Son pocas las ocasiones en las que los ciudadanos se detienen a pensar en todos los beneficios que aporta la naturaleza. Son los accidentes, como el recientemente ocurrido en la localidad coruñesa de Cee, los que invitan a reflexionar sobre el coste que tienen estos daños en el ecosistema. En este municipio concreto, la desaparición de los bosques bajo el fuego se tradujo, posteriormente, en inundaciones y cuantiosas pérdidas. ¿Cómo se contabilizan estas pérdidas? Hay que tener en cuenta que en esta tarea la naturaleza también tiene sus propios mecanismos, como la vegetación, que provee oxígeno, de manera que los lagos y acuíferos son una fuente insustituible de agua. Sin ellos, la especie humana no podría sobrevivir. Este es un ejemplo que ilustra una nueva corriente entre ecologistas y economistas, con el fin de buscar la forma de poner cifras a todo eso. Es, dicen, una forma de reconocer el valor de la naturaleza, de concienciar a los ciudadanos y a los gobiernos de que es preciso conservar el entorno natural, porque de ello depende el bienestar de la especie humana. Pero es una estrategia que no está exenta de riesgos porque hay aspectos de los ecosistemas que aún no se conocen bien y difícilmente se pueden valorar. ¿Qué se entiende por poner precios? ¿Quiere decir que el dinero es suficiente para compensar los daños infligidos a una especie o a un entorno natural? ¿Es mejor apelar a la ética de las personas o a su economía?
Nueva corriente entre ecologistas y economistas
Como todos los bosques, los que rodeaban la localidad coruñesa de Cee mantenían la humedad y sus árboles agarraban la tierra con las raíces. Los incendios de este verano acabaron con ellos y las consecuencias, llegado el otoño, se han hecho terriblemente visibles. Las lluvias torrenciales han arrastrado, desde las montañas quemadas, una marea de lodo, ramas, piedras y ceniza hasta el núcleo urbano. El ayuntamiento de Cee valoraba, a principios de octubre, en más de 18 millones de euros los daños causados a las infraestructuras, a lo que había que añadir centenares de casas y comercios afectados.
Menos de un mes después, las fuertes lluvias volvían a sumir Cee en el caos. La consejería de Medio Ambiente achaca las riadas e inundaciones a los incendios y a la creciente urbanización que ha “tapado” muchos espacios naturales. En otras poblaciones gallegas se han dado situaciones similares y la falta de vegetación ha provocado que el agua malograra los bancos marisqueros de las rías. ¿Cuánto dinero se habría ahorrado de no haberse quemado los bosques y cerrado espacios naturales? Una nueva corriente entre ecologistas y economistas buscan la forma de poner cifras a este desastre como una forma eficaz de reconocer el valor de la naturaleza, de convencer a los gobiernos de que es mejor preservar que restaurar, y de que es preciso conservar los ecosistemas, la biodiversidad y el medio ambiente en general.
Un ejemplo está en los humedales abiertos , que actúan como protección natural contra tormentas y contra la elevación del nivel del mar. La destrucción masiva de humedales en Lousiana, en los Estados Unidos, figura entre los factores que agravaron los efectos del huracán Katrina en 2005. El ingeniero ecológico, William J. Mitsch, de la Universidad de Ohio, ha calculado que esos humedales, de haberse conservado, habrían permitido ahorrar buena parte de los miles de millones de dólares que costará reconstruir Nueva Orleans, destrozada tras el Katrina.
Cálculos similares se han hecho en el caso del tsunami que en 2004 barrió el Sudeste asiático. En aquella ocasión, se pudo ver que las zonas donde los manglares permanecían intactos, los daños fueron mucho menores que en aquellos lugares en los que estos bosques salados habían desaparecido bajo la presión urbanística. Otro ejemplo son las emisiones de CO2 a la atmósfera, que también suponen un daño a la naturaleza. Un informe presentado por el gobierno de Blair en el Reino Unido hace unos días ponía cifras a las pérdidas económicas que se darán si no se pone remedio a las emisiones: una reducción del 20% en el producto interior bruto mundial, con consecuencias desastrosas sobre la economía mundial.
