Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2019 más del 90 % de la población mundial vivía en lugares con una calidad del aire inadecuada. La polución aumenta las posibilidades de padecer enfermedades respiratorias y cardiovasculares, además de favorecer los accidentes cerebrovasculares. Según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), 307.000 personas murieron prematuramente en 2019 en la Unión Europea debido a la contaminación por partículas finas.
El 2021 la OMS estableció unas nuevas guías mundiales sobre calidad del aire y modificó a la baja los valores permitidos. La AEMA ha celebrado esta decisión: de acuerdo con sus estimaciones, seguir estas recomendaciones podría evitar más de la mitad de las muertes prematuras causadas por la contaminación.
En la actualidad, la Unión Europea desarrolla el Plan de Acción Contaminación Cero, con el que pretende reducir en 2030 los fallecimientos por esta causa en más de un 55 % en comparación con las registradas en 2005. Hasta 2019 había logrado rebajar la cifra un tercio. Para Hans Henri P. Kluge, director de la OMS para Europa, “el aire puro debería ser un derecho fundamental y una condición necesaria para la salud y la productividad de las sociedades”.
¿Qué es la contaminación?
La contaminación es una mezcla de partículas sólidas y gases en el aire que respiramos. Los tóxicos del aire más preocupantes son:
- las partículas de menos de 10 y 2,5 microgramos por metro cúbico (PM10 y PM2,5, respectivamente).
- el ozono (O3).
- el dióxido de nitrógeno (NO2).
- el dióxido de azufre (SO2).
- el monóxido de carbono (CO2).
Las ciudades son puntos críticos. “Los contaminantes primarios se emiten de forma directa por el uso de combustibles fósiles o los gases y las partículas generados en distintos tipos de industrias, así como por el empleo de disolventes o la emisión de metano en procesos de degradación de materia orgánica, entre muchos otros”, explica Juan Antonio Imbernón, miembro de la Fundación Aquae. En determinadas condiciones físicas y químicas de la atmósfera, “esos contaminantes primarios generan otros secundarios, como el ozono troposférico, uno de los principales contaminantes atmosféricos en latitudes con alta radiación solar, como España, lo que genera episodios de contaminación ocasionales significativos en grandes ciudades”, apunta el técnico.
La calidad del aire de las ciudades
El índice de calidad del aire (ICA) permite conocer el nivel de contaminación atmosférica de un determinado lugar en tiempo real. En nuestro país, estos datos se pueden consultar a través del visor de calidad del aire del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
El ICA define seis categorías de calidad del aire, cada una con un código de colores asociado: buena, razonablemente buena, regular, desfavorable, muy desfavorable y extremadamente desfavorable. “Además, aporta una serie de recomendaciones sanitarias en función de cada una de ellas para las actividades que se realizan al aire libre, de mucho valor para la toma de decisiones de los grupos de riesgo y personas sensibles a la contaminación y para la población en general”, puntualiza Imbernón. Los límites se establecen a través de la normativa europea sobre calidad del aire.
La OMS, por su parte, tiene unas directrices más restrictivas “para prevenir los altos índices de muertes y enfermedades provocados por esta tipología de contaminantes en todo el mundo”, revela el técnico de Aquae. “Si bien no son jurídicamente vinculantes, deben ser tenidas en cuenta por los gobiernos a la hora de definir las políticas públicas y el desarrollo de nueva legislación en esta materia, con el fin de ofrecer la mejor calidad de vida para sus ciudadanos”, concluye.
Efectos de la contaminación sobre la salud
La contaminación del aire representa un importante riesgo para la salud, tanto en ciudades como en zonas rurales. Según las estimaciones de la ONU, cada año fallecen siete millones de personas prematuramente en el mundo por sus efectos:
- el 58 % de estas muertes son debidas a cardiopatías isquémicas y accidentes cerebrovasculares
- el 18 %, a enfermedades pulmonares obstructivas crónicas e infecciones respiratorias agudas
- y el 6 %, a cáncer de pulmón.
