La crisis del plástico es un problema que debemos afrontar desde ya. Pero ¿cómo hacerlo? Siempre que sea posible, es preferible evitar directamente el consumo de productos o envases de un solo uso e intentar decantarse por opciones reutilizables. Pero en algunos casos, como ocurre en los productos con alérgenos (el apio, por ejemplo), el envase resulta necesario para evitar la contaminación cruzada. ¿La solución pasa entonces por emplear otros materiales? Lo analizamos en el siguiente artículo.
En busca de otras opciones
Los plásticos tienen unas características, como su ligereza, transparencia y moldeabilidad, que han potenciado su aplicación en muchos usos, entre ellos los envases. Sin embargo, se han desarrollado otros materiales alternativos: vidrio, papel, cartón, tela…, aunque no son necesariamente más sostenibles. Cada caso requeriría un análisis pormenorizado que valorase sus riesgos y sus beneficios, así como una mirada contextual que tenga en cuenta la situación medioambiental de los lugares en los que generará algún impacto, con especial detenimiento en los aspectos medioambientales más críticos de cada zona a la que afectará.
Europa ya ha aprobado la llamada Directiva de Plásticos 2019/904 (UE), que prohíbe, a partir del 1 de enero de 2021, la venta de artículos de plástico de un solo uso, como cubiertos y platos de usar y tirar, bastoncillos, bolsas y, cómo no, las pajitas. Ante la entrada en vigor de esta normativa, los fabricantes se preparan y plantean alternativas a las pajitas.
Unos, por ejemplo, apuestan por la celulosa, pero tiene sus inconvenientes: sigue siendo de un solo uso y tiende a deshacerse si permanece mucho tiempo en contacto con la bebida. El papel y el cartón, además, requieren una enorme cantidad de agua, tanto para su fabricación como para su reciclaje. Según la Unesco, para producir una hoja de papel A4 se gastan 10 litros de agua. Además, la producción de estos materiales implica, algunas veces, un proceso de deforestación que, entendido de forma masiva, podría ser inasumible. Por eso, a la hora de elegir estos materiales habría que fijarse en algunas certificaciones como el sello Forest Stewardship Council (FSC), que garantiza que la materia prima proviene de plantaciones forestales donde los árboles nativos se replantan como parte del proceso.
Imagen: stux
Otra alternativa a las pajitas de plástico son las demetal. Existen varios tipos y muchos de ellos son perfectamente viables para un uso alimentario. Pero, en el caso de las pajitas, entrañan riesgos de seguridad, ya que se pueden clavar en el paladar.
Y, por último, la silicona. Es un polímero de silicio flexible que se puede reutilizar muchas más veces que cualquier plástico, es fácil de reciclar y su eliminación por incineración no genera compuestos tóxicos (pero sí gases de efecto invernadero), como ocurre con muchos plásticos. Además, a diferencia de la madera, la silicona es fácil de limpiar para eliminar los temidos biofilms bacterianos (bacterias que crecen en películas apiladas unas sobre otras), que suponen uno de los mayores riesgos en seguridad alimentaria.
Pero mas allá del ejemplo de las pajitas, no existen soluciones mágicas ni alternativas perfectas, y la silicona tampoco lo es: no resiste los cortes de un cuchillo, no permite empaquetar grandes palés, no podemos hacer con ella láminas finas y transparentes lo suficientemente resistentes y no sirve para fabricar bolsas, botellas deagua o envases para la lejía. En conclusión, a la hora de tomar una decisión, hay que tener en cuenta muchos factores; entre ellos, su impacto ambiental global.
El consumo deja huella
La huella ambiental mide el impacto de un producto sobre el medio ambiente a lo largo de su ciclo de vida, desde que es extraída la materia prima para su producción hasta que se genera (y trata) el residuo tras su uso. Se basa en 14 categorías de impacto, desde el agotamiento de los recursos naturales, el uso del suelo, la contaminación derivada de su extracción, transformación y transporte y los efectos sobre el clima, hasta aspectos directos sobre el ser humano como los efectos sobre la salud. Es decir, para conocer la huella ambiental de un producto hay que analizar su impacto en el ecosistema desde su fabricación hasta el final de su vida (incluida la gestión del residuo tras su uso), recabando datos sobre su consumo de agua y energía, sus emisiones a la atmósfera…
Imagen: S. Hermann & F. Richter
Reducir nuestra huella ambiental es clave para conseguir un desarrollo sostenible, concepto que lleva implícita la posibilidad de que las generaciones actuales puedan satisfacer sus necesidades, sin comprometer la posibilidad de que las satisfagan las generaciones de mañana.
¿Cuál es la solución?
En definitiva, materiales alternativos existen y cada uno añade un nuevo punto de vista, con sus propios problemas e impactos. La sostenibilidad no es algo sencillo y se debe abordar desde muchas perspectivas, cada una de ellas con sus particularidades. Es obvio que quien pueda permitirse hacer una bolsa de tela con una vieja camiseta estará reduciendo el uso de las bolsas de plástico, y que comprar unas pajitas o unos táperes de silicona evita la utilización de cientos de pajitas de usar y tirar y de docenas de envases de plástico.
Pero la respuesta no está tanto en el material comoen una concienciación de los efectos de nuestroshábitos. Para disminuir el impacto y cuidar el medio ambiente, el consumidor puede aportar su granito de arena si pone en marcha la regla de las tres erres: reducir,reutilizar y reciclar. La producción de envases u objetos genera un impacto ambiental, sean del material que sean. Por lo tanto, en primer lugar, lo idóneo es evitar su uso o consumo (reducción). Pero si esto no resulta posible, es preferible decantarse por materiales que provengan de fuentes renovables y que hayan sido producidos minimizando su huella ambiental, además de intentar alargar su vida útil (reutilizándolo las veces que sean posibles) y, finalmente, gestionar su residuo de modo correcto.
Este último punto, el reciclaje, está cada vez más presente en los hábitos de los consumidores: en 2018 se reciclaron en España 1.453.123 toneladas de envases de plásticos, latas, briks, envases de papel y cartón, lo que que evitó la emisión de 1,6 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, según cifras de Ecoembes. El siguiente paso, por tanto, consiste en concienciarse en la reducción y en la reutilización.