La crisis económica no afecta solo a las personas que buscan un empleo. Los jubilados también sufren psicológicamente por la crisis: deben dedicar parte de sus ingresos para apoyar a sus hijos, ven que no llegan las ayudas en caso de que sean dependientes, pierden sus viviendas porque las utilizaron para avalar las hipotecas de sus descendientes o se encargan del cuidado de sus nietos. Todo ello genera una situación de malestar, además de ser un grave impacto psicosocial y emocional, que incide en su calidad de vida: muchas personas mayores sufren patologías ansiosas causadas por el exceso de demanda de su entorno familiar.
La crisis afecta a la salud psicológica y física de las personas mayores. En una edad en la que deberían poder disfrutar de su jubilación, muchas personas se ven obligadas a la asunción de excesivas responsabilidades, como el cuidado continuo de los nietos (los abuelos españoles son los que más cuidan a los niños de sus hijos en toda Europa), sufren directamente las consecuencias de la crisis económica en su bolsillo porque han perdido poder adquisitivo o se ven en la coyuntura de hacer frente a nuevos gastos, como la manutención de sus hijos. Como explica Andrés Calvo, psicólogo, «cerca del 5% de los mayores españoles sufren depresión. La crisis económica influye como un factor determinante en la génesis y permanencia de esta patología afectiva».
Impacto psicológico: vuelta a casa de los hijos
Muestra del impacto de la crisis en las personas mayores son los resultados de un estudio realizado por Cruz Roja con los usuarios de sus proyectos en Cataluña. Según señala el informe, «cerca del 70% de los encuestados se han visto afectados en mayor o menor grado por la crisis, mientras que uno de cada cuatro manifiesta que les ha afectado mucho o bastante. Además, el 22,1% del total ha tenido que ayudar a algún familiar, sobre todo, a nivel económico (60%), dándole de comer u otro tipo de producto necesario (14%), acogiéndole en su casa(12%), haciendo de canguro de nietos (10%) o en otros asuntos (4%)».
Los bajos ingresos conducen al deterioro de la calidad de la alimentación y a la disminución de la participación social y actividad física de los mayores
Como se señala en las conclusiones de este estudio, muchos mayores ya no reciben la ayuda económica por parte de sus hijos o, por el contrario, se han convertido en su apoyo económico. Y la vuelta a la casa de los padres ya mayores puede suponer un grave impacto psicosocial y emocional para ellos. Convivir con un hijo que ha perdido su trabajo o se ha separado puede ser fuente de conflictos. Además, apunta Andrés Calvo, «el hecho de que los mayores vean ahora a sus hijos de vuelta a casa es vivido, a menudo, como un fracaso personal».
Mayores al cuidado de sus nietos
La gran mayoría de padres que trabajan deben optar por las guarderías para el cuidado de sus bebés pues es difícil la conciliación familiar con la mayoría de horarios laborales. No obstante, la cifra de abuelos que atienden a sus nietos se incrementa con el paso del tiempo, sobre todo, en época de crisis económica. De hecho, más del 70% de las mujeres que superan los 65 años ha cuidado o cuida de sus nietos. Y es que evitar la guardería supone un ahorro nada despreciable. Aunque sea a costa de los abuelos, para quienes puede suponer problemas asociados.
Para una persona de 70 u 80 años puede ser muy agotador, física y psicológicamente, ocuparse de sus nietos. Hay abuelos que se encargan de todos o casi todos los cuidados que necesitan los más pequeños: llevarlos y recogerlos del colegio, estar con ellos en el parque y darles de comer, entre otros. Los mayores tienen una capacidad de carga psicológica que nada tiene que ver con la de una persona joven. Como explica el especialista, «en la práctica clínica se tratan muchas veces a personas de la tercera edad con patologías ansiosas causadas por el exceso de demanda de su entorno familiar».
Mayores con menor poder adquisitivo
El Gobierno congeló las pensiones en el año 2011, a excepción de las mínimas y no contributivas. Los 5,5 millones de personas que no perciben estas retribuciones perdieron el año pasado un 2,9% de poder adquisitivo. Algo que se verá compensado, pero solo de manera parcial, con un alza del 1% este año para estas pagas. Esta pérdida de poder adquisitivo se ve agravada por medidas como la subida de la tarifa eléctrica en un 7%, la implantación del 10% del copago de los medicamentos o los recortes en los fondos destinados a la Ley de Dependencia.
Medidas, todas ellas, que obligan a la rebaja del nivel de vida de muchas personas mayores. A veces, hasta el extremo de poner en riesgo su salud, ya que tienen menos dinero para comprar comida o medicamentos. Como ha señalado la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, SESPAS, «las políticas que disminuyen los ingresos de este colectivo conllevan un deterioro de la calidad de su alimentación y un descenso de su participación social y actividad física», lo que puede afectar de forma muy negativa a su capacidad funcional.
Para el psicólogo Andrés Calvo, «a pesar de que son un colectivo vulnerable, cuidan de los nietos, avalan inmuebles y ayudan económicamente a los demás. Son un pilar familiar y no se pueden permitir ser frágiles, ya que sustentan cargas importantes, aunque no estén capacitados para ello».
Sin duda, una de las consecuencias económicas y psicológicas más duras de la crisis es perder la casa. Muchas personas mayores tienen problemas para pagar su hipoteca o alquiler debido a que deben ayudar a sus hijos. Pero el verdadero drama llega cuando se ven obligados abandonar su vivienda. Algo que, por desgracia, ocurre con más frecuencia. “La pérdida de la vivienda produce una sensación de ansiedad continuada que, con el tiempo, da lugar a la depresión”, señala Andrés Calvo.
Cada vez más personas se quedan en paro o ven reducidos sus ingresos y no pueden hacer frente a la hipoteca. De este modo, arrastran a los avaladores que, en muchos casos, son sus padres o abuelos, personas mayores que respondieron con su propia vivienda la compra del piso. Y ahora, estos se ven en la calle, obligados a buscar refugio en casa de familiares o amigos o de instituciones como Cáritas.