Los científicos tienen cada vez más evidencias de la incidencia del ser humano en el cambio del clima de nuestro planeta, con consecuencias imprevisibles. No obstante, aún se está a tiempo de tomar las medidas necesarias para evitar posibles catástrofes. Entre las medidas a adoptar, figura el Plan Nacional de Asignación de derechos de emisiones contaminantes para cumplir con los objetivos del Protocolo de Kyoto, cuyo borrador dará a conocer el Gobierno español hoy jueves, ante la Comisión delegada de asuntos económicos del Gobierno.
Un fenómeno muy complejo
Explicar qué es el clima y los cambios que experimenta no es una tarea sencilla. Para empezar, hay que tener en cuenta que la propia definición de clima se refiere al estado medio de la atmósfera en un largo periodo de tiempo. Por lo tanto, los datos de un único año no son suficientes para demostrar la existencia de cambio climático. Asimismo, las variaciones en el clima dependen de un gran número de factores como, por ejemplo, las condiciones de la atmósfera, las aguas superficiales y subterráneas, los hielos y las zonas cubiertas de nieve, la tierra firme, incluyendo sus diversos ecosistemas y tipos de vegetación, la actividad del Sol, las variaciones de la órbita de la Tierra, las erupciones volcánicas, que con sus cenizas oscurecen la atmósfera, o la actividad humana que añade gases o partículas a la atmósfera.
Por otra parte, el cambio climático es parte de la historia de la Tierra. A lo largo de sus 4.600 millones de años, nuestro planeta ha sufrido fluctuaciones climáticas muy grandes, con alternancias de épocas con clima cálido y glacial, pasando a veces bruscamente de unas situaciones a otras. Para que se produzcan estos cambios no es necesario un gran cambio de temperatura. Así, la diferencia de temperaturas medias de la Tierra entre una época fría, con grandes casquetes glaciares extendidos por toda la Tierra, y otra como la actual, es de sólo unos 5º C o 6º C. De ahí el interés por la temperatura de la atmósfera, ya que unos cambios en apariencia pequeños pueden suponer grandes transformaciones en los ecosistemas y en los climas y formas de vida de grandes zonas de la Tierra.
Para comprender el clima, los científicos utilizan potentes ordenadores que realizan modelos matemáticos con los que tratar de tener en cuenta todos estos factores, las relaciones entre ellos y las leyes que regulan sus cambios. Debido a esta complejidad, las conclusiones pueden llegar a ser muy diferentes. De hecho, existen modelos climatológicos que dicen que las corrientes marinas de un clima global más cálido se estabilizarían a través de las correspondientes alteraciones en las zonas tropicales. El propio Wallace S. Broecker, el científico que a mediados de los noventa indicó la acción de los gases de efecto invernadero en el cambio climático, ha declarado que no existe un modelo que pueda reproducir los inmensos cambios que conllevaría una mayor cantidad de agua producida por los deshielos. Hay otros estudios que hablan de posibles evoluciones de nuestro planeta que serían traumáticas para la especie humana, aunque muchas veces son contradictorios. Se ha dicho por ejemplo que el cambio climático puede impedir la próxima glaciación, o que dentro de 500 millones de años no quedará vida en la Tierra.
No obstante, aunque no se sepa con exactitud qué puede llegar a ocurrir, se tiene constancia que el clima está cambiando, por lo que hay motivos para estar en alerta. La pasada década ha sido la más cálida de los últimos 500 años en Europa, mientras que las temperaturas han alcanzado niveles desconocidos en Canadá, Estados Unidos, Hawai, China, Rusia o Alaska. En este sentido, se estima que para los próximos 100 años habrá un aumento global de la temperatura entre 1,5 y 4,5º C, e incluso de hasta 8 y 10 grados en las regiones polares, teniendo en cuenta además que desde la revolución industrial la temperatura de la atmósfera ha aumentado 0,5º C. Este cambio podría producir por ejemplo que los desiertos se volvieran más cálidos, lo que tendría graves consecuencias en el Oriente Medio y en África, donde el agua es escasa. Por otra parte, entre un tercio y la mitad de todos los glaciares del mundo podría llegar a fundirse, por lo que millones de personas podrían ver inundados los lugares en los que viven por la subida de las aguas.
¿Cambio producido por el hombre?
Los científicos consideran al llamado “efecto invernadero” como uno de los principales causantes del aumento de la temperatura. La Tierra experimenta un efecto natural que provoca que la energía que le llega sea “devuelta” más lentamente, por lo que es “mantenida” más tiempo junto a la superficie y así se conserva la elevación de temperatura. De esta forma, la temperatura media en la Tierra es de unos 15º C, aunque si la atmósfera no existiera sería de unos -18º C. Se le llama efecto invernadero por similitud, porque en realidad la acción física por la que se produce es totalmente distinta a la que sucede en el invernadero de plantas. Ahora bien, los rayos solares no pasan con igual facilidad por unos gases o por otros; así, mientras el oxígeno y el nitrógeno son transparentes a las radiaciones infrarrojas, los gases con efecto invernadero no lo son.
