A María Purificación Neira González le gusta decir que la búsqueda de perspectiva es el paso indispensable para abordar los problemas. La hoy directora del Departamento de Salud Pública, Medio Ambiente y Determinantes Sociales de la Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo descubrió ejerciendo la medicina en zonas de conflicto en África y Centroamérica. En 2019, la prestigiosa publicación británica The Ecologist incluía a la doctora asturiana, de 59 años, en la lista de las 25 mujeres líderes más influyentes en la lucha contra el cambio climático, junto a nombres como el de Greta Thunberg, Alexandria Ocasio-Cortez o Jane Goodall. Como máxima responsable de uno de los departamentos más importantes de la OMS, Neira analiza en esta entrevista los grandes retos de la salud pública: la alimentación saludable, el acceso a la energía y, en materia de medio ambiente, la lucha para mejorar la calidad del aire y del agua de mares y océanos.
Usted es médico con experiencia en zonas de conflicto. ¿Qué le llevó a dejar la relación directa con pacientes y dar el salto al ámbito de la gestión en salud pública?
Fue un proceso gradual, no habría podido dejar la medicina clínica de manera radical. Pero empecé a darme cuenta de que las políticas de salud pública son la base donde se empiezan a gestar el bienestar y la enfermedad de las personas. Me gusta explicarlo pensando en la idea de un pantano que pierde agua por una fuga; tienes que ir a la grieta para evitar que se seque. Ahí es donde está el impacto. Y al final, eso es lo que se hace desde un departamento de salud pública.
La lucha contra la obesidad es una de las áreas en las que más ha trabajado. ¿Qué medidas deben tomar las autoridades sanitarias para garantizar una alimentación saludable?
«No me gusta esa expresión de ‘lucha contra la obesidad’, porque considero que se interpreta como una penalización»
Defiendo una campaña a favor de la alimentación saludable y no en contra de la obesidad. No me gusta esa expresión de “lucha contra la obesidad”, porque considero que se interpreta como una penalización hacia un porcentaje cada vez mayor de personas. Tenemos que entender las causas y el contexto de la obesidad. Por ejemplo, en países como México, donde el agua del grifo no se puede beber, cuanto más pobre es la familia, más consumo hay de refrescos azucarados, porque son más baratos que el agua embotellada. Es un problema complejo en todo el mundo, y la solución no va a ser ad hoc [específica para esto], sino en contexto, y pasa por regular la publicidad de estos alimentos y los precios, para que los más baratos no sean los más insanos. También la disponibilidad, la accesibilidad y la educación dentro de las familias, con la promoción de pautas saludables, además de mejorar la educación nutricional en las consultas de pediatría cuando aparece un niño candidato a padecer diabetes.
¿Qué opina del sistema de etiquetado nutricional Nutri-Score?
Me parece una intervención muy valiosa para orientar en la compra de alimentos saludables. Es importante dar respuesta a todas las preguntas y debates que surjan, y también que se busque una adaptación lo más precisa posible a los patrones gastronómicos de cada país. Lo vemos en el caso de Francia, con la controversia suscitada por los quesos. Lo interesante del sistema Nutri-Score es que ha permitido cuestionar públicamente hábitos muy arraigados en Francia, como el consumo excesivo de quesos y nata, algo que allí muchas veces es difícil de plantear por la popularidad de estos productos.
El cáncer es uno de los principales retos en salud pública. Los datos de la OMS recogen que durante los 10 últimos años los precios de los fármacos oncológicos se han disparado, pasando de 6.000 a 10.000 dólares mensuales en la mayoría de los tratamientos oncológicos. ¿Qué pueden hacer los Estados para garantizar el acceso a los tratamientos?
Los países con sanidad universal, como España, tienen que tratar al sistema como su bien más preciado, con un valor fundamental. Hay que ser muy racional y protegerla pensando en sus puntos de debilidad y fortaleza. Cuando el sistema es fuerte, se pueden mantener conversaciones con la industria farmacéutica. Las negociaciones con empresas farmacéuticas requieren Gobiernos muy fuertes y unidos, con alianzas entre Estados. Y ahí es donde entran en juego mecanismos como los de la UE, para permitir negociaciones y estrategias orientadas al bien común.
Y con respecto a las competencias de la UE, ¿cómo valora el papel de Bruselas en la lucha por la calidad del aire?
