Medusas bioluminiscentes, calamares vampiro, anguilas con bocas gigantescas, peces fútbol, pulpos dumbo… Parecen protagonistas de una película de ciencia ficción, pero son reales. Es la fauna abisal, toda una colección de extrañas criaturas que sobrevive en el fondo del mar a varios kilómetros de profundidad. Ahora que la ciencia empieza a descubrirles, es también su momento de mayor peligro, ante la amenaza del ser humano sobre el medio marino.
A nuestros ojos parecen extravagantes, pero son uno de los mejores ejemplos de adaptación a un medio hostil, caracterizado por la ausencia de luz, unas aguas gélidas y una aplastante presión. Por ello, no es de extrañar que hace unas cuantas décadas se creía que la zona abisal de los océanos, entre 3.000 y 6.000 metros de profundidad, era un desierto sin vida.
Sin embargo, los cada vez más potentes batiscafos y robots sumergibles y los avances tecnológicos en observación submarina están descubriendo una increíble variedad de criaturas. Todo un ecosistema de 303 millones de kilómetros cuadrados de extensión está esperando a ser sorprendido en las profundidades oceánicas.
El 90% de estos animales posee bioluminiscencia, es decir, la capacidad de generar luz mediante una reacción química para diversas funcionesUna reciente prueba de ello son las imágenes que ilustran este artículo, una pequeña muestra del libro «Criaturas Abisales«, en el que la periodista y realizadora de documentales Claire Nouvian ofrece 220 fotografías tomadas por los escasos sumergibles y robots capaces de llegar hasta los 5.000 metros de profundidad. Las imágenes, extraídas de una selección final de 5.000 negativos, vienen apoyadas con textos breves, elaborados por lo principales oceanógrafos del mundo, en los que explican de manera divulgativa cada una de las especies.
El primero de nuestra pequeña galería es el elegido para la portada del libro. Se trata del «Teuthowenia pellucida«, un calamar de ojos saltones y lumínicos de unos veinte centímetros. El segundo es un «Grimpoteuthis«, conocido popularmente como «Pulpo Dumbo amarillo» por sus aletas, situadas sobre sus ojos. Este cefalópodo de veinte centímetros de altura vive entre los 300 y los 5.000 metros de profundidad. El tercero es una medusa, de nombre «Benthocodon», que puede llegar a medir cuatro centímetros de diámetro y cuyo color rojizo le sirve para enmascarar a sus presas fluorescentes y no atraer así a sus depredadores mientras se las come.
Investigar el abismo
En este sentido, cada vez son más los equipos de investigación empeñados en adentrarse en los misterios de las profundidades marinas, como por ejemplo, los proyectos «Deep Scope«, del Instituto Oceanográfico Estadounidense (NOAA), «Ecomar», del Ocean Lab de la Universidad británica de Aberdeen, o MAR-ECO, con sede en Noruega, dentro del Programa para el Censo de la Vida Marina.
De esta manera, se ha podido saber que el 90% de estos animales posee bioluminiscencia, es decir, la capacidad de generar luz mediante una reacción química para diversas funciones, como localizar a sus presas, distinguirse entre machos y hembras o confundir a sus depredadores. Por su parte, los que carecen de sistemas lumínicos, utilizan otros recursos, como sensores olfativos o de movimiento.
En cuanto a la manera de conseguir su alimento, se han podido encontrar desde seres que se alimentan de bacterias a otros provistos de enormes y afiladas dentaduras o estómagos extensibles para aprovechar al máximo las escasas presas de su entorno, pasando por los que aprovechan los restos de animales que llegan desde la superficie.
Asimismo, si bien hay grandes zonas desérticas, también se pueden encontrar pequeños paraísos, como los volcanes submarinos. Se trata de fuentes hidrotermales de la que surgen sustancias químicas y agua a gran temperatura, ideales para bacterias y otras formas de vida, como crustáceos, bivalvos, cefalópodos, etc.
Por su parte, las montañas submarinas parecen ser uno de los lugares preferidos de varias especies de peces abisales para reproducirse. Se cree que estos animales poseen un sentido de orientación que les sirve para llegar hasta puntos concretos donde se «citan» en grandes grupos para aparearse.
Los investigadores y ecologistas subrayan que aún pueden quedar millones de especies por descubrir en las profundidades marinas, pero la amenaza del ser humano puede provocar que muchas de ellas se extingan antes de conocerlas.
Según Xavier Pastor, Director Ejecutivo de Oceana en Europa, “los actuales arrastreros de fondo llegan ya a los 2.000 metros de profundidad con aparejos que pueden destruir un arrecife de coral de 8.000 años en unos segundos y devastar más de 15 kilómetros cuadrados del lecho marinos en una semana”. En este sentido, Enric Sala, investigador del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CSIC), indica que el 30% de las reservas mundiales están ya colapsadas por la sobrepesca. Por su parte, un estudio de la revista Science apuntaba a la desaparición de las pesquerías comerciales mundiales en 2048 de seguir el ritmo actual.
Por ello, activistas de Greenpeace se manifestaban en 2006 frente a la sede de Naciones Unidas (ONU) en Nueva York y diversas embajadas de España, cuya flota pesquera es una de las más importantes del mundo. Los ecologistas mostraron diversas imágenes de criaturas abisales para reclamar una moratoria sobre la pesca de arrastre de profundidad en alta mar.