La imagen típica que tenemos de contaminación de ríos o lagos es la de algún vertido químico tóxico que acaba con la vida de la zona contaminada. Ahora bien, ¿y si el productor de la contaminación es alguna forma de vida que se convierte en la dominante de la zona, haciendo que perezcan los demás organismos? A este fenómeno se le conoce como “eutrofización”, cuyo significado etimológico proviene del griego y significa “bien alimentado”.
La eutrofización comienza cuando el agua recibe un vertido (directo o indirecto) de nutrientes, como desechos agrícolas o forestales, lo que favorece el crecimiento excesivo de materia orgánica, provocando un crecimiento rápido de algas y otras plantas verdes que recubren la superficie del agua e impiden el paso de luz solar a las capas inferiores. El agua se vuelve turbia, y al disminuir la cantidad de luz, la vegetación muere al no poder realizar la fotosíntesis. Asimismo, otros organismos que se adaptan a la nueva situación, como bacterias, acaban alimentándose de la materia muerta, consumiendo el oxígeno que necesitaban peces y moluscos y pudiendo dar lugar al desarrollo de algas tóxicas y microorganismos patógenos que puede causar o propagar enfermedades. Con el paso del tiempo, y en función de las condiciones ambientales, la descomposición de la materia orgánica puede formar verdaderos cenagales.
Pero como se ha dicho, la eutrofización no significa la muerte total de los habitantes de la zona, sino una pérdida importante de la biodiversidad, es decir, del número de seres vivos. Así, suelen quedar algas de gran tamaño, que los animales del zooplancton no pueden comer, y en los márgenes de los ríos o lagos suelen crecer plantas como berros, lentejas de agua o juncos. En algunos casos, especies adaptadas a esas condiciones invaden las aguas contaminadas, lo que altera de forma grave la fauna acuática. Por ejemplo, en uno de los primeros casos estudiados en el mundo, la bahía de Chesapeake, el mayor estuario de Norteamérica, crecieron, a principios de los 80, boquerones y arenques de agua dulce, inadecuadas para el alimento humano, al tiempo que desaparecieron aves acuáticas y especies que proporcionaban millones de kilogramos de pesca y mariscos.
A pesar de no ser un fenómeno muy bien conocido, los científicos que lo han estudiado lo consideran uno de los problemas más graves de contaminación a escala mundial, porque la biodiversidad de la zona se resiente dramáticamente, disminuyendo el número de especies de seres vivos y aumentando el número de individuos de las pocas especies que quedan. Además de estos efectos, tampoco hay que olvidar que con esta proliferación de algas y plantas en la superficie de las aguas, la práctica de la natación o de otros deportes acuáticos en esos lagos o ríos contaminados se hace prácticamente imposible, o cuando menos desagradable.
En Europa, las zonas húmedas del Suroeste de Europa por aguas procedentes de núcleos urbanos, industriales o vertidos agrícolas son algunas de los lugares con más riesgo de sufrir este fenómeno. En España, por su parte, algunos lugares ya son víctimas de la eutrofización, como el Parque Natural del Aiguamolls de l`Empordà, el Delta del Ebro, la Albufera de Valencia, el Hondo de Elche, las Tablas de Daimiel, las lagunas de la Mancha Húmeda, Doñana, la Albufera de Mallorca o el Parque Natural de la Sierra de Baza, en Granada. Cuando se trata de un fenómeno de contaminación provocado por el ser humano, la eutrofización puede ser considerada un delito.
¿Y cómo recuperar las aguas que han sido contaminadas por la eutrofización? Según los expertos, el control del origen o la causa que la ha motivado es imprescindible, y aunque las medidas correctoras en focos de contaminación puntuales no precisan de inversiones muy costosas, cuando se trata de focos de contaminación difusos o estados irreversibles de los ecosistemas acuáticos, la recuperación puede resultar inabordable.