En Europa ya se vende el primer modelo de automóvil dotado con espejos anti deslumbramiento. El secreto de este nuevo avance reside en un gel electrocrómico situado entre las dos capas de cristal del espejo. Su propiedad es que se oscurece o aclara según la intensidad eléctrica que reciba. Por lo demás, el aspecto del dispositivo es idéntico a un retrovisor interior normal. La única diferencia son dos sensores, uno en su parte trasera que mide la luz del habitáculo y otro en su parte delantera, que valora la intensidad de las luces del coche que circula detrás de nosotros.
Al recibir un fuerte destello, este sensor delantero envía corriente eléctrica al gel en proporción a la diferencia de intensidad lumínica. El gel se oscurece en el grado exacto para evitar el deslumbramiento del conductor sin estorbar la visión en el propio espejo. Cuando el destello cesa, el gel retorna a su estado normal. La misma tecnología se aplica a los dos retrovisores exteriores, aunque son siempre los sensores interiores los que comandan el proceso.
El deslumbramiento nocturno se produce por el denominado efecto Troxler. Los fotorreceptores del ojo humano continúan descargando impulsos después de haber sido estimulados por una fuente de luz. Es lo que ocurre si fijamos la mirada unos segundos en un tubo de luz fluorescente y lo apagamos: seguiremos viendo la forma del tubo durante unos instantes.
Esta postimagen que permanece en nuestra retina crea un área ciega del que la persona no es consciente. Estudios de seguridad vial determinan que el deslumbramiento alarga el tiempo de reacción del conductor hasta un segundo y medio, lo que a cien kilómetros por hora supone 42 metros. Los accidentes producidos por esta causa serán evitables cuando se generalice el uso de estos espejos.