Los accidentes como el producido el pasado septiembre en el gallego río Umia, tras el incendio de un almacén químico, despiertan una considerable alarma entre la población, dada la cantidad de vertido tóxico que va a parar a las aguas. Otro caso relativamente reciente y bien conocido es el que se dio en China a finales de 2005, tras la explosión de dos plantas químicas y el consiguiente vertido de cien toneladas de benceno y otras dos toneladas de otros compuestos químicos. En ambos casos se trataba de ríos que proveían agua potable a poblaciones cercanas, lo que acrecentó la alarma entre los usuarios y obligó a las autoridades a actuar con urgencia. ¿Cómo atajar el problema? Actualmente existen formas de remediación y descontaminación pasiva basadas en barreras y balsas de filtración que permiten controlar el problema con un alto grado de eficacia. Las aplicadas al río Umia son un buen ejemplo, aunque no se pueden aplicar de la misma forma siempre ni en todos los casos. El factor tiempo y el tamaño del río son factores determinantes en la remediación de un vertido.
Aire y filtros
En Umia, el vertido incorporaba dos tipos de contaminantes. Por un lado compuestos orgánicos volátiles, básicamente disolventes destinados a la fabricación de pegamentos y colas, y por otro lado, sulfato de aluminio y tricloruro de hierro (metales). “El problema de estos metales es la acidificación del agua. Bajan tanto el pH del agua que acaba con la vida de los peces y de gran parte de la vegetación”, explica Carles Ayora, investigador del CSIC, que ha colaborado en el control de las aguas contaminadas.
Uno de los temores era que, tras el incendio de un almacén químico, los contaminantes llegaran no sólo a la planta potabilizadora que suministra agua a más de 300.000 personas sino también a las zonas de marisquería y cultivo del mejillón de la ría de Arousa. Por eso, una de las primeras medidas fue aislar la zona afectada del río. A ese efecto se construyó un dique aguas arriba, para retener el agua antes de su paso por la zona afectada, y una canalización de unos 15 kilómetros que, a modo de “by pass”, portara agua desde ese mismo dique hasta varios kilómetros pasada la zona contaminada. Durante ese tiempo, las poblaciones que recibían agua del río quedaron desabastecidas. En la zona contaminada se construyeron balsas con filtros de arena y de carbón activo
En la zona contaminada se construyeron balsas con filtros de arena y de carbón activo
Por su parte, “los disolventes orgánicos eran compuestos volátiles, no demasiado persistentes y presumiblemente fáciles de eliminar”, apunta Joan Grimalt, investigador del CSIC que ha participado junto con Carles Ayora en los análisis de aguas y sedimentos. Los compuestos volátiles pasan al aire con mucha facilidad, donde se acaban degradando. En este caso, indica Grimalt, el mejor tratamiento era bombear aire al agua, cuanto más mejor, para facilitar el paso de esos compuestos al aire. “En 15 días el agua quedó limpia de ellos”, afirma Grimalt.
Los últimos análisis muestran que las aguas del río están limpias. La propia evolución de los análisis, publicada en la web de la Xunta de Galicia, muestra como se ha ido reduciendo las concentraciones de contaminantes en la zona afectada. La cantidad de contaminantes vertida, explica Joan Grimalt, era muy importante respecto a la cantidad de agua porque el Umia es un río pequeño. Pero precisamente eso ha facilitado la estrategia de remediación”. Si el vertido se hubiera producido en un río grande como el Ebro, no se habría podido cortar?. El tamaño del río, la cantidad y toxicidad de los contaminantes y los usos a los que esté destinada el agua de la zona contaminada son factores determinantes a la hora de establecer la gravedad del vertido y la forma de tratarlo.
El experto asegura que fue una suerte que los metales fueran hierro y aluminio porque son contaminantes de fácil extracción y habituales en la naturaleza. Si hubiera sido plomo, cobalto, arsénico o antimonio, habría sido mucho peor, añade Joan Grimalt. El arsénico es, además, uno de los elementos más tóxicos que existen y una hipotética entrada de arsénico en la cadena alimentaria tendría consecuencias mucho más graves que en el caso del hierro o el aluminio.
Gran parte del éxito se debió, además, a la rapidez de reacción por parte de los responsables de Medio Ambiente, explican los dos investigadores. Y es que, tal como describe un testigo de los primeros días de la crisis, el sentimiento que cundió desde el primer día era “pánico”. “Estábamos -asegura- convencidos de que el río estaba perdido”. Y se actuó deprisa. A falta de un laboratorio que pudiera hacer los análisis en la misma provincia, la misma noche del accidente se envió el propio coche oficial del consejero de Medio Ambiente con muestras del agua contaminada hacia un laboratorio de Alicante. También la construcción de la canalización de 15 kilómetros para puentear la zona contaminada se realizó en un tiempo récord, una semana.