“La contaminación puede afectar a nuestra salud de manera leve, provocando irritación y picor de ojos o de nariz, molestias e inflamación de la garganta o tos”, expone la doctora Cristina Martínez, neumóloga y coordinadora del Área de Medio Ambiente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR).
Pero también produce efectos más graves. Aquellas personas que tienen enfermedades respiratorias crónicas previas, como asma o EPOC, son más susceptibles a sufrir los efectos nocivos.
La contaminación también afecta al sistema cardiocirculatorio. Hay más infartos y accidentes cerebrovasculares. “Y cuando los niveles de contaminación son altos y crónicos, puede elevarse el riesgo de padecer cáncer de pulmón”, añade la especialista.
De acuerdo con el último estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), solo con cumplir con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud podrían evitarse 114.000 muertes prematuras derivadas de los tóxicos provenientes de los tubos de escape de los coches: las partículas finas y el dióxido de nitrógeno.
Los ancianos y los niños son grupos de población más frágiles. “Cuando los niveles de contaminación aumentan, también lo hacen las visitas a las urgencias y los ingresos hospitalario”, indica la representante del SEPAR.
“Vivir a kilómetros de las grandes poblaciones no nos hace estar protegidos. La contaminación se dispersa. En las áreas soleadas de las zonas residenciales aumenta la concentración de ozono, tan peligroso como los óxidos nitrosos en las ciudades”, observa la doctora. Es el ozono troposférico, un contaminante secundario que se forma a partir de reacciones químicas tras el contacto de la luz solar con algunos contaminantes, como los gases del tubo de escape de los coches.
“El pulmón y la piel son los órganos más expuestos al entorno. El pulmón sufre mucho si la calidad del aire es mala”, advierte la doctora. Entre las acciones para fortalecer el sistema respiratorio está la actividad física. “Hay que moverse, hacer un paseo cada día. Es fundamental en todas las edades, pero sobre todo en personas mayores. Además, tenemos que evitar todo tipo de tóxicos, como el tabaco”, finaliza la especialista.
Los niños, grandes damnificados de la polución
Si hay un grupo al que le afecte especialmente la contaminación ese es el de los niños. Incluso antes de que nazcan, son muy vulnerables. La OMS estima que un 93 % de los menores vive en lugares con niveles de polución atmosférica superiores a los recomendados. El 36 % de las enfermedades en menores de cinco años tiene una causa ambiental.
La etapa infantojuvenil es más susceptible de sufrir los efectos de la contaminación. ¿Por qué? “Por la inmadurez fisiológica de los sistemas respiratorio e inmunológico, la mayor tasa metabólica (quema calorías un 50 % más rápido que un adulto), la frecuencia respiratoria y los requerimientos de aire por kilogramo de peso que los adultos”, reporta el doctor Juan Antonio Ortega, coordinador del Comité de Salud Medioambiental de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
La polución repercute en la salud infantil de manera similar a como lo hace en los adultos, pero hay algunas salvedades. “En la infancia hay una mayor incidencia de tos, moco, expectoración y sibilancias [sonidos agudos que se producen durante la respiración]. También mayor gravedad de infecciones de vías bajas, así como del asma y de la pérdida de la función pulmonar”, señala el doctor. En el apartado neurológico, la contaminación aumenta el riesgo de “disminución de función cognitiva, déficit de atención e hiperactividad”, recalca.
Estos contaminantes también tienen efectos adversos preconcepcionales (los óvulos y los espermatozoides son células muy sensibles a los tóxicos) durante la gestación (las partículas contaminantes provocan alteraciones en el desarrollo fetal, lo que aumenta el riesgo partos prematuros y bajo peso al nacimiento) e incrementan la morbimortalidad perinatal. “Es uno de los principales retos de salud medioambiental para la pediatría de nuestra era, y quizás el más descuidado”, reflexiona el especialista.