La naturaleza en cifras
La destrucción de los ecosistemas tiene consecuencias como la alteración del clima, inundaciones, pérdida de recursos y materia prima, daños en núcleos urbanos y en cosechas. Para convencer a los gobiernos de la necesidad de conservar el medio ambiente, ecólogos y economistas intentan ponerle un precio. El más famoso intento de poner valor económico a los servicios de la naturaleza es el que realizó en 1997 un equipo de investigadores dirigido por Robert Costanza, de la Universidad de Maryland (EE.UU.). Publicado en la revista Nature, el trabajo estimaba esos servicios en una cifra media de 33 billones de dólares anuales. Como servicios de la naturaleza se consideran, y así los incluía Costanza en el estudio, la polinización (la fecundación de plantas y árboles frutales por parte de insectos como las abejas), la provisión de materia prima y alimentos (madera de los bosques, pesca…), la regulación de la temperatura y el clima (que ejercen océanos o bosques), servicios culturales o de recreo (espacios naturales de descanso o eco-turismo), entre muchos otros.
Se trata, explica Jordi Bascompte, biólogo de la Estación Biológica de Doñana, de “valorar los servicios” de la naturaleza. El valor de una masa forestal es, entre otras cosas, el oxígeno que produce. Las abejas polinizan plantaciones como los cafetales y producen miel. Un caso recurrente son las plagas de conejos, que se reproducen con pasmosa facilidad y que, ante la falta de depredadores y la sequía, buscan alimento en los cultivos, que quedan malogrados. La alteración o desaparición de una especie tiene consecuencias sobre el resto, así como
La alteración o desaparición de una especie tiene consecuencias sobre el resto
Todos los ciudadanos, incluidos los políticos, defiende Bascompte, deben concienciarse sobre la importancia de los ecosistemas y pensar en una perspectiva a medio y largo plazo. “Con los cambios climáticos globales se darán cuenta de cómo afecta a su bienestar, con veranos más secos, cambios en los regímenes de lluvia, inundaciones, personas que se quedarán sin casa… todo eso es dinero y una pérdida de calidad de vida muy importante”, advierte.
Uno de los problemas a la hora de valorar los ecosistemas es que no siempre hay una relación causa-efecto visible.
Uno de los problemas a la hora de valorar los ecosistemas es que no siempre hay una relación causa-efecto visible
Ahí radica una de las dificultades a la hora de valorar los ecosistemas y sus diferentes piezas. Puede haber especies, dice el economista Miquel Ortega, “de las que no se conoce el valor”. Y hay aspectos intrínsecamente difíciles de valorar, que ahora no tienen importancia pero sí la pueden adquirir más adelante, si cambian las condiciones climáticas o si se descubren aspectos desconocidos de la naturaleza, asegura este economista. “Afirmar que sabes qué valen los elementos del ecosistema equivale a subrayar que conoces cómo funcionan en todas las circunstancias. Y nadie está en condiciones de afirmar eso”, añade Ortega, que es uno de los coordinadores de la revista internacional Ecología política.
Una opción controvertida
Una forma de concienciar a la población sobre la importancia que tienen los ecosistemas para la supervivencia se centra en poner valor a los servicios de la naturaleza, aunque hay que decir que no está exenta de riesgos. En Costa Rica se ha aplicado una tasa económica para compensar a algunas comunidades por preservar el entorno. En algunas partes del mundo, ilustra Ortega, las comunidades que viven cerca de las desembocaduras de ríos pagan a las comunidades que viven más arriba para que mantengan limpias las aguas. Es lo que se denomina pago por “servicios ambientales”. Pero la conservación, advierten algunos expertos, no puede depender de que algo tenga precio. Puede ‘confirmar’ que no vale nada lo que no tiene un precio, simplemente porque no se ha conseguido discernir su función en el ecosistema.
“Éste, añade Ortega, no es un debate estéril, no se ponen precios porque sí”. El Banco Mundial ha promovido estudios para evaluar el capital natural de los países en relación a su PIB (el informe de 2005, ‘Where is the wealth of the nations?’ recoge parte de ellos). Si se acaban aplicando mecanismos de mercado, en los que la contaminación o el daño al ecosistema se pueden compensar con un pago económico, puede pasar que un río limpio en Europa valga más que uno en la India. >”Poner precio al capital natural puede ser peligroso si se aplica de forma indiscriminada”,
“Poner precio al capital natural puede ser peligroso si se aplica de forma indiscriminada”
Críticas similares se han escuchado en los últimos días en el foro de la revista científica internacional Nature. Pero “evaluar los servicios de los ecosistemas”, defiende Robert Costanza en una carta, “no es lo mismo que hacer de ellos objetos para comerciar en mercados”. Muchos de ellos son “bienes públicos” para los cuales el mercado convencional sirve pobremente. “Sin embargo, conocer su valor es útil para la gestión eficaz y su conservación”. Mantener la biodiversidad y los ecosistemas se ha convertido en una cuestión “crítica” para la supervivencia y el bienestar humanos. La cuestión es, dice Costanza, si para conseguir su preservación es mejor apelar corazón de las personas o a su cartera.