Los expertos señalan la importancia de educar a los niños en el cuidado del entorno. Si de pequeños se interiorizan buenas prácticas y recuerdos asociados al medio ambiente, de mayores será más fácil que se conciencien por su cuidado. Para ello, los adultos tienen la responsabilidad de enseñar a los más pequeños valores y hábitos ecológicos. Este artículo propone cinco consejos que ayudarán a lograrlo.
1. Concienciar con el apoyo de todas las personas cercanas
En la tarea de concienciar a los niños, los progenitores son los protagonistas, pero los resultados serán mejores con el apoyo de su entorno cercano: familiares, amigos, profesores… El centro educativo, en el que los niños pasan buena parte de su tiempo, puede adoptar la Agenda 21 Escolar. Gracias a este programa de Naciones Unidas, los colegios se vuelven más sostenibles y se inculca una educación ambiental entre sus participantes.
2. Educar con el ejemplo
Los niños tienen que comprender que su vida depende del medio ambienteLos niños aprenden por imitación, sobre todo de las personas de su entorno que consideran referentes. Por ello, la educación ambiental comienza por nosotros mismos. Si los más pequeños nos ven tirar un residuo en la calle o en la naturaleza, o bien dejar las luces encendidas o los grifos abiertos sin necesidad, harán lo mismo.
La labor de concienciación debe ser constante, diaria, con paciencia. Hay que repetir las veces que sea necesario los consejos o las pautas que el niño debería adquirir. En vez de castigar las malas conductas ecológicas, es preferible reforzar y premiar las buenas. El niño lo interiorizará como algo positivo y le quedará mejor grabado para el futuro.
Los niños tienen que comprender que su vida depende del medio ambiente y que, si no se cuida, no podrán respirar, beber agua, comer, vestirse, etc. Además de cómo, hay que explicarle al niño por qué. Si se le enseña que al lavarse las manos no hay que malgastar el agua y solo usar la cantidad necesaria de jabón, hay que comentarle que el agua es un recurso escaso del que dependemos.
3. Enseñar hábitos ecológicos prácticos
No hace falta convertirse en un activista o un profesional ambiental para preocuparse por nuestro entorno. En nuestra vida cotidiana se pueden asumir unos sencillos hábitos ecológicos que, además de contribuir a cuidar el medio ambiente, ahorran dinero:
- Agua y energía. Cerrar el grifo y no abusar de la ducha, o apagar los aparatos o las luces si no se utilizan, son hábitos básicos que a los niños les cuesta interiorizar. Cuando se funda una bombilla, se puede ir con el niño a comprar una de bajo consumo y explicarle las ventajas ambientales y económicas de ahorrar electricidad.
- Transporte. Siempre que sea posible hay que evitar el coche privado, para ir a pie a todas partes, incluso al colegio, gracias a los sistemas de pedibús. Si no se puede, la bicicleta es un sistema de movilidad económico y ecológico (con el que se pueden hacer también rutas con niños) o bien se puede viajar en transporte público.
- Alimentación. El despilfarro de comida causa un importante impacto ambiental. Por ello, es muy importante inculcar valores alimenticios no solo saludables, sino también ecológicos, como no tirar la comida, comer productos locales y de temporada o evitar los productos con un empaquetado excesivo.
- Reducir, reutilizar, y reciclar. La regla de las tres erres es un hábito de consumo ecológico básico según el cual lo más importante es reducir el uso de recursos, después reutilizar los productos para alargar su vida útil y, una vez que el producto no se puede emplear más, reciclarlo. Encapricharse de muchas cosas es fácil, pero tiene un impacto económico y ambiental, así que hay que consumir de forma responsable. Los juguetes se pueden compartir, arreglar para que duren más, hacerlos en casa con materiales reciclados, o comprarlos de segunda mano. También se pueden colocar unos contenedores de colores en casa para que los niños aprendan a diferenciar los residuos y reciclarlos.
4. Relacionarles con la naturaleza
Gran parte de los niños vive en entornos urbanos y no tiene ese contacto directo con la naturaleza, necesario para conocer la importancia de cuidarlo y comprobar las consecuencias de unos malos hábitos. Siempre que se pueda, hay que ir con ellos a la naturaleza, pasear, hacer excursiones, practicar juegos al aire libre, etc., para disfrutar de ella con respeto (evitar tirar residuos, no hacer fuegos, etc.) e, incluso, con un comportamiento más activo, como plantar un árbol. La psicóloga y filósofa Heike Freire, autora del libro ‘Educar en verde’, defiende que los niños necesitan un poco de «salvajismo» diario (mancharse las manos con barro o subirse a un árbol) y que cultiven más su tendencia innata a lo «natural» (oír los pájaros, ver las flores, investigar, observar).
Cuando no se pueda ir a la naturaleza, conviene al menos acercarse a un parque urbano, una zona verde, un jardín botánico, etc. Otra opción es «traer» la naturaleza a casa y hacerse cargo de una planta en una maceta o, incluso, de un pequeño huerto urbano, que puede ponerse en marcha en su colegio.
5. Sugerirles cultura de contenido ambiental
Los recursos educativos se han diversificado y hay que aprovecharlos para que los niños tengan más conocimientos sobre su entorno y sepan cómo y por qué deben cuidarlo. Los contenidos ambientales se pueden encontrar en formatos diversos, desde los más clásicos libros infantiles y juveniles, hasta los más modernos videojuegos.