Pocas veces se incide en los daños medioambientales que provocan los conflictos armados. La Unidad de Asesoramiento Post-Conflicto extiende el trabajo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) a aquellas áreas donde el medio natural se ha visto dañado por un conflicto. Es el caso de Afganistán, donde dos décadas de guerras han degradado hasta tal punto el medio ambiente que éste es ahora el mayor obstáculo a los esfuerzos de reconstrucción del país.
Para analizar la situación sobre el terreno y colaborar con el nuevo gobierno del país, un grupo de expertos internacionales de dicha unidad, acompañados por asesores afganos, visitó 38 barrios de cuatro ciudades y 35 zonas rurales. «La principal conclusión de su informe es que la restauración medioambiental debe jugar un papel importante en los esfuerzos por reconstruir el país», afirma el director ejecutivo del PNUMA, Klaus Toepfer.
Y es que en un país en el que el 80% de la población depende directamente de los recursos naturales para cubrir sus necesidades diarias, la degradación ambiental supone una inmensa amenaza para el sustento futuro. Durante dos décadas de conflictos, la base de recursos naturales de Afganistán ha sido fuertemente dañada por actividades militares, movimientos de refugiados y la sobreexplotación. Una situación que se ha visto exacerbada por la sequía de los últimos tres o cuatro años, dejando un escenario de seria degradación: reservas mínimas de agua, humedales secos, bosques desnudos, tierra erosionada y una merma de la población de fauna salvaje. El millón y medio de refugiados que se espera regresen este año aumentarán las presiones sobre estos recursos.
El equipo de expertos encargado de recorrer las zonas rurales encontró que la pérdida de masa forestal ha afectado a casi todo el país durante los últimos treinta años. Las imágenes de satélite revelan que los bosques de coníferas en las provincias de Hagarhar, Kunar y Nuristán se han reducido a más de la mitad desde 1978. Durante la etapa de los mujaidines y los talibán circulaban cada día 200 camiones de madera -que suponen la pérdida de 200 hectáreas de bosque- por la vía principal de Kunar, probablemente dos tercios de ellos destinados a la exportación a los mercados de Pakistán.
El grupo de trabajo también documentó la pérdida de los bosques de pistacho en el norte. Así, en 2002 las imágenes de satélite casi no detectaron estos árboles en las provincias de Badghis y Takhar, comparado con un 55 y un 37% de cobertura del territorio respectivamente en 1977. Además, el pastoreo impide la regeneración de muchas áreas boscosas. Por ello, algunas de las propuestas que estudia el gobierno afgano es el control del pastoreo, pero también la creación de un cuerpo de conservación de la naturaleza.
Pero los problemas más graves se dan en las zonas urbanas. En estas áreas -dice Toepfer- el requisito indispensable para el bienestar humano; esto es, el agua potable, sólo alcanza al 12% de la población. Así, análisis realizados en agua para beber en algunas ciudades revelaron altas concentraciones de contaminantes.
La eliminación de los residuos sólidos es otro de los más acuciantes problemas en el país, según el informe de los expertos de Naciones Unidas. La misión no encontró ningún vertedero que adoptase medidas para prevenir la contaminación de las aguas subterráneas o la emisión de sustancias tóxicas tras la quema de residuos plásticos. En las ciudades de Kandahar y Herat, los vertederos están en lechos de ríos por encima de los núcleos urbanos, con el riesgo, en caso de fuertes lluvias, de arrastre de cientos de toneladas de residuos hacia la ciudad. Por su parte, los sistemas de suministro de la capital, Kabul, pierden más del 60% del agua por fugas y uso ilegal.
Los residuos médicos son otra fuente de contaminación. En Herat, Kabul, Mazar-i-Sharif y Kandahar, la ONU ha encontrado restos abandonados-en algunos casos incluso órganos y jeringuillas-, con el consiguiente riesgo de propagación de enfermedades.