El dióxido de carbono (CO2), también conocido como bióxido de carbono, óxido de carbono y anhídrido carbónico, es uno de los gases más abundantes en la atmósfera. Y juega un papel importante en los procesos vitales de plantas, animales y, en definitiva, para el ser humano, como en la fotosíntesis, la respiración o en diversas actividades internas del cuerpo humano. El CO2, en cantidades adecuadas, es uno de los gases de efecto invernadero que contribuye a que la Tierra tenga una temperatura habitable, ya que impide la salida de calor de la atmósfera. Y es que sin CO2, la Tierra sería un bloque de hielo. El físico y químico escocés Joseph Black descubrió el CO2 alrededor de 1750. A temperatura ambiente, el CO2 es un gas inodoro e incoloro, ligeramente ácido y no inflamable. Cuando alcanza los -78 C se vuelve sólido y se hace líquido cuando se disuelve en agua, aunque si la presión desciende intentará escapar al aire, dejando una masa de burbujas.
Sin embargo, un exceso de CO2 provoca una subida de la temperatura excesiva, dando lugar al calentamiento global, del que se sospecha que puede provocar un aumento de la actividad de las tormentas o el derretimiento de las placas de hielo de los polos, lo que provocará diversos problemas ambientales, como inundaciones en los continentes habitados. El análisis de gases retenidos en muestras de hielo de la Antártida y Groenlandia ha permitido conocer la concentración de CO2 atmosférico y de otros gases de efecto invernadero de los últimos 160.000 años. Con los datos obtenidos, los científicos han detectado que los niveles actuales de CO2 en la atmósfera son los mayores desde que se tiene constancia, produciéndose un aumento sustancial y acelerado durante los últimos 160 años, es decir, desde el inicio de la revolución industrial. Además, los científicos han estudiado que el CO2 se escapa del suelo cada vez más rápido, lo que acelera aun más el calentamiento global.
El incremento de las emisiones de dióxido de carbono provoca alrededor del 50-60% del calentamiento global. La combustión de combustibles fósiles para la generación de energía provoca alrededor del 70-75% de las emisiones de CO2, mientras que el resto de las emisiones son provocadas por los tubos de escape de los vehículos. Pero la emisión de CO2 surge también de los propios consumidores: en España cada hogar produce hasta 5 toneladas de CO2 anuales, según datos del Ministerio de Medio Ambiente. Sólo el coche y la calefacción concentran el 54% del CO2 emitido por el consumo familiar.
Sólo el coche y la calefacción concentran el 54% del CO2 emitido por el consumo familiar
Para restringir las emisiones de gases invernadero, principalmente CO2, se rubricaba en diciembre de 1997 el protocolo de Kyoto, donde los países firmantes se comprometían a reducir estas emisiones en una media de 5,2% hasta el 2012 respecto a los niveles de 1990. Sin embargo, según un informe de Naciones Unidas, las emisiones de gases contaminantes, sobre todo de CO2, aumentarán en los países industrializados en un 17% en los próximos 10 años a pesar de los compromisos por reducirlos. Estados Unidos, principal emisor de CO2 del mundo, no ha firmado el protocolo porque considera que los perjuicios para su economía son mayores que los supuestos beneficios para el medio ambiente. No obstante, el Protocolo podría originar grandes ganancias para aquellos países que desarrollen tecnologías ecológicas y para los que emiten menos gases con efecto invernadero de lo permitido, puesto que todo ello se podrá vender a aquellos países que no cumplen con los objetivos.
El CO2, además de sus funciones en la naturaleza, es utilizado por el ser humano para diversas aplicaciones:
Agricultura: Por su papel en el crecimiento de las plantas, a veces se utiliza como abono.
Alimentación: En bebidas refrescantes y cerveza, para hacerlas gaseosas.
Protección contra incendios: En forma de gas o como sólido no conduce la electricidad y puede emplearse contra fuegos de equipos eléctricos en tensión. A su vez no deja residuos.
Usos industriales: En máquinas frigoríficas o congelado como hielo seco, en la obtención de la cafeína y en el proceso de descafeinar el café, en determinados pigmentos, en el lavado de pulpa de papel y en el desencalado del cuero.