El actual modelo económico está minando las bases que sustentan la vida. Son palabras de José Bellver, coordinador de la versión en castellano de “La situación del mundo 2015” del Worldwatch Institute, uno de los principales think tank mundiales sobre medio ambiente. Este informe, publicado en España por la Fundación Fuhem, señala desde hace varios años las amenazas que están volviendo cada vez más frágil el planeta y cómo resolverlas. Entre estas amenazas, destaca la dependencia a los combustibles fósiles, acentuada en España por un oligopolio que se traduce en elevados precios y pobreza energética para los ciudadanos, o el aumento de los fenómenos ambientales extremos. Para hacer frente a estos desafíos, Bellver sostiene que “habrá que buscar formas de vivir mejor con menos y, sobre todo, repartir”.
“El actual modelo económico está minando las bases que sustentan la vida”La permanencia de una crisis con múltiples dimensiones: económica, social, ecológica, de valores, de cuidados, etc. nos lleva a calificar nuestro mundo de frágil. La causa principal reside en un modelo económico que está minando las bases que sustentan la vida. Me refiero a la falta de cobertura de necesidades básicas de gran parte de la humanidad en un marco de crecientes desigualdades y, sobre todo, al deterioro de los ecosistemas globales y la escasez creciente de energía y materiales frente a una incesante demanda de recursos naturales.
Si bien España se sitúa aún entre los países más ricos del mundo, no escapamos a esta situación. La lenta recuperación de cifras macroeconómicas esconde un panorama desalentador donde precariedad laboral y desigualdad social tienden a hacerse crónicas y no se afrontan debilidades estructurales del modelo económico gestado desde mediados del siglo XX. Esto se refleja en la dimensión ambiental, por la especialización en sectores de alta intensidad y consumo energéticos con altos costes ecológicos y climáticos. Y se entrelaza con lo social y económico, como la fuerte dependencia externa de recursos básicos -especialmente de combustibles fósiles- junto al abuso de poder del oligopolio energético, que se traduce en una elevada factura energética y desemboca en la pobreza energética de numerosas familias.
En un mundo que previsiblemente alcanzará los 10.000 millones de personas en 2050, esta deriva es preocupante. Baste el ejemplo de la principal fuente de energía utilizada: a inicios del siglo XX, extraer 100 barriles de petróleo suponía un coste energético equivalente a un solo barril de crudo; hoy, en el mejor de los casos, sacamos 20 barriles. Este problema se recoge en el último informe y refleja bien lo insostenible de nuestro mundo. Los sucesivos informes han sido también testigos de una economía mundial que ha crecido con cargo a una creciente extracción de recursos no renovables (petróleo, gas, carbón o minerales), frente a la preeminencia anterior de recursos renovados mediante ciclos naturales (como los agrícolas o forestales), aunque ahora también se utilizan a un ritmo mayor que su tiempo de regeneración.
“Los fenómenos ambientales extremos están creciendo en número e intensidad”Desde la primera edición se constata el incremento de fenómenos ambientales extremos en número e intensidad, como sequías, olas de calor, huracanes, tifones, tsunamis, etc. Desastres que afectan siempre más a las personas más pobres, siendo las menos implicadas en sus causas. Y no solo en países pobres, como el tifón Haiyan en Filipinas, sino también en países ricos como con el huracán Katrina en Nueva Orleans.
La escasez de energía y materiales ante demandas crecientes. Los problemas no solo afectan a los recursos no renovables. El informe advierte de una degradación de los suelos agrícolas a escala global o el creciente deterioro de los océanos. Estos deterioros ecológicos afectan al suministro de alimentos y la capacidad de absorción de emisiones de CO2, principal gas causante del calentamiento global. Son distintas amenazas interrelacionadas, reforzándose entre sí. Otro ejemplo es el deshielo del Ártico, que supone una menor capacidad de reflejar la luz y el calor solar y abre la puerta a la extracción de combustibles fósiles que habrían de quedarse bajo tierra para evitar un mayor calentamiento global. Todos estos problemas “ecológicos” acaban teniendo consecuencias sociales, como las migraciones forzadas o los conflictos socioecológicos.
“Los problemas ecológicos acaban teniendo consecuencias sociales, como las migraciones”Gramsci defendía la necesidad de conjugar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad y Saramago advertía que los optimistas están encantados con lo que hay, mientras que los verdaderos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas. Coincidiendo con ambos, mejor ser pesimista y confiar en nuestra capacidad de cambiar las cosas.
Podemos y sabemos hacer muchas cosas, sobre todo en términos de cambio en los modelos de producción y consumo, basándolos en recursos renovables y ajustándonos a los ciclos y ritmos de la naturaleza. Supone integrar la noción de límite en nuestras formas de pensar y hacer. Pero los tiempos apremian y la escala de los problemas es amplia. Se requiere una implicación de todos los sectores de la sociedad del calibre de la planificación económica que Roosevelt puso en marcha para ganar la 2ª Guerra Mundial.
“Habrá que buscar formas de vivir mejor con menos y, sobre todo, repartir”Producir bienes y servicios siempre requerirá el uso de recursos naturales y generar residuos, aunque podamos reutilizarlos hasta cierto punto. El problema es que la dimensión de la producción es tan elevada que chocamos con los límites biofísicos del planeta: incrementar producción y consumo es utópico, y casi patológico. Habrá que buscar formas de vivir mejor con menos y, sobre todo, repartir.
Podemos elegir cuánto consumimos y qué consumimos, pensando en quién fábrica y cómo se produce lo que compramos, tanto en términos de sostenibilidad ecológica como de justicia social. Esto es muy importante porque así podemos ejercer cierta influencia. Y no debemos olvidar que, antes que consumidores, somos ciudadanos con capacidad de influir políticamente de manera colectiva en las reglas del juego, las normativas y leyes que pueden equilibrar la balanza a favor de lo ecológico y social.