Hasta 20 metros de altura llega a alcanzar el «Quercus orocantábrica» o roble cantábrico, una nueva especie de roble descubierta por investigadores de las universidades de León, Oviedo y la Complutense de Madrid, que confirma nuevamente las teorías de Charles Darwin sobre la evolución natural. Durante dos décadas, Salvador Rivas-Martínez, de la Universidad Complutense; Tomás Díaz, de la de Oviedo, y Ángel Penas y Félix Llamas, de la de León, han investigado lo que parecía ser sólo el híbrido de otras dos especies, el «Quercus robur» o carbayu común y el «Quercus petraea» o roble albar. Los primeros ejemplares que se documentaron, en altitudes casi siempre superiores a los 1.800 metros, presentaban características a medio camino entre ambos progenitores, pero su interés botánico no pasaba del de otras rarezas, hibridaciones vegetales que originan individuos únicos que son incapaces de reproducirse y, por tanto, no pasan de la primera generación.
Así, durante muchos años, el roble cantábrico parecía ser una mezcla genética de dos especies. Incluso se le llegó a bautizar como «Quercus rosacea» o roble rosado. Pero en las altas cumbres surgió la sorpresa. Los botánicos analizaban periódicamente los híbridos que habían ido localizando, siempre en zonas en las que el carbayu común y el roble albar compartían hábitat, pero en sus campañas de recogida de muestras se encontraron con algunos fenómenos peculiares: en determinados parajes de la reserva natural de Muniellos, en varias montañas de Orense y en los macizos montañosos de Sanabria, en Zamora, localizaron poblaciones muy considerables de roble cantábrico. Y sin contacto cercano con bosques de carbayu común o de roble albar. El fenómeno era, en verdad, extraño, porque la imposibilidad de reproducirse que se le atribuía al roble cantábrico no casaba bien con la lejanía de las poblaciones de sus supuestos progenitores, tanto actuales como documentadas en el pasado. De ese modo, los científicos comenzaron a considerar la posibilidad de que el roble cantábrico no fuera sólo un híbrido, sino que éste hubiera experimentado una mutación genética que le permitiese reproducirse.
Dificultades añadidas
De nuevo comenzaron las investigaciones, con importantes dificultades añadidas. Una era que en zonas en las que se sabía positivamente que los árboles estudiados eran híbridos, comenzaron a aparecer muestras de los ejemplares que finalmente confirmarían la existencia de una nueva variedad. Otra dificultad era que durante mucho tiempo el mero hecho de regresar a los ejemplares marcados sin contar con el actual GPS suponía graves quebraderos de cabeza.
Con todo, tras estudiar alrededor de 5.000 ejemplares diferentes, se hallaron en muchos de ellos bellotas con embrión y granos de polen con capacidad de fecundación, por lo que se pudo describir el «Quercus orocantabrica» como una nueva línea genética independiente ya de sus ancestros.