La bujía genera la chispa que hace explotar la mezcla de aire y gasolina dentro de los cilindros del motor. Por tanto, ha de soportar unas temperaturas extremas, que pueden superar los mil grados.
La temperatura de una bujía es un factor muy importante y debe mantenerse entre 500 y 900 grados aproximadamente. Si no consigue una temperatura mínima, no quema bien la mezcla de combustible y se forma hollín, que a la larga la ensucia e impide la formación de la chispa.
Si por el contrario se calienta de forma excesiva puede producirse la autoignición, es decir, la explosión de la mezcla de gasolina y aire a causa del calor de los electrodos, antes de que estos produzcan la chispa. En caso extremo, se puede fundir el material de la bujía o de los cilindros del motor.
Por tanto, los motores de mucha potencia necesitan bujías frías (números del 1 al 4), capaces de disipar mucho calor y evitar su sobrecalentamiento. Los motores de bajas prestaciones necesitan bujías calientes (números del 7 al 10), que al no disipar el calor pueden mantener la temperatura mínima adecuada.
La diferencia entre unas y otras reside, principalmente, en la longitud del aislante que recubre el electrodo principal. En las frías es corto, lo que facilita el flujo de calor por el electrodo y su disipación al cuerpo de la culata. También influye la conductibilidad térmica del electrodo, la distancia entre el tubo de cobre y el extremo del electrodo central o la forma del aislante.
La forma de conducir influye en el calentamiento del motor y en la temperatura que alcanzan las bujías. Una conducción agresiva calienta más el motor y puede causar la autoignición produciendo un ruido conocido como «cascabeleo».
En todo caso, lo más recomendable es respetar escrupulosamente las indicaciones del fabricante sobre el tipo de bujía que recomienda utilizar en el vehículo.