Los gorilas de montaña de África central empiezan lentamente a recuperarse, cuando se cumple un siglo desde que fueran vistos por primera vez por los europeos. A pesar de las predicciones que apuntaban hacia una inminente extinción, el número de gorilas ha crecido en torno a un 9% en los últimos trece años gracias a las iniciativas para su conservación. Así, en 1991 tres grupos conservacionistas -Fauna y Flora Internacional (FFI), WWF y la Fundación para la Vida Salvaje Africana (AWF)- establecieron el Programa Internacional para la Conservación del Gorila (IGCP) que, junto a las comunidades locales y las autoridades de los parques nacionales en la República Democrática del Congo, Ruanda y Uganda, han trabajado en la protección de su hábitat.
Unos esfuerzos que han servido para que el número de individuos haya crecido desde 620 en 1989 hasta 674 en la actualidad. Si bien la doctora Annette Lanjouw, directora del Programa Internacional para la Conservación del Gorila, afirmó que se trata de «un incremento muy modesto», también dijo que hace «viable» su población. No obstante, advirtió que «si queremos asegurar que sobrevivan otros cien años, debemos asegurarnos también de eliminar las presiones que les amenazan», que incluyen la caza, la captura para el tráfico ilegal y, especialmente, la pérdida de sus bosques. Miguel Ángel Valladares, de WWF/Adena, explica que «más de 100.000 personas viven en las remotas áreas donde se distribuyen los gorilas. La expansión del terreno agrícola ha reducido los extensos bosques a auténticas islas en medio de asentamientos humanos».
Hoy en día, la mitad de estos animales vive en el parque nacional Impenetrable de Bwindi en Uganda (aunque según la Fundación de Dian Fossey éstos podrían pertenecer a otra subespecie, cuyas diferencias aún no han sido descritas), y el resto entre las montañas que conforman los volcanes de Virunga, en una zona compartida por el parque de Mgahinga, también en Uganda, el parque de los Volcanes en Ruanda y el parque de Virunga en la República Democrática del Congo. Precisamente, el incremento de la población se ha dado fuera del parque de Bwindi.
Lanjouw achaca parte de esta recuperación al ecoturismo, con más de 10.000 personas en algunos años que viajan para ver a los gorilas. Aunque reconoce que también implica un riesgo, pues los turistas pueden infectar a los gorilas con enfermedades que podrían ser fatales, lo cierto es que los países donde viven los gorilas de montaña han quedado destruidos y arruinados tras muchos años de guerras, estando entre los más pobres del mundo. Por tanto, el ecoturismo ha sido probablemente el factor más importante de esta recuperación, pues ha permitido el mantenimiento de los parques y de las actividades de conservación.
Pero los bosques cerrados y húmedos donde viven estos animales están siempre en peligro en una región donde el 92% de sus habitantes subsiste únicamente gracias a la agricultura y el 98% usa la madera de estos bosques para cocinar y construir sus viviendas, según explica Lanjouw. Las espectaculares montañas, algunas alcanzan los 4.000 metros de altura, que conforman la cadena de ocho volcanes que recorre la zona occidental del Valle del Rift, son los últimos refugios del mayor de los primates y el último conocido para la ciencia. Fue en octubre de 1902 cuando el explorador alemán Robert von Beringe se cruzó con uno en su camino. Mató a dos de estos animales y los envió a Europa para su identificación, recibiendo el nombre de Gorila beringei.