El amortiguador complementa el trabajo de la suspensión, evitando las oscilaciones laterales y verticales del vehículo. Su funcionamiento es simple. Consiste en un pistón que se desliza por el interior de un cilindro lleno de aceite o gas. Unos agujeros permiten el paso del contenido entre las dos cavidades que crea el pistón al deslizarse.
Con el uso y las pérdidas de gas o aceite los amortiguadores se degradan progresivamente, pero es difícil detectar cuándo han dejado de funcionar adecuadamente. El comportamiento del coche empeora poco a poco, por lo que el conductor se acostumbra inconscientemente al cambio. El problema para nuestra seguridad reside en que la ausencia de una amortiguación adecuada se hará patente en situaciones complicadas, ya que este elemento es el que garantiza el contacto constante del neumático con el asfalto.
Por esta razón, es conveniente fijarse de vez en cuando en el comportamiento del vehículo. Si tras atravesar un bache el coche se mueve como una barca, oscilando lateralmente y rebotando verticalmente hasta conseguir la estabilidad, conviene una revisión urgente.
Lo mejor es que la haga un taller especializado, aunque podemos realizar una prueba que consiste en apoyarnos con fuerza sobre la carrocería, encima de una rueda, y retirarnos rápidamente. Si el amortiguador funciona correctamente, el vehículo recuperará su posición original de inmediato. Si rebota dos, tres o más veces, es hora de cambiarlo.