La calidad del aire es ahora mismo mi campaña más importante en salud pública. Hablamos de siete millones de muertes prematuras al año por este motivo. Hemos tenido reuniones muy fructíferas con la Comisión Europea en este asunto, en el sentido de que en Europa tenían adoptados unos estándares más tolerantes con la contaminación del aire [establecidas en dos directivas de la UE, que se revisarán a finales de este año] que los que propone la OMS, y la buena noticia es que se van a revisar. En las reuniones sobre el aire siempre digo que intenten parar de respirar durante 10 segundos, para que entiendan que es algo con lo que no se puede negociar; lo necesitamos para vivir. Y no hay opciones. Cuando tratamos el problema del agua, a veces se plantea la posibilidad del agua embotellada. Con el aire esto no pasa. Solo hay un aire que respirar, no cabe otra posibilidad.
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Usted insiste en la importancia de ayuntamientos y alcaldes, como institución específica para la implantación de medidas que mejoren la calidad del aire. ¿Qué le parecen las experiencias de los ayuntamientos europeos en este sentido?
Hay que entender que, con la cuestión de la contaminación del aire, la única opción posible pasa por las políticas públicas. Donde hay alcaldes con liderazgo y presión ciudadana, se ponen en marcha medidas para favorecer la movilidad sostenible: bicicletas, transporte público, vehículos eléctricos de uso compartido… Luego los ediles que hacen eso ganan réditos entre los ciudadanos. Algunos alcaldes franceses me han comentado que, cuando se han implantado estas medidas, a veces ha habido problemas de aceptación entre los comerciantes. Pero estas reticencias no solo han ido desapareciendo conforme se ha visto la mejora, sino que, al final, los comerciantes se han adherido fuertemente a los proyectos para favorecer calles peatonales. Porque toda la actividad de una ciudad progresa cuando la ciudad se vuelve más habitable.
Energía y calidad del aire no son los únicos problemas medioambientales con un impacto directo en salud pública. Las toneladas de plástico suponen una crisis ambiental que amenaza la vida del planeta por su huella en los fondos marinos. ¿Qué estrategias destaca como más eficientes?
En los países ricos no hay excusa para no reducir el consumo de plástico. Hay un pequeño porcentaje que es necesario y que corresponde a la parte hospitalaria, importantísimo para la higiene, la protección y la reducción de infecciones. Pero fuera de ese contexto existen alternativas. Un buen ejemplo es el caso de Australia y el éxito de la adhesión ciudadana a la eliminación de plásticos de un solo uso y a la implantación de las bolsas de tela [una estrategia gubernamental en este país que ha conseguido en solo dos años la reducción de 1.500 millones de toneladas de plásticos de un solo uso]. En lo que respecta al mar, retirar y remediar lo ya hecho puede ser más difícil, aunque la tecnología está avanzando mucho. Pero lo que podemos y debemos hacer es evitar que se siga vertiendo basura al agua.
Más allá de España o de Europa, la contaminación del aire está directamente relacionada con la falta de abastecimiento energético en los países en desarrollo, debido a la dependencia de combustibles fósiles y agentes tóxicos en actividades tan cotidianas como cocinar. ¿Qué se puede hacer para cambiar esta situación?
«Lo que podemos hacer desde el mundo desarrollado es estar más concienciados de lo que significa el uso de los recursos naturales y la eficiencia en el uso del agua y la energía»
Es un problema que afecta a 3.000 millones de personas. La mitad de la población mundial no tiene acceso a la energía; no disponen de ese movimiento tan banal para nosotros como es el poder recurrir con un gesto a luz, agua caliente, una cafetera encendida… Ello incide especialmente en la población femenina, ya que millones de mujeres tienen que andar cuatro o cinco horas al día para conseguir madera, secar excrementos de animales para cocinar o recoger agua. Es lo que impide que las mujeres tengan acceso a la educación. Llevar la energía a los países en desarrollo supondría una de las medidas más importantes en materia de feminismo. Representaría, para millones de mujeres, poder ir a la escuela y liberarse. Lo que podemos hacer desde el mundo desarrollado es estar más concienciados de lo que significa el uso de los recursos naturales y la eficiencia en el uso del agua y la energía. Otro mecanismo interesante está en el comercio justo de productos procedentes de países en vías de desarrollo. Es preferible adquirir aquellos en los que se garantice la participación de los productores, para que quienes cultivan puedan negociar esos precios.
A pesar de los desafíos globales a los que se enfrentan los Estados, ¿es usted optimista o pesimista sobre el futuro?
Cuando se trabaja en salud pública, no queda otra que ser optimista. Luchamos todos los días contra gigantes, pero todavía ningún gigante ha acabado con nosotros. Esa es la idea que nos impulsa a seguir adelante.
¿Qué frase resumiría su mayor anhelo para el futuro de la salud pública?
Acabar con la insalubridad en el aire, en el mar y en la alimentación.