Jürgen Schmid, responsable del ISET, un instituto de energías renovables de la Universidad alemana de Kassel, quiere sacarle todo el rendimiento posible al viento en Europa. Para ello, plantea un simple aunque revolucionario sistema: Distribuir la energía bajo corriente continua (CC) y no alterna (CA), como en la actualidad.
El viento sopla donde y cuando quiere, y por ello no garantiza un suministro energético permanente. Sin embargo, el profesor Schmid cree que con su sistema se podría hacer frente a este inconveniente. Así, si el viento soplara en un país pero no en otro, el primero podría transmitirle la energía al segundo, y viceversa.
Por otra parte, para no perder ni un solo giro de los aerogeneradores, Noruega, un país bien surtido de plantas hidroeléctricas, sería una pieza fundamental de esta red. La energía eólica podría enviarse allí para llevar el agua hasta la zona superior y de esta manera, alimentar las turbinas hidroeléctricas. Schmid afirma que la capacidad de las reservas de Noruega es tal que incluso con el parque eólico europeo a pleno rendimiento, algo que sucede en raras ocasiones, las plantas hidroeléctricas noruegas podrían aprovechar esta energía extra durante más de cuatro semanas.
Para consumar esta idea, las actuales redes de distribución de energía alterna no servirían, porque pierden mucha energía en largas distancias, de ahí la apuesta del responsable del ISET por la CC. Según Schmid, además de surtir a Europa de al menos el 30% de sus necesidades energéticas, permitiría usar a la eólica como energía de carga base, es decir, la mínima requerida para que el sistema eléctrico funcione a las horas más intempestivas. En la actualidad, este suministro sólo lo pueden garantizar las centrales convencionales, basadas en las contaminantes fuentes no renovables.
Asimismo, otra de las ventajas de la CC frente al actual estándar es que, al conseguir un sistema que aprovechase mejor la energía, ya no harían falta las costosas -e impactantes medioambientalmente- infraestructuras eléctricas de corriente alterna.
El profesor del ISET no es el único que ha pensado en las posibilidades de la CC. De hecho, un grupo de empresas noruegas ha empezado a construir líneas de alto voltaje basadas en este tipo de corriente entre Escandinavia, Holanda y Alemania, si bien su objetivo es vender su energía y acumular la de otros países.
Con un sistema que aprovechase mejor la energía, ya no harían falta las costosas – e impactantes medioambientalmente- infraestructuras eléctricas de corriente alternaAsimismo, Airtricity, una empresa eólica irlandesa, ha propuesto la que denomina «Supergrid», una red de suministro que aprovecharía sus granjas de aerogeneradores marinos, ubicadas en el océano Atlántico, así como en los mares de Irlanda, Báltico y del Norte, para poder dar servicio a los consumidores del norte de Europa. Según sus responsables, la primera fase del proyecto supondría la construcción de una granja de 2.000 turbinas en el mar del Norte, con un coste de 2.000 millones de euros, que permitirían la generación de 10 gigavatios. La misma capacidad energética basada en las contaminantes centrales térmicas de carbón costaría, señalan desde la empresa irlandesa, unos 2.300 millones de euros.
Por otra parte, el Global Energy Network Institute, con sede en San Diego, California y especializado en renovables, reconoce que las líneas de alto voltaje con CC podrían ser utilizadas para traer la energía solar a los consumidores de lugares como el desierto del Sahara, y la energía eólica y geotérmica de América del Sur o Siberia.
En cualquier caso, el profesor Jürgen Schmid no se encuentra sólo en su objetivo de aprovechar las energías renovables y distribuirlas de la mejor manera posible por Europa. Por ejemplo, encabeza un proyecto de investigación subvencionado por la Comisión Europea, denominado IRED, que persigue el desarrollo de redes eléctricas liberalizadas en Europa, durante este primer cuarto de siglo, que se nutran de renovables y otras fuentes de generación distribuida. En el proyecto participan varias empresas y centros de investigación europeos, entre los que se encuentran el Instituto Universitario de Investigación (CIDAE), Iberdrola y la Fundación Labein-Tecnalia.
El sistema de distribución de energía tal y como lo conocemos hoy día se decidió a finales del siglo XIX. Por un lado, Thomas Edison defendía la CC por ser la mejor manera de transmitir cualquier voltaje. Por otro lado, George Westinghouse apostaba por la alterna porque en las primeras redes de suministro, con unas distancias cortas, la transmisión en este sistema sufría menos pérdidas que la continua, permitiendo además transformar más fácilmente el voltaje que la continua.
Finalmente, Westinghouse ganó la partida, y la alterna se estableció como estándar de la industria. Para ello, fue necesario crear una amplia red de postes eléctricos para trasmitir la electricidad a 400 kilovoltios (cuanto mayor es el voltaje, menor es la pérdida) y a 30 metros de altura, para evitar la resistencia del suelo. Asimismo, también se requirió la construcción de las subestaciones locales, para transformar este enorme voltaje de manera que pudiera distribuirse entre los consumidores.