Un estudio dado a conocer ayer por la revista «Proceedings of the National Academy of Sciences» afirma que la fragmentación forestal es una amenaza mayor de lo que se creía para la biodiversidad en la cuenca del Amazonas. Esa fragmentación se produce como consecuencia de las actividades madereras, ganaderas e industriales en la zona.
La Cuenca del Amazonas, ocupada por el río y sus tributarios, ocupa una superficie de unos siete millones de kilómetros cuadrados. Se calcula que en una superficie que cubre apenas el área de dos campos de fútbol conviven hasta 300 especies de árboles diferentes, según este estudio, que analizó la suerte corrida por casi 32.000 árboles amazónicos desde 1980, lo que constituye el estudio más ambicioso hasta el momento sobre la fragmentación del hábitat amazónico.
Uno de los descubrimientos más destacables fue la notable velocidad con la que las comunidades de árboles cambian como consecuencia de la fragmentación, según explicó William Laurance, del Instituto Smithsonian de Investigación Tropical en Panamá. En solo dos décadas -que es un segundo en la vida de un árbol milenario- el ecosistema ha sufrido una grave degradación», aseguró el experto. «La fragmentación está afectando las selvas de muchas maneras. Estos cambios son rápidos y cuando se altera completamente algo tan básico como los árboles, las especies que viven en la selva también se verán afectadas», indicó Laurance.
El factor principal de esa degradación son los cambios ecológicos que ocurren en los márgenes de las fragmentaciones forestales, según los científicos. Henrique Nascimento, miembro del Instituto Nacional para la Investigación Amazónica de Brasil, indicó que cuando se fragmenta el bosque «los vientos cálidos de las llanuras adyacentes matan muchos árboles». El estudio determinó que la fragmentación produce una reestructuración completa de las comunidades de árboles, afirmó el científico brasileño.
Los investigadores también creen que este problema pueda afectar al cambio climático por cuanto los árboles más pequeños en una zona fragmentada tienen menos biomasa y, por lo tanto, menos carbono que las selvas originales. El carbono de los árboles muertos es reconvertido por los insectos en dióxido de carbono, el más importante de los gases invernadero.