La central atómica ucraniana de Chernóbil, en donde el 26 de abril de 1986 tuvo lugar el accidente más grave que se conoce en la historia de la industria nuclear civil, fue clausurada definitivamente hace casi dos años y medio. Sin embargo, el peligro no ha desaparecido. El inmenso sarcófago de hormigón y plomo que recubre los restos del reactor número 4, el causante de aquella terrible catástrofe, amenaza con derrumbarse y liberar una nube radiactiva que contaminaría aún más la zona.
Así lo aseguró el ministro ruso de Energía Atómica, Alexánder Rumiantsev, en una entrevista publicada ayer por el diario «Niezavísimaya Gazeta». Según sus palabras, «el hundimiento del techo del sarcófago es un peligro real y no podemos engañarnos». Rumiantsev advirtió de que, si eso llega a suceder, «se producirá una nube de polvo radiactivo que provocaría contaminación local pero sin desatar una catástrofe global» como la de hace 17 años.
El ministro ruso cree que las vecinas Rusia y Bielorrusia no volverían a verse afectadas. Rumiántsev, no obstante, considera que el desplome del sarcófago tendría un serio impacto ecológico en una región (el noroeste de Ucrania) ya seriamente castigada.
El sarcófago fue construido deprisa y corriendo en los días que sucedieron al accidente para impedir la fuga de materiales radiactivos. En su interior, hay todavía decenas de toneladas de combustible nuclear. La acción del uranio ha dado lugar a la aparición de unas partículas que están deteriorando la estructura del recubrimiento.
Este fenómeno se conoce ya desde hace años y los especialistas vienen insistiendo en la necesidad de que sea construido un nuevo sarcófago encima del actual. Una de las condiciones que puso Ucrania para cerrar Chernóbil fue la concesión de ayuda financiera por parte de la Unión Europea (UE) para levantar ese nuevo recubrimiento, cuyo costo se calcula en varios centenares de millones de euros.