Tirones, forcejeos, regañinas y estrés en el momento del paseo son algunas de las consecuencias del rechazo que el perro puede sentir a colocarse la correa. Conseguir que el perro asocie este accesorio con un momento lúdico y de relajo con sus dueños ayuda a que el paseo con la correa no se convierta en una pelea diaria.
La correa es un accesorio desconocido para un perro. La primera vez que la usa, le resulta extraño y no entiende por qué tiene que llevar algo tan incómodo.
Hay que lograr que la correa sea para el perro como la prolongación del brazo del dueño, que le transmite seguridad
Hay que ayudarle a que se acostumbre y evitar que se convierta en un motivo de pelea. Para conseguirlo, es recomendable comenzar a trabajar para que se acostumbre a usar la correa desde que el perro es un cachorro.
Hay que evitar que el perro asocie la correa con los castigos. La correa no puede convertirse en una herramienta para impartir disciplina en la educación diaria. Una cosa es educar y otra, domar. No se debe golpear al perro con la correa ni usarla para mantenerlo inmovilizado por algo que no ha hecho de manera correcta.
El uso de la correa, y en algunos casos del bozal, es obligatorio, por lo que se debe lograr que la correa se convierta en una prolongación entre el perro y su dueño, en una herramienta que sirva como medio de comunicación para decir al animal qué queremos que haga durante el paseo. Si camina demasiado rápido, la señal de aviso sería tirar de la correa hacia arriba, detener la marcha y decir «no».
El paseo con el perro es un momento de relajo, un tiempo para que animal y dueño disfruten y desconecten de la rutina y obligaciones diarias. Para evitar que este momento lúdico se convierta en una pelea al poner la correa, hay que lograr que el perro considere este accesorio imprescindible como un aliado, para disfrutar en la calle del ansiado momento del paseo.
En primer lugar, hay que decidir qué collar y correa son los más adecuados según el tamaño y raza del animal. Ir sujetos con una correa va en contra de la naturaleza de los perros y, si además les resulta incómodo llevarla, rechazarán la correa.
Hay que procurar que esta les resulte cómoda. En el caso de los perros de pelo largo, no les debe pellizcar el pelaje. Los canes de cuello largo y fino, como el galgo, necesitan collares que se ajusten bien, sin llegar a oprimirles. Para las razas más pequeñas, es mejor usar una correa ligera o arnés (se sujeta al cuerpo). Entre el collar y el cuello del animal debe haber espacio suficiente para introducir los dedos, de forma que el perro no se sienta incómodo por el exceso de presión.
El cachorro y la correa
En el caso de un cachorro, hay que procurar que no asocie sus primeras experiencias con la correa con un elemento de represión y castigo, sino con algo positivo, porque indica el momento de disfrutar del paseo. Hay que lograr que la correa sea para el perro como la prolongación del brazo del dueño, que le transmite seguridad. Además, puede servir al dueño como una herramienta para la educación del animal.
El momento de colocar el collar por primera vez es muy importante. Hay que conseguir que no parezca un castigo o el preludio de un acontecimiento negativo. El juego es la mejor manera de evitar estas situaciones. Se puede jugar con él al colocarle el collar en casa. De esta manera, el perro lo asociará con un momento lúdico con su dueño y tendrá buena disposición para colocársela. La correa no se debe usar para mantener al animal inmóvil durante mucho tiempo, porque lo puede asociar con una prisión o un castigo y lo rechazará.
Hay que evitar conflictos y nerviosismo al poner la correa al perro, sobre todo cuando aún no se ha acostumbrado a este accesorio. «Cuando nosotros estamos nerviosos y nos movemos rápidamente o gritamos, el perro realiza las llamadas señales de calma, para pedir que nos relajemos, lo que intentan es indicarnos que no tienen intención de atacar y que están tranquilos», explica Helena Bat, etóloga. Añade que las señales de calma más frecuentes son: bostezar, girar la cabeza, acercarse despacio, lamerse la nariz, agacharse, quedarse quietos o poner posición de juego (con las patas delanteras apoyadas en el suelo y los cuartos traseros levantados). «Incluso cuando perciben conflictos entre otros dos animales pueden ponerse en medio para intentar relajar la situación para hacer de barrera, de forma que los contrincantes olviden este momento de tensión», concluye la etóloga.
Comprar la correa adecuada para el perro
La etiqueta es la principal ventana para que el consumidor tenga información sobre el producto que compra. Por ello, hay que leerla con atención siempre, pero aún más si cabe cuando de ello depende la seguridad de nuestro animal. La etiqueta de la correa tiene que señalar la composición del material del accesorio y la clase de animal para el cual está fabricado, así como la edad adecuada para utilizarla.
Los canes de cuello largo y fino, como el galgo, necesitan collares que se ajusten bien, sin llegar a oprimirles
Otro dato que se debe especificar es el tamaño idóneo del perro al que se dirige el producto (pequeño, mediano, grande). En el caso de la correa, se deben incluir datos sobre su longitud, el límite de peso para los modelos extensibles y los datos sobre el responsable del producto, para saber dónde reclamar, en caso de que fuera necesario.
Para garantizar que los accesorios que se adquieren cumplen los requisitos de calidad necesarios, evitar riesgos y sorpresas, así como poder reclamar, hay que adquirir los productos en establecimientos autorizados que ofrezcan una garantía de calidad.
Dejar que el perro juegue con la correa, que la arrastre un rato, antes de colocársela. Cuando se camina por la calle, hacerlo de forma que el animal quede colocado entre una pared, un muro o una valla y el dueño. De esta manera, se verá obligado a caminar en línea recta y a un ritmo adecuado.
Hay que tener en cuenta que la longitud de la correa sea adecuada, ni muy corta ni muy larga, entre 170 y 190 centímetros. De esta forma, el perro tiene suficiente libertad de movimiento y también se le puede controlar.
En cuanto al material, las correas de cuero son resistentes y fáciles de manejar y las metálicas son las más apropiadas para los cachorros, que lo mordisquean todo. En cualquier caso, lo más importante es que el punto de enganche sea resistente y la empuñadura, cómoda y segura. También se debe tener paciencia hasta que el animal se acostumbre a llevar la correa.