La utilización de combustibles fósiles favorece la emisión de varias sustancias contaminantes. Entre ellas, diversos compuestos gaseosos con base de azufre. Algunos daños medioambientales provocados por estos son la lluvia ácida o el calentamiento global, pero la salud humana también se resiente: su inhalación induce el aumento de los problemas respiratorios y cardiovasculares. Su impacto se ha reducido en los últimos años, pero se ha denunciado a diversos focos emisores, como las centrales térmicas, por sobrepasar en ocasiones los límites legales. Los consumidores pueden tomar varias acciones para que se reduzcan estos gases contaminantes.
El dióxido de azufre (SO2) es un gas contaminante incoloro y con un olor desagradable que se origina en la combustión del carbón y el petróleo. Los ciudadanos y sus entornos urbanos se encuentran en el radio de acción de los focos emisores de este gas. Las centrales termoeléctricas, las refinerías, los hornos, la fundición de metales, las calderas de calefacción o los motores diésel son algunos de los principales causantes de este compuesto. También el humo de los cigarrillos esconde SO2 junto a otras sustancias tóxicas, así como algunas actividades consideradas más ecológicas, como las plantas de biomasa, de geotermia o de cogeneración eléctrica a partir de purines de cerdo.
Los daños en seres vivos, en la tierra o en los edificios pueden llegar a ser cuantiosos
El SO2 se origina en la naturaleza a partir de las erupciones volcánicas u oceánicas (fumarolas). Su proporción es menor en comparación con las emisiones antropogénicas (causadas por el ser humano): se estima que el SO2 de origen natural representa el 25% del total que llega a la atmósfera.
Una vez dispersado en el medio ambiente, el SO2 puede causar diversos efectos negativos. Mezclado con la lluvia, se llega a transformar en ácido sulfúrico y provoca la denominada «lluvia ácida«. El viento puede facilitar que este corrosivo elemento recorra miles de kilómetros antes de precipitarse en bosques, lagos, canales y ríos. Los daños en seres vivos, en la tierra o en los edificios llegan a ser cuantiosos. La cantidad emitida no es la única variable que condiciona el efecto de este gas. La situación atmosférica favorece o dificulta su dispersión.
Otros compuestos de este elemento derivan también en efectos negativos para el medio ambiente. El hexafluoruro de azufre (SF6) se contempla en el Protocolo de Kyoto como uno de los gases de efecto invernadero causantes del cambio climático. La industria papelera utiliza sulfuro de hidrógeno (H2S) para extraer la celulosa de la madera. Si este gas llega a la atmósfera, además de producir un característico olor a huevos podridos, puede transformarse en SO2.
En el ser humano, la inhalación de concentraciones demasiado elevadas de SO2 puede ocasionar problemas de salud. Las vías respiratorias se irritan y, en ocasiones, se daña el tejido pulmonar. Enfermedades relacionadas con el sistema respiratorio y el cardiovascular se pueden originar o agravar por efecto de este compuesto. Los niños, ancianos y, en general, las personas con este tipo de dolencias (asma, bronquitis, enfisema, etc.) son las más sensibles a esta contaminación.
Diversas investigaciones han relacionado el aumento de la concentración de este gas en el medio ambiente con el incremento de enfermedades y la mortalidad en personas mayores. Un estudio, publicado en Journal of Epidemiology and Community Health, midió en Valencia los niveles diarios de varios contaminantes, entre ellos el SO2, entre los años 1994 y 1996. Los científicos cruzaron los datos con los ingresos de urgencias en los dos principales hospitales de la ciudad. Por cada aumento de 10 microgramos por metro cúbico de SO2 los registros por enfermedades cardiovasculares se incrementaban en un 3%.
Cómo reducir los gases de azufre
Ecologistas en Acción afirma que la incidencia de estos gases ha descendido en los últimos años en términos generales. Sus responsables aseguran que uno de los principales motivos es la sustitución de combustibles en las calderas de calefacción: el carbón se ha abandonado de forma progresiva y el fuelóleo se ha prohibido. No obstante, la organización ecologista destaca que aún constituye un contaminante importante en determinados lugares, en especial, en los aledaños de las centrales térmicas de carbón.
Aún constituye un contaminante importante en los aledaños de las centrales térmicas de carbón
Las instituciones son las responsables de garantizar la calidad del aire de sus ciudadanos. La Unión Europea (UE) obliga a los Estados miembros a que adopten las medidas necesarias para que las concentraciones de SO2 en el aire no excedan los valores límite de una legislación cada vez más exigente.
Las industrias que generan estos gases contaminantes deben asumir estas normas, como el Plan Nacional de Reducción de Emisiones de las Grandes Instalaciones de Combustión. Sus responsables disponen de diversos sistemas para reducir su impacto en el entorno. La hidrodesulfuración en los derivados del petróleo o los lavados del gas natural permiten la eliminación de estos compuestos antes de su combustión. La tecnología de los motores diésel ha mejorado en el aspecto medioambiental en los últimos años, de forma que sus emisiones son cada vez menos nocivas.
La sustitución de los combustibles fósiles por energías renovables es otra acción que mejora la calidad del aire. La implantación de un sistema de movilidad sostenible en las ciudades permitiría generalizar el transporte público y reducir el uso del vehículo privado. O cuando menos, los nuevos coches deberían utilizar tecnologías más ecológicas que redujesen la emisión de partículas y gases contaminantes.
Los consumidores pueden contribuir a que se reduzca la polución. En primer lugar, deben ser conscientes del impacto que tiene sobre el medio ambiente y la salud. La reducción de su consumo de energía o del transporte privado ayuda a que la contaminación disminuya.
Los consumidores también pueden exigir a las instituciones que asuman las medidas oportunas y denunciar posibles irregularidades. La UE obliga a los Estados miembros a que ofrezcan información actualizada (como mínimo diaria) y de fácil acceso sobre las concentraciones de SO2. Las páginas web de las Consejerías relacionadas con Medio Ambiente o Industria pueden ser una de las vías para conseguir estos datos. Gracias a estas mediciones, diversos colectivos ciudadanos denuncian emisiones que superan los niveles permitidos en varios lugares de España.
El óxido de azufre tiene diversas aplicaciones industriales. Su poder desinfectante ayudó a su utilización durante siglos en las cubas de vino. La industria alimenticia lo aplica como conservante y antioxidante en zumos, frutos secos, mermeladas, vino, etc. (E220). Se emplea como elemento químico para la síntesis de otras sustancias como el ácido sulfúrico, el cloruro de sulfuril (SO2Cl2) o los clorosulfonatos, precursores de detergentes y otras sustancias. En estado líquido se aplica como disolvente.