Oceana es una organización internacional sin ánimo de lucro fundada en 2001, dedicada a la protección y recuperación de los océanos de todo el mundo mediante campañas basadas en argumentos científicos, legales y de educación ciudadana. Oceana cuenta con colaboradores y activistas en 150 países, y aunque su oficina central se encuentra en Washington dispone también de oficinas adicionales en puntos especialmente sensibles para la defensa de los océanos: Juneau (Alaska), Santiago de Chile y Madrid. En esta última oficina trabaja Ricardo Aguilar, desde donde coordina los trabajos de Oceana para el estudio y la protección del medio marino en el ámbito europeo.
Una de las mejores maneras de convencer a la opinión pública de la importancia de Oceana es mostrar nuestro trabajo en los océanos. Hacer visible aquellos increíbles ecosistemas marinos que están normalmente lejos de nuestra vista, su riqueza e importancia, y luego exponer las propuestas en las que estamos trabajando para poder conservarlos.
Hay dos áreas en las que nos centramos: la biología marina, en especial el impacto de la pesca sobre los recursos marinos y los ecosistemas, y la contaminación de los mares. Por una parte, Oceana dedica mucho esfuerzo a reducir el impacto que sobre los fondos marinos tienen las artes de pesca destructivas, como es el caso del arrastre de fondo. Hemos conseguido resultados muy esperanzadores, como la creación de la mayor zona del mundo vetada al arrastre en aguas del Pacífico Norte, en Alaska (un área del tamaño de China) o la protección de algunos de los principales arrecifes de coral de aguas profundas. También nos preocupa especialmente el derroche que se produce en algunas pesquerías, que a veces supone la captura de especies protegidas como tortugas marinas y delfines.
Se estima que cada año se capturan accidentalmente más de 25 millones de toneladas de peces y otros animales marinos que en su mayoría son tirados por la borda.
Oceana está intentando que se reduzcan al máximo los vertidos desde buques, conocidos popularmente como “sentinazos”. En Europa hemos conseguido que el Parlamento Europeo apruebe una Directiva para frenar los más de 20 millones de toneladas de residuos de hidrocarburos (aceites, residuos de petróleo, aguas oleosas, etc.) que generan anualmente los buques mercantes. Esta contaminación es tres veces superior a la que provocan las grandes mareas negras, pero hasta ahora estaba pasando casi inadvertida. También hemos conseguido que grandes empresas de cruceros, como la norteamericana Royal Caribbean, pongan en sus barcos sistemas de tratamiento de aguas sucias que eviten el vertido de cientos de miles de toneladas de sustancias contaminantes.
Nuestro objetivo es trabajar por áreas oceánicas, y la Península Ibérica se encuentra justo en la mitad del Atlántico Nordeste. Ello nos permite estar situados en el corazón de este océano, con costas hacia diferentes mares, como el Mediterráneo o el Cantábrico. Pero una de las cuestiones que más han pesado a la hora de decidirnos por España es el papel de nuestro país en la pesca mundial.
La flota española sigue siendo una de las mayores del mundo, con barcos que faenan en todos los océanos del planeta. El Gobierno español suele jugar un papel muy importante en Europa y en los foros internacionales en todo cuanto está relacionado con los mares.
Nuestra financiación procede de fundaciones internacionales, grandes donantes y socios. En la actualidad tenemos un presupuesto cercano a los 11 millones de dólares para trabajar en todo el mundo. Es escaso para abarcar el mayor ecosistema del mundo, los océanos, pero esperamos crecer y poder aumentar nuestra presencia global, que ahora se limita a Norteamérica, Sudamérica y Europa.
Una suma de amenazas tan graves como el cambio climático, la sobreexplotación pesquera, la contaminación marina, la destrucción de ecosistemas o la pérdida de biodiversidad. No existe una solución mágica, pero sí medidas que nos podrían poner en el buen camino. La eliminación o, como mínimo, la reducción de vertidos contaminantes a los mares, la disminución de la quema de combustibles fósiles, la creación de áreas protegidas y una mejor gestión pesquera que elimine el derroche, la sobreexplotación y la destrucción están al alcance de nuestras manos. Necesitaremos tiempo para conseguir resultados, pero no existe otra vía alternativa.
Lo primero que deberíamos tener en cuenta como seres humanos es que la vida en este planeta es posible gracias a los océanos. Todos los ecosistemas del mundo dependen de la existencia de esta enorme masa de agua. Por tanto, para que podamos consumir cualquier recurso natural necesitamos de su existencia y buen estado. Luego, como consumidores directos de recursos marinos es importante que sepamos que cuanto vertemos al mar nos es devuelto a través de las especies que extraemos. Muchos peces están alcanzando niveles preocupantes de contaminantes, lo que ha llevado a algunos países a publicar avisos sanitarios desaconsejando a mujeres embarazadas y niños el consumo de especies altamente contaminadas por mercurio, como el pez espada. Tampoco debemos olvidar que comparar especies inmaduras (los famosos “pezqueñines”) o capturadas con métodos destructivos proporcionan combustible a la destrucción de los océanos.
Algunas especies marinas, al tener una distribución muy amplia gracias a que en su medio no encuentran limitaciones como fuertes barreras físicas o climatológicas (más habituales en ecosistemas terrestres) tienen una mayor defensa contra la posibilidad de extinguirse. Hay otras más vulnerables por su especialización o localización geográfica. La investigación marina nos está demostrando que hay especies que pueden ser endémicas de una montaña marina, de un arrecife de coral o de un ecosistema en particular. Pero la pérdida de biodiversidad es cada día más evidente en los océanos.
El Dr. Dañobeitia hizo público algo ya sabido entre la comunidad científica, pero poco conocido entre la opinión pública: uno de los peores tsunamis de la historia se produjo en el siglo XVIII en unas montañas marinas que se encuentran a poco más de 100 millas al suroeste de Portugal. Afectó a muchos países, incluyendo España, y generó decenas de miles de muertos. No hace mucho, un terremoto en Argelia provocó un tsunami (aunque no de las dimensiones del recientemente vivido en Asia) cuyas olas llegaron hasta las Islas Baleares. Aunque no nos encontramos en una zona de actividad tectónica tan activa e importante como el Sudeste asiático, la posibilidad de que acontecimientos de esta índole se repitan y afecten a España es posible.
España y Europa aún llevan un gran retraso en cuanto a medidas de gestión y protección de los océanos. Si miramos la Directiva de Hábitats, tal vez el principal instrumento legal para la protección de la naturaleza en Europa, o las legislaciones nacionales, veremos que se detallan casi todos los ecosistemas, especies y hábitats terrestres existentes en el continente, pero los marinos casi no aparecen, salvo por escasas excepciones. En materia de contaminación, todavía se está discutiendo si contaminar el mar debe ser delito, y en cuanto a sobreexplotación, muchos intentos de conseguir una mejor gestión de los recursos terminan siendo bloqueados en alguna de las instituciones europeas. Pero no seria justo presentar un panorama solamente negativo: se ha conseguido que en estos momentos estén sobre la mesa de debate muchos temas que hace años eran impensables y los políticos están obligados a afrontarlos.