Los efectos de la actividad agrícola sobre el medio ambiente son enormes. Alrededor del 38 % de la superficie terrestre del mundo se destina a labores agrícolas. Y cuanto mayor es la demanda de alimentos, más crece la presión sobre la tierra. El problema es que, en las últimas décadas, el deterioro de los suelos se ha multiplicado.
La deforestación y el sobrepastoreo, sumados a unos modelos agrícolas intensivos —con el consiguiente abuso de pesticidas y herbicidas—, ha hecho saltar las alarmas. Los recursos se agotan, escasea el agua, el cambio climático avanza, la biodiversidad decrece, los rendimientos agrícolas menguan y los cultivos cada día están más expuestos a fenómenos extremos. En este contexto repleto de incertidumbres en el que tantos vectores se relacionan se enmarca la agroecología.
Qué es la agroecología
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) define la agroecología como una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social que aplica simultáneamente conceptos y principios ecológicos y sociales en el diseño y gestión de sistemas agrícolas y alimentarios sostenibles.
Esta doctrina, que dio sus primeros pasos en los años setenta del siglo pasado, entiende la agricultura como un todo único en el que interactúan plantas, animales, seres humanos y medio ambiente. Y a la vez, aborda la necesidad de sistemas alimentarios que sean equitativos desde el punto de vista social, en los que las personas puedan elegir lo que comen, dónde y cómo se produce.
El ingeniero agrónomo y catedrático de Sociología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Eduardo Moyano, menciona otros aspectos relevantes. “También apoya la autonomía campesina respecto a los mercados, la recuperación del conocimiento local y el establecimiento de alianzas con los consumidores”, apunta. Con ello se refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales y la identidad cultural de los agricultores, verdaderos artífices de esta corriente y cuyo saber ancestral tiene un valor incalculable.
Para preservar los ecosistemas, la agroecología se basa en una serie de principios. Entre ellos:
- la diversidad ecológica: que en una misma explotación convivan diferentes cultivos.
- la rotación de cosechas, para evitar que se agoten los recursos naturales en una misma parcela.
- la combinación de agricultura y ganadería favorece el reciclaje de nutrientes de forma circular.
¿Es lo mismo agroecología que agricultura ecológica?
La frontera entre los términos agroecología y agricultura ecológica es difusa y se emplean como si tuvieran el mismo significado, cuando en realidad son conceptos diferentes.
Los expertos insisten en que la agroecología no es una práctica agrícola en sí misma, sino conocimiento científico. La definen como un conjunto de ideas de contenido científico sobre el funcionamiento de la agricultura y sobre cómo deberían ser gestionadas las explotaciones agrarias buscando siempre el equilibrio con los ecosistemas.
Esas ideas han servido de base para el desarrollo de prácticas agrícolas y ganaderas muy diversas, y una de ellas es la agricultura ecológica. Sometida a una regulación y a un control muy estricto, esta modalidad agrícola se caracteriza por no recurrir a los insumos químicos, como fertilizantes o pesticidas, en la obtención de alimentos. Algo que también se impulsa desde la agroecología.
🍏 Buenas prácticas agrícolas
La producción ecológica de alimentos es, pues, consecuencia directa de la agroecología. España es el país de la eurozona con una mayor superficie agrícola dedicada a los cultivos ecológicos (2,35 millones de hectáreas, el 17,1 % del total de la UE), seguida de Francia, Italia y Alemania, según Eurostat.
Numerosas empresas han realizado importantes en inversiones en I+D para conseguir abonos orgánicos de calidad, con las ventajas que suponen para los agricultores, que pueden obtener cosechas sin incrementar sus costes. Esto les permite alcanzar mercados de mayor valor añadido y ser más competitivos, con lo que generan valor en el medio rural.
“Emplea las mejores prácticas para el medio ambiente y el clima, un elevado nivel de biodiversidad, la consideración del bienestar animal y una producción a partir de sustancias y procesos naturales”, señala la presidenta de la Sociedad Española de Agroecología (SEAE), Concha Fabeiro. Los proyectos agroecológicos chocan de pleno con la agricultura industrializada cuyo único fin, según Fabeiro, es el de aumentar la producción de alimentos. “Pero descuida aspectos medioambientales y socioculturales que sí están integrados en la agroecología”, advierte.
Tradición y técnicas ancestrales
Otra muestra del compromiso de la agroecología por los elementos medioambientales, sostienen en el Colegio Oficial de Ingenieros Agrónomos de Centro y Canarias (COIACC), es su apuesta por la eficiencia y la economía circular, que permite que se ahorren recursos económicos. “No ofrece prescripciones fijas, sino que sus prácticas se adaptan al contexto ambiental, social, económico, cultural y político”, argumenta la experta del COIACC Raquel Bravo.
Para lograrlo, la agroecología combina conocimientos tradicionales y autóctonos, competencias prácticas de los productores, argumentos técnicos y científicos, que permiten que se ahorren recursos económicos. Los siguientes son algunos ejemplos de técnicas ancestrales que permiten ahorrar costes:
- utilización de las propias semillas producidas en la granja.