Acuíferos o barreras
Básicamente hay dos tipos de sistemas de filtros para retener la contaminación del agua. El que se ubica dentro de la tierra, para depurar el agua de un acuífero (una zanja en el suelo que se rellena del material que actúa de filtro y a través del cual pasa el agua del acuífero) o bien las barreras ubicadas dentro del río, cuya construcción sólo es viable en ríos poco extensos.
Otro aspecto a tener en cuenta es el material que se usa para el filtro. Este puede ser de carbono activo, material que no presenta problemas, explica Carles Ayora, porque todo lo que hace es absorber el contaminante y atraparlo. Eso sí, después hay que extraer el filtro de carbono activo para limpiarlo de contaminantes. Pero el carbono activo no retiene bien algunos contaminantes inorgánicos como zinc, cromo o uranio. “Además, el carbono activo es extremadamente caro y si la barrera es de dimensiones muy grandes, el precio de construirla y de extraerlo después para limpiarlo, puede ser inasumible”, aclara. Por esta razón, la mejor opción pasa por utilizar otros materiales que reaccionan con el contaminante y dan lugar a otro compuesto algo diferente. Los materiales usados pueden ser carbonato cálcico, materiales orgánicos (estiércoles, restos vegetales) y gravas con magnesia cáustica
Los materiales usados pueden ser carbonato cálcico, materiales orgánicos y gravas con magnesia cáustica
El inconveniente de este tipo de barreras es que una vez se han saturado de contaminante, ya no son eficaces, por lo que requieren vigilancia para detectar cuándo es el momento de construir una nueva barrera. De cualquier forma, pueden durar entre 10 y 20 años, y el hecho de que tengan que estar bajo control puede ser, a veces, un valor social. La razón es que las zonas donde se aplica este tipo de barreras para filtrar los metales pesados pueden ser, explica Carles Ayora, zonas de minas abandonadas, que tras el cierre de estas últimas pueden estar económicamente deprimidas. Si el cuidado de las barreras aporta puestos de trabajo, la gente las siente “más suyas” y es más improbable que sean objeto del vandalismo.
Descontaminación en Odiel
Una zona donde se han aplicado este tipo de barreras son las antiguas minas por donde pasan el río Tinto y, especialmente, el Odiel, en Huelva. Con el cierre de las minas, también se cerró el sistema de control y tratamiento de aguas. El resultado es que el Odiel arrastra, al paso por las minas, una gran cantidad de metales que nadie controla, como zinc, cobre, cadmio y arsénico. Un grupo de investigación del CSIC ha instalado barreras y balsas de infiltración (en las que el agua entra por arriba y sale por debajo) para retener esos metales. “Lo peor de todo- explica Carles Ayora- es la acidez que producen en el agua esos metales. También la gran cantidad de zinc.Se ha calculado que la aportación de zinc de esta zona al Mediterráneo supone el 60% de todo el zinc que reciben los mares”
“Se ha calculado que la aportación de zinc de esta zona al Mediterráneo supone el 60% de todo el zinc que reciben los mares”
Los mismos investigadores utilizaron el mismo método para instalar una barrera en las minas de Aznalcóllar: una zanja de 120 metros de largo por 1,50 de ancho que rellenaron con el material que actúa de filtro y que interceptaba el paso del agua subterránea. Sistemas parecidos se han aplicado en Canadá y en Inglaterra, aunque con otras composiciones en el material y también en forma de balsas de infiltración, con el material «filtrador» en el fondo, a través del cual se filtra el agua. Son tratamientos eficaces de bajo coste y ‘amigables’ con el entorno. No necesitan energía, ya que es la propia gravedad la que arrastra el agua a través del filtro. La limitación es que se trata de una solución específica que no sirve en todos los casos.
En un río muy grande no se podría aplicar este proceso, añade Joan Grimalt. ¿Qué se haría en ese caso? “Dejar que el vertido siga río abajo y retenerlo en el siguiente embalse”. Allí, aislado, y en función del tipo de contaminante vertido, habría que dejarlo degradar con bacterias u otros sistemas. No obstante, afirma Grimalt, en casos como Odiel, las barreras son un remedio temporal y lo que hay que hacer es evitar que se viertan los contaminantes.