El problema, que ha saltado a la palestra por los efectos del cambio climático o la dependencia de los combustibles fósiles de una agricultura altamente industrializada, pone sobre mesa la fragilidad de nuestros suelos que en cuestión de minutos acaban degradados y necesitan miles de años para regenerarse.
La alimentación está en juego
Esa fragilidad contrasta con una cifra. Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el 95 % de nuestros alimentos proviene del suelo. No solo nos nutrimos de productos agrícolas, sino que producimos piensos para alimentar a la ganadería. Así, un suelo degradado puede provocar “un reducción o inestabilidad en la oferta de alimentos; en el peor de los casos escasez de alimentos y de forma más probable un incremento importante del precio”, explica Ivanka Puigdueta, coordinadora del ‘Libro Blanco de la Alimentación Sostenible en España‘ e investigadora en la consultora ICATALIST.
En España ya se están dejando notar algunos efectos y se está produciendo cierta degradación
del suelo en zonas de olivar que se cultivan en pendientes y sin cubierta vegetal. Esto podría derivar en su producción y subir los precios del aceite de oliva, explica la experta, también miembro del CEIGRAM (Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Medioambientales) de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Si esa degradación se traslada a Sudamérica, donde se producen buena parte de los piensos que come gran parte de la cabaña ganadera de España, se notará en los productos ganaderos.
Pérdida de tierras de cultivo
Un estudio publicado en 2018 en la revista Science of the Total Environment por un grupo de investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, del Laboratorio de Historia de los Agrosistemas, sostiene que entre 1933 y el 2008 se perdieron en España el 17 % de las tierras de cultivo. Cada década, el nivel medio de materia orgánica ha ido disminuyendo de manera sostenida, aunque desde la entrada en la Unión Europea y la puesta en marcha de políticas agrarias más sostenibles, se han conseguido contener el avance. A nivel mundial, 50.000 km2 de suelos se van perdiendo cada año, según la Alianza Mundial por el Suelo.
La salanización, los incendios forestales, las precipitaciones torrenciales que caigan con especial intensidad en el momento en el que suelo está desnudo, además de la escasez de agua, la pérdida de biodiversidad o el aumento de temperaturas, provocan una menor producción y hace que el suelo se degrade.
Parte de la erosión del suelo es natural y se produce en todas las condiciones climáticas de todos los continentes. Pero gran parte de ella se debe a actividades humanas insostenibles —como el sobrepastoreo, la agricultura intensiva y la deforestación— que pueden aumentar la tasa de erosión del suelo hasta un millar de veces, según la FAO.
¿Cómo podemos cuidar ese suelo?
Sin embargo, no todo es negativo. Según la FAO en algunos lugares del mundo, las tasas de erosión del suelo han disminuido en las últimas décadas. De hecho, la erosión puede reducirse en gran medida en casi todos los contextos con prácticas de gestión sostenible del suelo, como la construcción de terrazas o el desarrollo de cultivos de cobertura que protejan la superficie del suelo.
Para el agrónomo e investigador del CEIGRA, Eduardo Aguilera, la agricultura ecológica cuenta con un conjunto de buenas prácticas de manejo que contribuyen a cuidar nuestros suelos. Entre ellas, destaca las siguientes:
- Evitar que el suelo se quede desnudo, por medio de la incorporación de cubiertas vegetales, sobre todo en cultivos leñosos, mientras que en herbáceos se recomienda acabar con la práctica del barbecho, periodo sin cultivo que suele mantener el suelo desnudo.
- Una reducción del laboreo —de arar— reduce la erosión. El laboreo mínimo es ya una práctica ampliamente extendida en España, especialmente en cultivos leñosos, en los que se aplica en el 43 % de la superficie, aunque también se aplica en un 21 % de la superficie de barbechos, según datos de 2019 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA).
- La aplicación de materiales orgánicos a partir de muy diversas materias primas como el reciclaje de la basura urbana, compostaje a través de residuos urbanos, que generan una economía circular entre la basura urbana y el campo. Esa materia orgánica alimentaría el suelo y lo protegería de la degradación. Otra fuente de materia orgánica serían los residuos de agroindustrias que a menudo no se reciclan, como el orujo de las bodegas, restos de cultivos que muchas veces se queman como olivares y otros leñosos si se picaran y se incorporan al suelo.
En este sentido, Aguilera afirma que, desde el punto de vista del consumidor, los productos ecológicos contribuyen a evitar la degradación del suelo. Según el experto, se ha visto que los suelos mediterráneos responden muy bien a los cambios de manejo y se recupera muy rápido si se aplican toda la batería de buenas prácticas. Tardaría décadas en recuperar sus niveles óptimos, aunque recuperará su fertilidad en cinco años.
Asimismo, mantener una dieta ligada al consumo de carne contribuye a la degradación del suelo, por lo que expertos como Puigdueta recomiendan entrarse en una alimentación de más vegetales —priorizando dietas ricas en vegetales y con un consumo moderado de alimentos de origen animal— y hacia a una relocalización a la producción de alimentos para no ser tan dependiente de terceros países.
Sus efectos en el aire que respiramos
Un suelo sano contribuye a mitigar las emisiones de gases efecto invernadero, a través del secuestro de carbono atmosférico, como carbono orgánico de los suelos. “Si se reduce el carbono del suelo, significa que se está emitiendo a la atmósfera contribuyendo al calentamiento global”, explica Aguilera.
El secuestro de carbono contribuye también a la adaptación al cambio climático, principalmente a través de la mejora de la fertilidad del suelo y sus propiedades hidráulicas. Según el experto, “esta pérdida histórica de carbono del duelo hacia la atmósfera y el potencial que supone la recuperación del carbono aumentando los niveles de materia orgánica del suelo, permite reducir los niveles de CO2 en la atmósfera, mitigar el cambio climático, reducir la degradación del suelo y, a la postre, favorecer la seguridad alimentaria”.