Los Estados de Louisiana, Mississippi y Alabama, en el sur de EE.UU., han sufrido el azote brutal de «Katrina». Con una lista de víctimas mortales que se aproxima al centenar y unos destrozos todavía no contabilizados, este huracán va camino de convertirse en uno de los desastres naturales más caros en la historia del gigante norteamericano.
Sólo en un condado de Mississippi, las autoridades han cuantificado decenas de muertos, incluidos los habitantes de un destruido complejo de 100 apartamentos en la localidad de Biloxi, que no obedecieron las órdenes de evacuación. Según ha confirmado la gobernadora de Louisiana, la demócrata Kathleen Blanco, «la devastación es mayor que nuestros peores miedos». Mientras, su homólogo de Mississippi, el republicano Haley Barbour, ha avanzado que las pérdidas humanas se van a multiplicar en las próximas horas, conforme avancen las operaciones de rescate.
En Nueva Orleáns, la situación es de alerta al fallar el sistema de diques que protege a la histórica ciudad rodeada casi por completo por el río Mississippi, el lago Pontchartrain y marismas. Hasta el momento, se habrían identificado al menos dos grandes brechas responsables de la rápida subida de las aguas en al menos un 80% del municipio construido bajo el nivel del mar, lo que ha obligado a las autoridades a ordenar la evacuación de las miles de personas que se encuentran en los centros para refugiados instalados en esta ciudad.
Efectos residuales
Mientras tanto, «Katrina» ha perdido definitivamente su fuerza de huracán para convertirse en una tormenta tropical con aguas torrenciales y vientos de hasta 56 kilómetros por hora. No obstante, sus efectos residuales se dejarán notar todavía en 20 Estados, incluido el valle de Ohio, la región baja de los Grandes Lagos y el norte de Nueva Inglaterra. Hay además riesgo de tornados en Georgia, las dos Carolinas y Virginia.
Para intentar explicar la furia de «Katrina» y la creciente intensidad de huracanes en la costa atlántica estadounidense, especialistas se han apresurado a recordar que estas brutales tormentas obedecen más a ciclos de varias décadas que al calentamiento global. Entre 1970 y 1994 se disfrutó de una racha de baja intensidad, con no más de tres grandes huracanes por año gracias a las bajas temperaturas en el Atlántico norte y a vientos no favorables.
El punto de inflexión se habría producido a partir de 1995, con patrones de huracanes mucho más activos. Entre ese año y 2003 se registraron 32 grandes ciclones, pero sólo tres llegaron a impactar en territorio de EE.UU. con toda su fuerza. A pesar de este comportamiento cíclico, no faltan investigadores que empiecen a plantear hipótesis sobre relaciones entre el calentamiento global y la proliferación de estos monstruos naturales.