Qué hacer para mejorar la calidad del aire
Prevenir para no curar
Hay margen para la esperanza. Al menos así lo cree el representante de la AEP: “Podemos disminuir el impacto en las enfermedades del adulto si mejoramos la calidad del aire. Muchas de las enfermedades prevenibles se inician en las primeras dos décadas de la vida, desde el embarazo hasta el final de la adolescencia”.
Para articular el cambio, anima a impulsar la implantación de, al menos, una Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica (Medicina Medioambiental) en cada una de las comunidades autónomas a través del Plan Estratégico de Salud y Medioambiente. Actualmente solo Cataluña y la Región de Murcia cuentan con ella. “La cooperación triangular entre gobernantes, sociedad civil y profesionales de la salud puede constituir una herramienta muy poderosa para el control de la contaminación del aire y mejorar la salud de los niños y jóvenes”, asegura el facultativo.
Menos consumo de energía en edificios
Pero para reducir la contaminación del aire también es necesario impulsar iniciativas desde el diseño urbano. Desde 2013 en España, al igual que en otros países europeos, el propietario de un inmueble debe tener un certificado de eficiencia energética para venderlo o alquilarlo. Este certificado busca promover un mejor uso de la energía en las edificaciones: según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), supone cerca del 30 % del consumo energético.
Pero hay más. Con el objetivo de impulsar un mercado más sostenible y ecológico y cumplir con los criterios medioambientales y sociales de la Agenda 2030, la asociación sin ánimo de lucro Green Building Council España (GBCE) ha creado la certificación VERDE (Valoración de Eficiencia de Referencia de Edificios). Esta validación evalúa el ciclo de vida y pondera los resultados del edificio en su conjunto. Es una certificación voluntaria y puede obtenerse tanto al acometer un nuevo proyecto como para añadir valor a una edificación ya existente.
La certificación VERDE está operativa en toda España. Puede solicitarla cualquier comunidad de propietarios o un constructor a través de la página oficial del Green Building Council España. Actualmente, más de 340 profesionales, empresas e instituciones están adheridas a esta certificación y su coste depende de varios factores, pero su precio medio ronda los 5.500 euros por edificio.
La certificación VERDE tiene en cuenta el respeto al medio ambiente, el ahorro de recursos, el confort, la calidad de vida de sus habitantes o usuarios, la compatibilidad con el entorno y los materiales utilizados. “Esta certificación está basada en una aproximación al análisis de ciclo de vida (ACV) en cada fase y consiste en evaluar la reducción de los impactos del edificio y su emplazamiento por la implementación de medidas, tanto en estrategias de diseño como en factores de rendimiento, agrupadas en una lista de criterios de sostenibilidad”, explica el arquitecto y urbanista Ignacio Martiniano Revuelta.
Materiales sostenibles en la edificación
Los materiales utilizados en una edificación suponen alrededor de un 20 % de la energía no renovable consumida a lo largo de todo el ciclo de vida del edificio. Por ello deben ser elegidos con atención. “El ciclo de vida de un material debe ser lo más largo posible, incluso debe permitir su reutilización una vez finalizado en el propio edificio. También es imprescindible reducir la cantidad de materiales empleados y no hacer edificaciones más grandes de lo necesario. Y es esencial la elección de materiales con bajos impactos, lo que se puede comprobar tanto en los productos con certificación ambiental, como las maderas provenientes de bosques sostenibles o en las declaraciones ambientales de los materiales, donde se reflejan los impactos asociados”, opina Revuelta.
Respecto al cemento, un material muy utilizado en la construcción, el arquitecto marca grandes avances por parte de las empresas productoras para reducir su huella de carbono, “especialmente para controlar el consumo energético en el proceso de producción y para disminuir las emisiones de CO2”. Para producir este material se utilizan hornos que alcanzan temperaturas de 1.400 a 1.500 ⁰C. Se está investigando cómo producir este cemento a menores temperaturas o cómo hacerlo con combustibles alternativos que permitan disminuir esa demanda energética de combustibles fósiles. La sustitución del cemento por otros materiales complementarios con una huella de carbono más baja o los cementos alternativos como los activados alcalinamente son otras alternativas, según indica el experto.