La capa de ozono actúa como un filtro contra las radiaciones ultravioletas provenientes del Sol. Si desapareciera, esta radiación acabaría con toda la vida terrestre. Por desgracia, el ozono puede ser destruido por gases que contienen nitrógeno, hidrógeno y cloro, ya sean de formación natural o creados por el ser humano. En este último apartado, se incluye una lista de más de 100 productos como los CFCs, HCFCs, halones, bromuro de metilo, tetracloruro de carbono o metilcloroformo. Una vez que son liberados viajan hasta la estratosfera, donde la intensa radiación ultravioleta rompe sus enlaces químicos y provoca diversas reacciones químicas que atacan el ozono. Durante medio siglo, estas sustancias fueron consideradas de gran utilidad para la industria debido a sus propiedades y su barata producción e inocuas para los seres humanos y el medio ambiente.
En este sentido, uno de los más conocidos y utilizados, los Clorofluorocarburos, conocidos también como CFCs, fueron inventados casi por casualidad en 1928 y comenzaron a utilizarse en los refrigeradores. Años después se les encontró diversas aplicaciones, para acondicionadores de aire, propulsores en los aerosoles, como disolventes para limpiar por ejemplo circuitos informáticos o como elemento en vasos y recipientes desechables.
Sin embargo, a principios de los 70, los científicos descubrieron que los CFCs podían estar desempeñando un papel fundamental en la destrucción del ozono. Por ejemplo, cada molécula de CFC llevaría a la destrucción de miles de moléculas de ozono. Como alternativa a los CFCs se propusieron los Hidroclorofluorocarburos (HCFC) o y los HBFC (hidrobromofluorocarbonos), de propiedades similares y menos dañinos, aunque no inocuos, por lo que tampoco son la solución. Otras sustancias son aún más dañinas que los CFCs, como los halones, usados principalmente como extintores contra incendios, por lo que su fabricación y uso está prohibido en muchos países. El tetracloruro de carbono, que también se usa para combatir incendios y para pesticidas, la limpieza en seco o en fumigantes, es también muy dañino no sólo contra el ozono, sino también contra la salud tras descubrirse que era cancerígeno. Por su parte, los aviones supersónicos liberan óxidos nitrosos, pero se cree que su impacto es insignificante. Además, las sustancias químicas más peligrosas tienen una vida muy larga, por lo que pueden actuar más tiempo contra el ozono. Por ejemplo, el CFC11 dura en la atmósfera un promedio de setenta y cuatro años, el CFC12 ciento once años, el CFC13 noventa años o el halón 1301 ciento diez años.
Actuaciones para evitar su uso
En 1987, gobiernos de todos los países del mundo firmaron el Protocolo de Montreal, relativo a las Sustancias que agotan la Capa de Ozono. En 1994, las Naciones Unidas proclamaron el 16 de septiembre como Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Desde entonces, se han presentado nuevas pruebas científicas que apuntan a que la destrucción del ozono se está produciendo más rápidamente de lo previsto. La Declaración de Beijing, aprobada en diciembre de 1999, reafirmó el compromiso de 175 gobiernos, así como de diversas organizaciones y grupos industriales, de suprimir gradualmente estos productos.
En este sentido, los países industrializados han eliminado prácticamente su dependencia de los CFCs, aunque los países en desarrollo todavía siguen utilizándolos. No obstante, existen compromisos para reducir el consumo y producción de estos productos, y así se ha estipulado una reducción para 2005 de por ejemplo un 50 % de CFCs o halones.
- Efectos en medio ambiente y en la salud. Al disminuir el ozono, la radiación ultravioleta puede entrar con mayor facilidad. Existen varios tipos de radiación ultravioleta, que va desde un efecto relativamente inofensivo, los UVA, hasta la más letal, la UVC. Los incrementos en la radiación han sido observados en diferentes partes del planeta, por lo que se trata de un fenómeno a escala global. Naciones Unidas pronostica que la pérdida anual de un 10 % de ozono durante varias décadas, supone un aumento de casos de cáncer de piel en cerca de 250.000 por año. Otro efecto de la luz ultravioleta es la reducción de la efectividad del sistema inmunológico, lo que deja más indefenso al cuerpo ante posibles enfermedades.
- Daño a los ecosistemas: El aumento de la radiación ultravioleta provoca la pérdida del fitoplancton, base de la cadena alimenticia marina. Para algunas especies animales, un aumento de radiación implica también la formación de cáncer de piel, y para muchas plantas también puede implicar daños y a que puedan estar más expuestas a enfermedades, lo que podría llevar a una pérdida de biodiversidad y especies.
- Contaminación atmosférica, especialmente preocupante en áreas urbanas durante las primeras horas del día. Además, los bajos niveles de ozono contribuyen al incremento de los problemas causados por la lluvia ácida.