La contaminación atmosférica y todos los problemas climáticos derivados de ella tienen también un claro vínculo con nuestros hábitos alimenticios. Es sencillo poner nuestro pequeño grano de arena para paliar estos efectos desde que ponemos el mantel hasta que terminamos con el postre. Algunos consejos son de sentido común. Otros, tal vez, son menos conocidos. Pero conviene incorporarlos a nuestros hábitos.
Cómo combatir los efectos de la contaminación desde nuestro plato
En realidad, el objetivo de comer bien contaminando menos es sencillo: porque se trata de consumir lo que tenemos a nuestro alrededor y hacerlo en su temporada con todas las consecuencias que ello conlleva para el medio ambiente y en la lucha para frenar el cambio climático:
- menos huella de carbono
- menos uso de plásticos y pesticidas
- protección de los suelos
- menor deforestación…
Así, para completar 2.500 kilocalorías diarias de media –una cifra que puede variar según la edad, sexo o complexión física–, la dieta de salud planetaria propone que solo comamos unos 100 gramos de ternera, cordero y cerdo a la semana y 200 de pollo y otras aves. Es decir, apenas 300 gramos de carne semanalmente (una hamburguesa o una pechuga de ave de corral ya completan esa cantidad) cuando en España la media ronda el kilo semanal por persona, según el Gobierno. La comisión EAT-Lancet propone sustituir esas proteínas animales por las procedentes de legumbres, frutos secos y semillas, de las que pide que consumamos unos 900 gramos cada semana.
Asimismo, las recomendaciones de los científicos sobre la dieta planetaria guardan muchas similitudes con la dieta tradicional mediterránea que se practicaba en los años cincuenta y sesenta. La carne y el pescado se consumían de manera esporádica. Y los principales ingredientes de sus platos eran legumbres, semillas, verduras y frutas.
Para la doctora en Nutrición de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad de Málaga, Julia Wärnberg, no hay que demonizar el consumo de carne y eliminar su consumo, sino reducirlo y optar por carnes magras. La clave es adaptar la dieta a cada temporada y a los productos de kilómetro cero y “solo añadiendo productos más lejanos de manera muy puntual”, explica.
Radiografía de un potaje de lentejas sin carne
Los ingredientes que fomenta la dieta de salud planetaria (legumbres, granos, verduras, semillas) implican que muchos de los platos de cuchara tradicionales de la cocina mediterránea son saludables para nosotros y el planeta. Más aún si se liberan de grandes cantidades de carne.
Un buen ejemplo pueden ser las lentejas viudas, es decir, sin carne. “Este tipo de platos podría consumirse dos o tres veces en semana”, comenta María Teresa Nestares, directora del Máster en Alimentación y Deporte para la Salud de la Universidad de Granada. Este plato aporta:
- Proteínas. Las lentejas, como las legumbres en general, contienen mucha proteína, en torno al 23 %. Si se complementan con cereales como el arroz, consiguen alcanzar un valor biológico semejante a la proteína animal.
- Almidón. Un hidrato de carbono complejo nutricionalmente más interesante por ser de absorción lenta. Apto para los diabéticos.
- Fibra. También son un importante aporte de fibra, mejorando el tránsito intestinal y las hace cardiosaludables.
- Minerales. También son fuente de algunos minerales como el hierro, magnesio, fósforo, potasio y zinc.
- Grasa. Su contenido en grasa es casi inexistente (1 %).
- Verduras. Si al plato le sumamos todas las verduras de un buen potaje (zanahoria, patata, tomate, ajo y cebolla), el valor nutricional aumenta, ya que son alimentos ricos en micronutrientes (minerales y vitaminas) y fibra.
- Aceite de oliva. Se completa con una cuchara de aceite de oliva y pimentón. La sal y la pimienta terminan de aderezar lo que es un buen ejemplo de plato saludable y sostenible.