En el último siglo, la concentración de anhídrido carbónico y otros gases invernadero en la atmósfera, como el dióxido de carbono, el metano o el óxido de dinitrógeno, ha ido creciendo constantemente debido fundamentalmente a la actividad humana, desde la quema de grandes masas de vegetación para ampliar las tierras de cultivo, hasta el uso masivo de combustibles fósiles como el petróleo, carbón o gas natural.
Para tratar de averiguar si la acción del ser humano está provocando un cambio en el clima, se constituía en 1988 la Comisión Internacional de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), dependiente de las Naciones Unidas y la Organización Meteorológica Mundial. Con los datos de aquellos años, todavía había la posibilidad de que el aumento de temperaturas se debiera a una fluctuación natural y de hecho, los informes publicados en 1990 y 1995 no afirmaban tajantemente la influencia de la actividad humana. Sin embargo, en un tercer informe, publicado el verano de 2001, se indicaba claramente que la acción del ser humano en el cambio del clima a escala mundial ya era perceptible, siendo el calentamiento global del planeta un dato evidente.
Además del cambio climático global, también existen cambios climáticos locales. Por ejemplo, en las ciudades se está produciendo lo que se denomina “islas de calor”. Si durante el último siglo la temperatura global del planeta ha aumentado medio grado, un habitante de una gran ciudad ha tenido que soportar un aumento de un grado en menos de 30 años, a causa de los grandes espacios asfaltados, los edificios altos y el consumo masivo de combustibles.
Pero lo que más parece preocupar a los climatólogos es la cantidad de agua que se produciría por el efecto invernadero. La revista Nature publicó, coincidiendo con el estreno de la película “El Día de Mañana”, un estudio de científicos británicos según el cual antes de que se acabe el siglo XXI el calentamiento de los mares habría alcanzado los tres grados. Los deshielos provocarán, entonces, que el nivel del mar suba 7 metros. Respeto de las precipitaciones, los científicos tampoco tienen un conocimiento muy preciso. Según Javier Martín Vide, profesor de geografía física de la Universidad de Barcelona, “las previsiones apuntan a que en el mundo mediterráneo habrá pocas lluvias pero fuertes, dos características que no nos interesan”.
Cómo evitar la catástrofe
En 1997, se firmaba el protocolo de Kyoto con la finalidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a los niveles de 1990 antes del año 2012. Las cuotas fijadas para cada país contemplaban por ejemplo una reducción del 8% para los en aquel entonces 15 miembros de la Unión Europea, Suiza y varios países europeos; del 7% para EEUU y Canadá, y del 6% para Japón. Rusia, Nueva Zelanda y Ucrania quedaban obligados a estabilizar sus emisiones en igual plazo. Australia podría aumentar hasta un 8%, Noruega un 5% e Islandia un 10%. La reducción global para la UE se distribuiría entre sus miembros, de manera que algunos como España tienen derecho a aumentar hasta un 15% sus emisiones. En este sentido, el Gobierno presentará en Bruselas ante la Comisión Europea el Plan Nacional de Asignación de emisiones, en el que se proponen dos etapas para el cumplimiento de los compromisos de Kyoto, una de 2005 a 2008, y otra de 2008 a 2012. Sin embargo, Estados Unidos, el país más contaminante del mundo, ha rechazado el Protocolo estimando que su aplicación representa una limitación para los intereses de la industria y de la economía del país.
El protocolo de Kyoto, en el supuesto de que se lleve a cabo, sólo prevé una pequeña reducción de las emisiones de gases, como por ejemplo de dióxido de carbono, y esto no es suficiente para parar el calentamiento del planeta. Como apunta el profesor Martín Vide, “se tendrían que reducir de forma más drástica las emisiones para parar a medio plazo el cambio climático. Las empresas y los políticos actúan en corto plazo y, para hacer frente al cambio del clima, hace falta pensar, como mínimo, en acciones que darán resultados de aquí a un cuarto de siglo.”
El peligro parece existir, pero la posibilidad de solucionarlo, también. El científico británico Geoff Jenkins aseguraba recientemente en la Primera Conferencia Mundial de Meteorología en los Medios de Comunicación celebrada en Barcelona, que aunque “estamos condenados para los próximos cincuenta años por nuestro comportamiento actual, podemos empezar a trabajar ahora mismo para influir en la situación meteorológica del final de siglo”. Por su parte, el especialista en cambio climático Klaus Hasselmann aseguraba en Madrid, con motivo de la celebración del “Día mundial del medio ambiente”, que todavía hay tiempo para “revertir” el cambio climático, aunque, advirtió, “ya no puede haber retrasos en la adopción de medidas” que frenen las emisiones de gases de efecto invernadero.
En definitiva, se trata de un problema global, y las soluciones deben ser tomadas por el conjunto de los países. Las medidas a tomar son muy diversas, pero chocan en buena medida con el modelo de desarrollo industrial y económico planteado en la actualidad: Aumentar la eficiencia en el reciclado de materiales y sustituir materiales y procesos contaminantes por los que provocan menores emisiones de gases invernadero, cambiar el estilo de vida basado en el derroche energético y los hábitos de transporte, construir viviendas y edificios que usen la energía con mayor eficiencia, establecer adecuadas políticas de explotación forestal que detengan la deforestación y que regeneren los bosques, ayudar adecuadamente a los países con economías menos desarrolladas, estimular la investigación y el desarrollo para hacer disponibles nuevas tecnologías, etc.