Antonio Lecuona es Ingeniero Aeronáutico y Catedrático del Área de Máquinas y Motores Térmicos de la Universidad Carlos III de Madrid, donde dirige el Departamento de Ingeniería Térmica y de Fluidos. Colabora con empresas nacionales y extranjeras desde hace más de dos décadas, siendo su laboratorio suministrador oficial de la Agencia Espacial Europea (ESA), y ha participado en varios proyectos europeos. Su actividad se ha especializado en el desarrollo de tecnologías que logren una mayor eficiencia energética, lo que supone reducir el impacto ambiental. En definitiva, según sus palabras, «no hay energía más limpia que la que no se consume.»
La contaminación atmosférica se debe en un 90% a la producción de energía. Los problemas del calentamiento global, la capa de ozono, etc., han alcanzado un nivel planetario, y un punto de insolidaridad: Hay poblaciones que jamás han hecho uso de la energía y sufren sus consecuencias. El problema del agujero de ozono se encuentra en la Antártida, en el polo sur, y allí nadie emite contaminantes. La tecnología no sólo hay que usarla para explotar el medio ambiente, sino para preservarlo.
Está muy mal distribuido: El 30% de la población mundial consume el 90% de la energía. Es un problema que amenaza la sostenibilidad. A los países que empiezan a desarrollarse, y que necesitan para ello cierta cantidad de energía, habrá que decirles que ya no queda petróleo o es muy caro, o que está en manos de unas pocas personas que no lo quieren soltar. Esto generará, aparte de injusticias, un problema de sostenibilidad tremendo.
Lo que estamos haciendo ahora va a poner en peligro la subsistencia de nuestros herederos, o como poco su calidad de vida o su saludEl medio ambiente es muy importante, pero cuando tienes cubiertas otras necesidades. En otros países, donde lo están pasando mal, el medio ambiente no se cuida. Es una preocupación de una sociedad que ha alcanzado un nivel. Se trata también de un problema intergeneracional: lo que estamos haciendo ahora va a poner en peligro la subsistencia de nuestros herederos, o como poco su calidad de vida o su salud. En cuanto se ha vencido el problema de la subsistencia, llega la preocupación por el medio ambiente, y la sociedad se da cuenta de que la subsistencia está en peligro. Es un ciclo que se está cerrando.
La preocupación por contaminar poco ha existido desde siempre. Los romanos ya dictaban normas preservando los malos olores o los humos; es tan antiguo como la civilización. Lo que ocurre es que ahora nos preocupa más, porque progresa la sociedad, y porque nos estamos dando cuenta de lo que anticipaba el Club de Roma: La Tierra se nos acaba, es finita, y todo lo que ensuciemos a partir de un cierto momento no se va a recuperar por si solo. Por ejemplo, los que nos dedicamos a los motores hemos estado preocupados por la contaminación, y se han logrado avances enormes, muchas veces sin que el público lo supiera.
No sólo se trata de preservar lo que todavía queda virgen, sino de recuperar lo que se ha estropeado en el pasado. Por ejemplo, hay ahora un programa para restaurar los terrenos destruidos o invadidos por los residuos de las minas de la Cuenca Leonesa. En aquella época preocupaban más otras cosas, como tener carbón para calentarse, de la manera que fuera. Pero afortunadamente hemos progresado y ahora nos preocupa el daño que se está haciendo ahora y el que se hizo en el pasado. Restaurar lo que está mal hecho es un deber de todos.
La actividad humana es impactante siempre. El mero hecho de construir una choza significa alterar el medio ambiente. El problema viene cuando se supera su capacidad de digestión. De todas formas, el problema no es la Tierra, sino nosotros, que somos muy delicados. El calentamiento global o el cambio climático ya se han dado en el pasado, y en ocasiones de manera más intensa. El planeta se ha recuperado, pero por el camino se han extinguido muchas especies. Al final, nos preocupa nuestra supervivencia. Si hay una subida del nivel de los mares, va a haber regiones del planeta que van a quedar sumergidas, y millones de personas van a verse afectados.
Consumimos cien veces más que los países subdesarrollados. Es una obesidad que hay que tratar por la salud del planetaLa sociedad tiene que adelgazar en términos de consumo energético. Vivimos en una sociedad energéticamente obesa: Consumimos cien veces más que los países subdesarrollados. Es una obesidad que hay que tratar por la salud del planeta. Hay que analizar dónde están los mayores atracones, y evitar que no se despilfarre.
La expresión de ahorro energético no me gusta, porque la energía no se ahorra: o gastas más o gastas menos. Prefiero hablar de eficiencia energética o de racionalidad energética. No hay energía más limpia que la que no se consume. Es ridículo pensar que todos vamos a ir en bicicleta: la gente querrá seguir viviendo de la misma manera o mejor. Por eso hay que buscar la manera de seguir haciendo lo mismo que ahora pero consumiendo menos energía. Y eventualmente, si el consumo no se puede disminuir de manera importante, descubrir cómo lograr que ese consumo sea más sostenible y menos impactante con el medio ambiente.
En general, las energías renovables son más caras que el petróleo, y suelen estar subvencionadas, lo cual es lógico para incentivarlas, para que despeguen y puedan ser competitivas. Hay que trabajar todavía mucho para abaratarlas, hacerlas llegar al público, hacerlas fiables, etc. Además, suponen una fuente de riqueza. La energía eólica está llevando el empleo al campo: Municipios que estaban arruinados tienen ahora cuentas saneadas porque tienen un parque eólico cerca. La biomasa, o el cultivo para producir energía, puede revitalizar el campo que está ahora languideciendo porque hay un exceso de producción agrícola. Hay muchas posibilidades, pero son caras frente al petróleo.
El petróleo todavía está barato. Tendría que subir el doble para empezar a valorar otras fuentes.Para que estuviéramos ahora en las mismas condiciones que se sufrieron en las crisis del petróleo del año 73 y 78, el petróleo tendría que estar ahora a 100 dólares el barril, y no lo está. Y en aquella época se tenía menos tecnología. No quiero decirlo, pero casi lo digo: el petróleo todavía está barato. Tendría que subir el doble para empezar a valorar otras fuentes.
Estamos trabajando para acoplar la oferta de las energías limpias a la demanda, para consumir menos energía y evitar el impacto ambiental asociado. Un ejemplo es el denominado “frío solar”: Aprovechar las instalaciones de energía solar en verano, que están ociosas y a punto de deteriorarse por el sol, para los sistemas de aire acondicionado. El pico de consumo de energía eléctrica en verano ha logrado igualar al de invierno, y sigue creciendo. En España se están instalando más de un millón de aparatos de aire acondicionado al año, más del doble del número de viviendas construidas. Eso significa que habrá apagones o que habrá que ampliar la red eléctrica, y eso es carísimo.
Habría que volver al paradigma de la generación energética distribuida, en lugar de la actual, centralizada. En el pasado, cada pequeña ciudad tenía su central generadora de electricidad y de calor. Al ir creciendo las ciudades, este modelo cayó en desuso, sobre todo por impulso de los norteamericanos, que apoyaron la construcción de grandes centrales eléctricas cerca de las minas, en lugar de las ciudades, y el transporte de la energía a larga distancia. Algunos pensamos que este paradigma está llegando a su límite, por lo que hay que evolucionar hacia ese paradigma distribuido: que en los barrios, en las pequeñas ciudades, en las casas, en las factorías, se genere energía.
Es muy difícil de conseguir, pero por lo menos ir generando, lo que robustece además el sistema. Y es más equitativo, porque produce empleo allí donde se produce, no como en las grandes centrales actuales.