Los cuadernos de bitácora de los galeones y fragatas de los siglos XVIII y XIX aportan una gran cantidad de datos sobre el clima de la época. Estos diarios, que en su día servían de ayuda para una travesía segura -especialmente cuando los buques no veían tierra y perdían cualquier punto de referencia, sin posibilidad alguna de comunicación-, han sido empleados ahora por un equipo internacional de científicos para realizar una base de datos, con registros diarios, de lo que fueron las condiciones meteorológicas desde 1750 a 1850. Una época que resulta de gran interés para estudiar el actual cambio climático, ya que entonces la actividad industrial era mucho más baja, por lo que el impacto de los gases de efecto invernadero era muy reducido.
Este proyecto, denominado Cliwoc (Base de Datos Climáticos de los Océanos del Mundo), comenzó en diciembre de 2000 y su primera fase acaba de terminar. En el trabajo, que está coordinado por Ricardo García Herrera, profesor titular de Física Atmosférica en la Universidad Complutense de Madrid, y financiado por la Unión Europea (UE), participan universidades e instituciones de España (Universidad de Vigo y Archivo General de Indias), Reino Unido, Holanda y Argentina.
300.000 observaciones
El profesor García Herrera explica que uno de los problemas que hay ahora con el estudio del cambio climático «es que todas las series instrumentales de temperatura, presión, etc., están obtenidas en los últimos cien años como mucho, pero lógicamente esas series están afectadas también por el impacto de los gases de efecto invernadero. Nosotros pensamos que el tener observaciones de ese periodo (1750-1850) que en principio no está afectado por los gases de efecto invernadero, iba a ser muy importante para caracterizar la variabilidad natural del sistema climático». Y el resultado es una base de datos con más de 300.000 observaciones concentradas en el Atlántico Norte y Sur y en el Índico. Según García Herrera, esta base de datos va a contribuir a mejorar los estudios de cambio climático; ayudará a los estudios de modelización del clima, pues se dispondrá de una serie larga que va a servir para alimentar mejor los modelos que quieren predecir el clima futuro, y también servirá para verificar y calibrar los modelos que intentan reproducir el clima del pasado. Pero para ello hay que empezar a explorarla «por miles de ángulos», precisa el experto.
Esta es la fase que ahora comienza y que el equipo que dirige este físico quiere enfocar hacia el cambio climático. De particular interés en esta investigación, dada la abundancia de observaciones en el Atlántico Norte, es la reconstrucción del comportamiento de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO), que tiene una fuerte influencia en el clima de Europa, desde el Ártico hasta el Mediterráneo. «La NAO nos da la relación que hay entre el anticiclón de las Azores y las borrascas que hay sobre Islandia -explica García Herrera-. Cuando esta oscilación está en fase positiva quiere decir que, por ejemplo, en España son inviernos muy secos, porque lo que ocurre es que todas las borrascas pasan por una trayectoria más al norte que España. Y al revés, cuando la NAO está en fase negativa, nuestro país disfruta de inviernos húmedos. En los últimos 50 años esta oscilación ha estado en una fase predominantemente positiva. Por tanto, estudiando el comportamiento de la NAO en el periodo de 1750 a 1850 podremos ver si esta tendencia registrada en los últimos 50 años es parangonable o se repite».
Pero para llegar hasta aquí han sido necesarios tres años de arduo trabajo. Los investigadores han tenido que representar cada uno de los viajes para darse cuenta, por ejemplo, de que los barcos «no podían estar viajando a través de Namibia o del desierto del Sahara». Viaje por viaje han representado la trayectoria del barco para poder corregir así esos saltos inexplicables en la ruta de un día para otro, porque había cambiado la referencia. Por tanto, dice el coordinador del proyecto, «hemos hecho un control de calidad exhaustivo sobre los datos».
Reglas precisas
A pesar de lo que pueda parecer a priori, los capitanes de los buques recopilaban infinidad de datos, pues de su capacidad para observar bien el mar en el tiempo dependía en buena parte el éxito de la singladura y la propia vida de la tripulación. Para estas observaciones había unas reglas bastante precisas, explica García. Así, siempre a mediodía determinaban su posición mediante el astrolabio o el sextante; tenían la brújula para determinar dónde estaba el norte, y con la combinación del horario y la barquilla podían determinar la velocidad del barco. La barquilla era una cuerda acabada en un trozo de madera que se echaba al mar, y durante el tiempo en que estaba corriendo el reloj se determinaba la longitud de la cuerda que había salido.
De los aproximadamente 1.100 diarios de navegación analizados, de los buques españoles provienen 50.000 observaciones, fundamentalmente del Atlántico, pues se trataba de los barcos correo que hacían la ruta La Coruña-Cuba una vez al mes; La Coruña-Montevideo-Buenos Aires, una vez cada dos meses, y también expediciones que iban desde Cádiz hasta las Antillas, y también a Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile y a veces llegaban hasta Perú.
Una gran cantidad de datos que ayudará a los investigadores a comprender mejor el clima del pasado y a trazar las cartas de navegación de lo que puede ser el clima futuro teniendo en cuenta los impactos del calentamiento global.