Los antibióticos que tomamos para combatir cualquier infección o el ibuprofeno que utilizamos para paliar un dolor tienen efectos inesperados en el mar. Allí, los cetáceos, considerados “centinelas de la salud”, absorben estas sustancias a través de las aguas residuales y vertidos, porque algunos fármacos no pueden ser totalmente eliminados por las depuradoras.
Los medicamentos forman parte de los llamados “contaminantes de interés emergente”, que son aquellas sustancias químicas que desde hace unos pocos años se detectan en las aguas gracias a los avances en los análisis químicos y cuya presencia puede suponer un riesgo para el medio ambiente y para la salud humana. Aunque estos residuos todavía no tienen una legislación específica que limite sus concentraciones en el medio marino, sí se encuentran bajo vigilancia europea.
¿Por qué estudiar los cetáceos?
El proyecto Marfarisk, liderado por el Grupo Oceanosphera del Área de Toxicología de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Murcia (UM), es un estudio que tuvo como objetivo detectar la presencia y los efectos de ciertos medicamentos en el mar. Este seguimiento tiene importancia porque todavía se desconocen las consecuencias de estos vertidos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la resistencia a los antibióticos es una de las mayores amenazas sanitarias del futuro: se estima que en 2050 podrían morir 10 millones de personas al año debido a la resistencia a los antimicrobianos (RAM). Si los antibióticos ya han llegado al mar se puede considerar la primera señal de advertencia.
“Los llamados ‘centinelas’ son especies que nos pueden ayudar a interpretar riesgos para la salud humana. Los mamíferos marinos, en concreto los que están en lo alto de la cadena trófica como los grandes cetáceos, tienen unas particularidades fisiológicas que favorecen la acumulación de contaminantes: pueden absorber sustancias que transmiten a través de la leche materna, tienen una capa de grasa que les rodea con limitada capacidad para metabolizar y excretar este tipo de sustancias, por lo que los compuestos químicos se mantienen en su organismo y sufren enfermedades similares a las nuestras”, describe Emma Martínez, directora del Proyecto Oceanosphera. “Todo ello hace que sean muy buenos como indicadores de la salud del medio marino, del planeta y de la nuestra, por lo que podrían alertarnos de problemas futuros”, añade.
Contaminantes en los cetáceos
El estudio Marfarisk pretende observar cómo interaccionan los contaminantes emergentes en el medio marino y cuáles son sus efectos carcinógenos, neurotóxicos, inmunotóxicos, conductuales, endocrinos o neurodegenerativos. Para ello cuenta con la amplia base de datos de la Red de Varamientos de Murcia, con muestras de tejidos de cetáceos que fallecieron y alcanzaron las costas desde 2009.
En todas las muestras observaron que los fármacos están presentes en los organismos de los cetáceos. “No encontramos altas concentraciones químicas que puedan provocar una sintomatología clínica concreta o la muerte, pero sí podría estar mermando su capacidad para defenderse de infecciones o enfermedades”, explica Martínez.
De los antibióticos analizados —azitromicina, claritromicina, eritromicina, fluoroquinolona y ciprofloxacina—, los investigadores solo han detectado hasta el momento la azitromicina, que en población humana se usa solo para tratar infecciones de piel y tejidos blandos de las vías respiratorias. También se buscaron dos antiinflamatorios no esteroideos —ibuprofeno y diclofenaco—, que se encontraron en tejidos de los músculos, hígado y riñones.
Todavía no se sabe cómo eliminan estos grandes animales marinos los distintos fármacos y por qué unos están presentes y otros no.
¿Qué implica para la salud humana?
Al tratarse de un estudio pionero, aún se desconoce cómo podría afectar a los humanos esta exposición a los fármacos en las zonas de baño. “De alguna forma, a nosotros también nos están llegando residuos antibióticos a nuestro organismo y podría generar ciertas tolerancias. Pero esto es solo una hipótesis. Lógicamente, que nos lleguen antibióticos sin un objetivo terapéutico puede hacer que nuestras propias bacterias se vean afectadas, pero todavía no tenemos la certeza de cómo lo hace”, afirma la directora del proyecto.
El hecho objetivo es que, tierra adentro, el consumo abusivo de antibióticos entre la población puede influir en la resistencia antimicrobiana. Según la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), “el uso excesivo o indebido de antibióticos se ha relacionado con la aparición y la propagación de microorganismos resistentes a ellos, lo que hace que el tratamiento sea ineficaz y supone un riesgo grave para la salud pública”.
En un estudio de 2018 se analizó la presencia y distribución de bacterias con resistencia a antibióticos en el agua del mar próxima a distintas bases antárticas, observando cepas resistentes a todo tipo de antibióticos.
Otra investigación de Reino Unido, publicada en 2022, analizó las aguas residuales entre 2015 y 2018 en busca de cuatro antibióticos (ciprofloxacina, azitromicina, claritromicina y eritromicina). Concluyó que las plantas de tratamiento de aguas residuales eran efectivas con los tres macrólidos (azitromicina, claritromicina y eritromicina), un tipo de antibióticos que, además de su acción antibacteriana, poseen un cierto efecto antiinflamatorio, pero presentaba menos efectividad con la ciprofloxacina, que no era eliminada correctamente y llegaba a los ríos y al mar, donde podrían proliferar las bacterias resistentes.
