Presentado en el salón de Francfort de 1999, el amortiguador reológico supone un nuevo avance en sistemas de suspensión. Este nuevo tipo de amortiguador es, en apariencia, idéntico a todos los demás del mercado. La diferencia se encuentra en su interior. El líquido que circula dentro del vástago contiene un 40% de partículas metálicas.
Al aplicar una pequeña corriente electromagnética, las partículas se orientan en una disposición similar y convierten el líquido en una sustancia con aspecto fibroso y mucho más viscoso. Esta particularidad permite ajustar la dureza del mecanismo en cada instante, bien al gusto del conductor, bien a las exigencias de la carretera.
Como casi todos los avances recientes en el automóvil, la electrónica juega un papel fundamental. Distintos sensores detectan la cantidad y contundencia de los rebotes en la suspensión, enviando los datos a una centralita.
Ésta calcula las necesidades en función de los parámetros. En una carretera sin baches apenas interviene, dejando que el propio fluido actúe por sí mismo como en cualquier amortiguador convencional, proporcionando una suspensión blanda y suave, que prima la comodidad.
Contiene en su interior partículas metálicas y su coste es aún muy elevado
En vías bacheadas o con muchas curvas cerradas, aplicará corriente magnética que espesará el fluido, endureciendo la suspensión y mejorando, por tanto, el agarre de la rueda sobre el asfalto. El conductor sentirá en el volante las sensaciones que le transmite la carretera.
Variando la intensidad de la corriente se obtiene una variedad casi infinita de viscosidades y, por tanto, infinitas posibilidades de regulación.
Sus ventajas se pueden resumir en
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– Su reacción es diez veces más rápida que el amortiguador convencional.
– Los sensores pueden modificar la fluidez del líquido hasta mil veces cada segundo.
– Fiabilidad: no requiere mantenimiento.
– Bajo requerimiento energético: 20 watios por cada amortiguador.
– Control dinámico de todo el automóvil, independiente en cada una de las cuatro ruedas.
– Simplicidad mecánica, al no precisar de válvulas ni electroválvulas.
El sistema se denomina comercialmente «MagneRide» y actualmente se está instalando en vehículos deportivos y de lujo, ya que su coste es aún muy elevado. Así, MagneRide queda reservado hoy por hoy a leyendas del automóvil como el Chevrolet Corvette, Audi TT, Cadillac Seville o Ferrari 599 GTB.