de los canes, han causado alguna vez daño físico al otro animal.
Hall cree que la clave está en la distinta historia de domesticación de ambas especies. Mientras que los perros han sido domesticados (y educados) desde hace más tiempo (unos 33.000 años, según algunos estudios), el historial de convivencia felina con el humano es mucho más reducido, y no llega a los 5.000 años. Esto explicaría por qué los canes son más capaces de controlar su comportamiento natural. En definitiva: es más fácil para los perros vivir felices entre gatos que viceversa.
Pero esto no significa que no puedan llegar a ser grandes amigos. Será más fácil forjar una relación amigable, si el felino tiene experiencias positivas con canes durante su etapa sensible (o de socialización), es decir, entre las dos y siete semanas de vida; y si el perro, del mismo modo, ha aprendido desde cachorro a vivir con gatos y respetar sus normas.
En general, los dos animales se llevan bien y, con las recomendaciones y cuidados apropiados, son más que capaces de compartir el hogar sin problemas y hasta de forjar una gran relación peluda.
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