- uso del estiércol del ganado como abono orgánico y el de plantas como abono verde.
- apuesta por los policultivos frente a la especialización productiva.
- fomento de las variedades vegetales y las razas autóctonas adaptadas al medio.
- creación de corredores ecológicos (áreas verdes que permiten conectar espacios naturales de gran valor ecológico para evitar que queden aisladas las especies que habitan en ellos) para facilitar el desarrollo de las abejas.
Todas ellas son prácticas agrícolas con siglos de historia, transmitidas de padres a hijos desde tiempos inmemoriales, que están en el ADN de la agroecología. Sistemas tradicionales que se preocupan por el uso de los recursos y no se centran exclusivamente en lo que ocurre en la plantación, sino que manejan las interacciones entre el cultivo y el medio que lo rodea. Así preservan la biodiversidad y la cultura.
Integrar la innovación al conocimiento de antaño
🚜 Cultivos autoabonados
También se inspiran en este movimiento otras prácticas agrícolas muy novedosas, como los cultivos autoabonados, que son aquellos que utilizan como fertilizante los propios residuos de la explotación agrícola (restos de plantas vegetales una vez cosechadas, que se entierran como abono) o ganadera (estiércol del ganado, empleado como abono nitrogenado en los suelos agrícolas de la explotación).
🚜 Abonos inteligentes
Otra novedad son los abonos inteligentes, que son aquellos fertilizantes que se desarrollan mediante tecnologías de precisión de tal modo que solo se usan en las cantidades que realmente necesitan los cultivos, evitándose así un consumo excesivo, lo que, a su vez, reduce la contaminación ambiental. Una opción que hay que tener en cuenta son los fertilizantes sostenibles, como el amoniaco verde, que no emite dióxido de carbono en su producción.
🚜 Agricultura de precisión
Lo mismo ocurre con la agricultura de precisión, aquella que utiliza técnicas digitales para hacer un seguimiento de los procesos de producción agrícola y optimizarlos. En este caso, las nuevas tecnologías desempeñan un papel protagonista en la transición hacia sistemas agrícolas más sostenibles y resilientes al cambio climático.
🚜 Nanotecnología
Mediante el uso de la nanotecnología y de las tecnologías de la información (TIC), esta agricultura inteligente recurre a las innovaciones tecnológicas más avanzadas —desde sensores y monitorización hasta satélites, teledetección, drones, sistemas de información geográfica (SIG) y mapeo de suelos, entre otras— para controlar mejor todas las variables que afectan a los cultivos, de manera que se aumente la producción al menor coste posible.
Sus ventajas, además del ahorro de tiempo, dinero y recursos naturales como el agua, son numerosas. Facilitan, por ejemplo, la aplicación de sistemas más eficientes de monitoreo de plagas y enfermedades y optimizan el uso de insumos, fertilizantes, plaguicidas y el riego. “Son herramientas que fomentan la eficiencia y el uso racional de los recursos naturales. Por lo tanto, contribuyen a que la agricultura sea más sostenible, tal y como defiende la agroecología”, insiste Bravo.
Ampliar el alcance de la agroecología
Este punto es clave. “Si la agroecología reduce su campo de acción a las prácticas relacionadas con la agricultura ecológica, sus soluciones son limitadas”, reconoce desde el CSIC Eduardo Moyano. Su horizonte, en cambio, se amplía si incluye los avances tecnológicos para abordar los grandes retos de la agricultura y la alimentación.
Aunque no todo vale. “Estas tecnologías deben garantizar en todo momento la soberanía y la autonomía de los agricultores. Estos no pueden depender exclusivamente de esas soluciones tecnológicas”, añade Moyano. Al fin y al cabo, la agroecología no solo busca una mayor racionalización económico-productiva de las cosechas, sino también un cambio en las actitudes y valores de los actores en relación con el manejo y la conservación de los recursos naturales.
Reducir el uso masivo de fertilizantes y pesticidas
“Aplicar los principios de la agroecología exige hacer mucha pedagogía entre los agricultores, que llevan 50 años siguiendo las enseñanzas de la revolución tecnológica de los años sesenta —la llamada revolución verde—, basada en el uso masivo de fertilizantes y pesticidas químicos o maquinaria con el objetivo de obtener los mayores rendimientos productivos en sus explotaciones”, detalla Moyano. Por eso, el principio de la agroecología que habla de la soberanía alimentaria y la autonomía de los agricultores no es factible en una economía abierta y globalizada como la actual.
De alguna manera, los principios de la agroecología deberían adaptarse la actualidad. “Si el objetivo último de la agroecología es servir de guía para asegurar el equilibrio de los ecosistemas, preservar la biodiversidad, mejorar el bienestar y aumentar la autonomía de los agricultores en todo el planeta, quizá sea pertinente flexibilizar algunos de los principios que la definen”, analiza.