Cómo reducir el vertido de fármacos
Se estima que entre el 40 % y el 90 % de los antibióticos de uso humano o veterinario se excreta a través de heces y orina, todavía con sus compuestos activos. De esta forma contaminan el medio ambiente a través de su sedimentación en tierra y agua, desde los sistemas de alcantarillado hasta los vertidos de industrias farmacéuticas o los restos de purines de ganaderías y estiércol usado como fertilizante en la agricultura.
- La primera medida para reducir el impacto de la contaminación farmacológica pasaría por el hogar: si se redujera el consumo de medicamentos en el día a día disminuiría su vertido a las aguas residuales.
- Otra medida en el entorno doméstico consistiría en no tirar los fármacos caducados por el inodoro, sino depositarlos en un punto SIGRE.
- Si la medicación es inevitable y pautada, la siguiente barrera de contención son las estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR), que en los últimos años han contribuido a reducir la contaminación vertida al medio.
➡️ Actuación en el Mar Menor
Un estudio publicado en 2016 por el Instituto Español de Oceanografía (IEO), perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), desveló que se vertían anualmente 27,4 kilogramos de contaminantes orgánicos al Mar Menor (Murcia), de los cuales 11,4 kilos eran fármacos. Esa cantidad de medicamentos eran absorbidos por la fauna y flora marina.
Una década después, los mismos investigadores comprobaron que la situación en el Mar Menor había mejorado gracias al desarrollo de procedimientos para eliminar contaminantes. Esto redujo la presencia, concentración y cantidad de contaminantes en agua, aunque en los sedimentos y organismos analizados (bivalvos y peces) todavía se observaba la bioacumulación de fármacos, sobre todo en los galupes (Liza aurata), un tipo de pez que habita los fondos de la laguna salada del Mar Menor.
“En el Delta del Ebro y zonas costeras urbanas con una importante actividad turística esperábamos observar una variación estacional. Aunque, teóricamente, la fuente y los aportes de contaminantes son mayores en verano por el aumento de población, los procesos naturales en el medio eran capaces de degradar la contaminación gracias a las elevadas temperaturas. Sin embargo, se observaron concentraciones de fármacos más altas en invierno, con bajas temperaturas y menor exposición solar, que además son épocas en las que se utiliza con más frecuencia fármacos como los antiinflamatorios y antigripales”, apunta Víctor Manuel León, coordinador del estudio e investigador del Centro Oceanográfico de Murcia/IEO-CSIC.
Próximos pasos
En estos momentos, su equipo forma parte de proyectos nacionales y europeos que tienen como objetivo poner el foco en los contaminantes de interés emergente e identificar cuáles son los que más daño pueden estar provocando en los ecosistemas marinos.
“Para la mayoría de los fármacos se requiere todavía mucha investigación. Uno de los programas en los que participamos es el proyecto europeo Contrast, para evaluar los efectos de los contaminantes en el entorno marino y proponer medidas que sirvan de guía para desarrollar políticas ambientales en la Unión Europea. El objetivo es identificar qué contaminantes afectan más y después hacer ensayos de toxicidad en laboratorio, de forma controlada, para poder extrapolar e identificar, sin género de dudas, los efectos a nivel ambiental”, describe León.
El objetivo de la comunidad científica para los próximos años es identificar qué sustancias farmacológicas están afectando, de qué forma y a qué organismos, para evitar la proliferación de bacterias y genes de resistencia antibiótica que pueden generar un problema de salud a gran escala.
Los plásticos agravan la contaminación
Desde hace tres décadas, el Grupo de Contaminación Marina y Efectos Biológicos del IEO-CSIC ha investigado los distintos tipos de contaminantes que afectan a las aguas y plataformas costeras españolas.
En uno de sus recientes estudios, que analizaba la presencia de contaminantes heredados y de interés emergente en dos zonas costeras del Mediterráneo (Delta del Ebro y Mar Menor), detectaron filtros UV, productos cosméticos, sustancias procedentes de la combustión del carbón, petróleo, gasolina y basuras, pesticidas, plaguicidas y refrigerantes, entre otras sustancias.
Y aún hay más: en otra investigación se descubrió que los plásticos flotantes sirven para concentrar la contaminación en el medio marino. “Observamos que los plásticos, en general, tienen un doble papel: pueden liberar sustancias, sus propios aditivos plásticos, y además pueden concentrar los contaminantes en el entorno marino. Son contaminantes que se podrían acumular en el aire o suelo, pero después son transferidos al mar con estos plásticos”, afirma Víctor Manuel León, investigador del IEO-CSIC. De esta forma, una colilla tirada en la playa, los restos de una bolsa de comida que caen de una papelera o incluso cubos y palas de plástico olvidados, contribuyen a esta contaminación.
“En el mar, las concentraciones están presentes, pero estamos mucho más expuestos en nuestro entorno, hogar, coche y ciudades: estamos rodeados de plásticos. Tenemos una exposición más directa en nuestra vivienda que en el entorno marino, que solo devuelve lo que hemos vertido”, señala. Sin embargo, sí convendría minimizar nuestro impacto, controlar los vertidos, si es posible sustituir los filtros fotoprotectores por productos biodegradables y contribuir a mantener las playas limpias, porque los plásticos persisten mucho tiempo.