Los científicos llevan décadas desarrollando técnicas para conseguir lluvia artificial, de manera que se pueda contar con este valioso recurso cuando se necesite, ya sea para combatir la sequía, un incendio, o incluso para limpiar un lugar.
El sistema más utilizado en la actualidad consiste en bombardear las nubes con yoduro de plata, bien desde una avioneta o desde el suelo con cohetes o por medio de generadores que funcionan a modo de estufa. De esta manera, el agua se cristaliza formando nieve o granizo pequeño, que se funde según desciende hasta convertirse en lluvia. Asimismo, la siembra de nubes se utiliza para eliminar la niebla y nubes en aeropuertos, en este caso con dióxido de carbono. Por su parte, algunos agricultores lo utilizan para evitar que el granizo caiga sobre sus cosechas.
China es uno de los países que más utiliza este sistema. Según las autoridades chinas, un incendio que arrasó 8.300 hectáreas de bosque en el norte del país el año pasado fue apagado gracias a lluvia artificial. Hace unos meses, las tormentas habían llenado Pekín de arena del desierto de Gobi. Para limpiarlo, los responsables de la ciudad aseguraron haber recurrido al «bombardeo» de las nubes con yoduro de plata y otras sustancias.
El uso excesivo de productos químicos puede provocar daños en el agua, el suelo o los seres vivosAsimismo, las instituciones chinas afirman que utilizan también este sistema para evitar las precipitaciones en un determinado lugar. En este sentido, el ayuntamiento pequinés ha prometido que bombardeará las nubes para garantizar que no llueva en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos el 8 de agosto del 2008. La leyenda de que en la Plaza Roja de Moscú nunca llueve durante las celebraciones de Mayo podría deberse al yoduro de plata.
No obstante, algunos expertos consideran estas afirmaciones una maniobra propagandística, al subrayar que estos sistemas están sujetos a varias limitaciones que no permiten tal grado de efectividad y concreción: Tiene que haber nubes próximas al lugar donde se desea el agua; pantanos en zonas por donde pasan nubes que no descargan; y que lo producido sea lluvia y no granizo. En este sentido, el bombardeo de nubes pudo ser el origen de las fuertes granizadas que cayeron sobre Pekín en verano de 2005, causando graves daños materiales.
Imagen: Jan BakkerAdemás de China, otros países confían en el desarrollo de esta tecnología. Científicos cubanos han retomado las investigaciones para provocar lluvias artificiales que ayuden a contrarrestar una sequía que se prolonga ya más de una década. Los trabajos se iniciaron en 1978 junto a científicos de la Unión Soviética, pero se suspendieron al inicio de los 90 tras la caída de la URSS. En España, la Comunidad de Madrid anunció el año pasado la posibilidad de provocar lluvia artificial siguiendo un método que se emplea en Israel.
Sin embargo, los científicos destacan que la siembra de nubes presenta diversos inconvenientes. En primer lugar, aseguran que el uso excesivo de productos químicos puede provocar daños en el agua, el suelo o los seres vivos. Además, la modificación del régimen de lluvias crea problemas legales, puesto que se podrían recibir denuncias de las zonas limítrofes por «robo» de sus nubes. La cuestión ha sido planteada en Naciones Unidas y en otros foros internacionales, y aunque no hay una decisión definitiva, muchos países han prohibido estas prácticas.
Islas de calor y nubes artificiales
Otra idea que parece suscitar algo más de optimismo entre la comunidad científica consiste en crear nubes artificiales que luego generen la lluvia. Varios investigadores de la Universidad Ben Gurion de Israel, la Universidad Libre de Bruselas y la NASA pretenden ser los primeros en lograr esta hazaña. El Proyecto «Geshem» (lluvia en hebreo) consiste en cubrir superficies de entre 4 y 9 kilómetros cuadrados con un material térmico negro que absorbe la luz del sol. De esta manera, se elevará aire con 40 a 50 grados centígrados mayor que la temperatura reinante, generando nubes que acabarían provocando precipitaciones.
El sistema se basa en el fenómeno conocido como «isla de calor» de las ciudades, que pueden tener hasta 10 grados más de temperatura debido al asfalto y los edificios. La idea ya había sido propuesta en los años 60, pero faltaba el material adecuado para lograr el aumento de temperatura. La empresa israelí Aktar, especializada en superficies particulares, ha sido la encargada de desarrollarlo.
Según sus responsables, el proyecto está especialmente indicado para zonas desérticas que tengan mar a menos de 150 kilómetros. Asimismo, añaden, su coste podría alcanzar los 40 millones de euros, aunque no tiene gastos de mantenimiento y es «ecológica».
En estos momentos se encuentra en fase de experimentación en el desierto del Negev (Israel), y se espera que los resultados lleguen en dos o tres años. Por su parte, científicos españoles de las universidades de Salamanca, Rey Juan Carlos de Madrid y Bruselas colaboran también en este proyecto, pensando en trasladarlo al litoral mediterráneo.
Sin embargo, diversos expertos en Ciencias Atmosféricas dudan de sus posibilidades reales, al recordar que los mecanismos de la lluvia son más complejos que lo que este proyecto propone. Además, recuerdan el impacto ambiental de la superficie donde iría el material, o el hecho de generar lluvias donde no suele haberlas naturalmente. En este sentido, recuerdan, si se provocan precipitaciones en una determinada zona, dejará de hacerlo en alguna otra parte.
El método de la lluvia artificial fue inventado en 1940 por dos científicos de General Electric, Vincent Schaafer e Irving Langmur. Cinco años después, el meteorólogo de la Universidad de Albany, Bernard Vonnegut, utilizó un avión para lanzar yoduro de plata a un banco de nubes. Media hora después ya llovía, aunque en otro sitio.
En la década de los 50 y 60 la Oficina Meteorológica Federal de los EEUU creó el “Proyecto Cirrus” sobre modificaciones del tiempo y se fundaron empresas para producir por encargo lluvias artificiales, obteniendo en algunos casos resultados satisfactorios. No obstante, el hecho de que se utilizara como arma bélica en la Guerra del Vietnam determinó la aparición de sus primeros detractores, conscientes de los efectos de las sustancias químicas en el medio ambiente y la salud.