El desastre provocado por las riadas en el centro de Europa ha adelantado el debate sobre el cambio climático de la Cumbre de la Tierra que comienza en Johanesburgo (Sudáfrica) el día 26 de agosto. En la capital sudafricana se reunirán 60.000 personas de organismos públicos, privados, ONG´s y dirigentes de 180 países.
La Comisión de Desarrollo Sostenible de la ONU prevé que los fenómenos meteorológicos extremos sean más frecuentes y más graves, y la carga recaerá desproporcionadamente sobre los pobres. Este es el eje del discurso de su secretario general, Kofi Annan, que lleva a Johanesburgo una agenda con cinco puntos: agua, energía, salud, alimentación y biodiversidad. Su objetivo es firmar un plan de acción con objetivos concretos, calendario y financiación.
Mensaje a las cancillerías
La catástrofe en un país tan poco inusual como Alemania, ha dado la razón a Annan, que lleva meses presentando informes sobre lo que se avecina si no se cambia de «registro» económico. «Si no hacemos algo para cambiar nuestros patrones de desarrollo, pondremos en riesgo la seguridad de la Tierra y a sus habitantes a largo plazo», avisa el informe «Desafío Mundial, Oportunidad Mundial», dado a conocer el pasado martes también por la ONU.
Hace diez años, en la Cumbre de Río de Janeiro, la comunidad internacional admitió los informes de los expertos que relacionaron el incremento del agujero en la capa de ozono y el peligro de «cambio climático» con la sobreexplotación económica del planeta, convertido en una gigantesca fábrica de dióxido de carbono (CO2) y todo tipo de gases. Una fábrica desigual e injusta, en la que los treinta países más desarrollados producen y consumen el 85% de productos químicos, el 80% de la energía no renovable y la mitad del agua potable. Todo ello para beneficio de menos del 20% de la población mundial.
En Río destacaron dos logros. La llamada Agenda 21, un decálogo de prácticas de «desarrollo sostenible» aplicables a toda comunidad humana; y el compromiso de firmar un protocolo de reducción de «gases invernadero». Hicieron falta cinco años para que se rubricara el Protocolo de Kioto (1997). En la ciudad japonesa, la comunidad mundial acordó reducir sus emisiones totales de gases en un 5,2% antes del periodo 2008-12.
El fracaso de Kioto
Sin embargo, Kioto no sólo no ha entrado en vigor, sino que Estados Unidos, responsable de una cuarta parte de la contaminación planetaria, ha dejado claro que no lo apoyará. Rusia y Japón podrían seguir su camino. Ante su fracaso en el intento de comprar las cuotas de contaminación de otros países, el presidente George W. Bush anunció en febrero en Cartagena de Indias (Colombia), en una de las reuniones preparatorias, su plan alternativo a Kioto, que plantea el incremento de sus emisiones de CO2 hasta un 30%.
Durante la última década, las emisiones mundiales de gases carbónicos no sólo no se han reducido, sino que han aumentado un 9%. En Estados Unidos, el porcentaje se duplica (18%). «¿Dónde está Europa? Desde que España presidió la UE da la sensación de que ha abandonado la defensa ambiental. Los Estados Unidos, en cambio, son cada día más agresivos», asegura Remi Parmentier, director político de Greenpeace Internacional y miembro de las reuniones preparatorias de Johanesburgo.
El caso español es paradigmático. Kioto le concedía incrementos de un 15% hasta el 2008. Pero en 2000 ya alcanzaba un 28,97% de aumento. «Ya es hora de que algunos intereses se toquen», afirma el secretario confederal de Medio Ambiente de Comisiones Obreras (CC.OO.) y representante del sindicalismo europeo en la Cumbre, Joaquín Nieto. En marzo, el sindicato presentó un estudio con datos del Ministerio de Medio Ambiente. Al actual ritmo, España superará cuatro veces el límite que le concedió Kioto para 2008. Entonces, España aún ejercía la presidencia de la Unión Europea, y, además, fue condenada por el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas por no cumplir las directivas sobre prevención y control de la contaminación, recuerda Nieto.
Ecologistas, ONG´s y hasta el Banco Mundial (BM) se han sumado a la demanda de crear una «nueva economía». «En Johanesburgo debe lograrse un marco que reconcilie el crecimiento económico con el medio ambiente y la responsabilidad social», dice la directora de Medio Ambiente del BM, Kristalina Georgieva.
Agua y electricidad
En la nueva revisión de objetivos, la ONU y el BM apuestan por la reducción de la pobreza a la mitad antes de 2015. Más de mil millones de personas no tienen agua potable, tres mil millones (media humanidad) la consumen sin garantías. Por culpa de ese agua en mal estado, mueren al día 30.000 personas en todo el mundo.
Dos mil millones no tienen acceso a la electricidad. Ofrecérsela por fuentes convencionales multiplicaría los efectos ambientales. Por eso, los países en vías de desarrollo propondrán que las fuentes limpias alcancen el 10% en ocho años.
«El objetivo es globalizar los derechos al mismo ritmo que se globaliza la economía», resume Nieto. Para ello, según el sindicalista, sólo caben fórmulas imaginativas que no carguen el desarrollo de amplias zonas del planeta en los ecosistemas. En lenguaje económico, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) lo define como «desacoplar las presiones ambientales del crecimiento económico». Unas presiones que desforestan cada año una superficie cuatro veces superior a Suiza.