Los pacientes que sufren un infarto de miocardio reciben oxígeno, en forma de mascarilla facial o dispositivo nasal, en la mayoría de los casos, ya que se cree que su administración puede paliar el dolor, la opresión en el pecho y disminuir la mortalidad. Sin embargo, un estudio de la Colaboración Cochrane ha demostrado que hay muy pocos ensayos clínicos al respecto -sólo tres- que apoyen que esta práctica médica es beneficiosa para el enfermo e, incluso, apunta que podría ser perjudicial. Los investigadores concluyen que urge investigar en este campo ante la posibilidad de que se administre oxígeno a pacientes que no lo necesitan. Juan Cabello, cardiólogo del Hospital General Universitario de Alicante, director del CASPe (Programa de Enseñanza de Habilidades en Lectura Crítica) y primer autor del trabajo informa de todo ello en esta entrevista.
Es la administración de oxígeno, a través de diferentes dispositivos, como máscaras faciales o sondas nasales. Se utiliza de manera habitual en la clínica, a presiones bajas. Hay también otro tipo de oxigenoterapia, la hiperbárica, con otras indicaciones y que se administra a altas presiones. Nuestro estudio se refiere a la primera, que se proporciona en los hospitales a los enfermos con insuficiencia respiratoria, infarto de miocardio o insuficiencia cardiaca, entre otros problemas.
“Aunque es una rutina en la clínica actual, el uso de oxigenoterapia en el infarto se ha investigado muy poco”
Porque hasta ahora se ha pensado en el infarto de miocardio como una interrupción del flujo sanguíneo a la zona del corazón por un problema de las arterias coronarias. Esa zona se ve privada de oxígeno, además de otros elementos de la sangre. La interpretación que se hacía es que, si se administraba oxígeno, su exceso mejoraría las zonas alrededor del área infartada. El oxígeno no pasa por ella, pero sí por las zonas próximas, de forma que limitaría la extensión de la lesión y mejoraría el pronóstico.
La pregunta relevante que nos formulamos fue si con la administración de oxígeno los pacientes que han sufrido un ataque cardiaco mejoran o empeoran. El estudio ha sido una revisión Cochrane, que tiene por norma identificar toda la investigación que se realiza sobre un tema y, a partir de ella, hacer una investigación de síntesis. Ha consistido en recopilar todos los ensayos clínicos sobre administración de oxígeno durante las 24 horas después de un infarto y en hacer una síntesis cualitativa y cuantitativa de sus resultados.
Lo primero, que hay muy pocos estudios relevantes sobre este tema. A pesar de que cada año en todo el mundo hay 30 millones de personas que sufren un infarto, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), sólo hemos encontrado tres ensayos clínicos sobre la administración de oxígeno durante este evento cardiovascular.
“Ante un infarto agudo de miocardio o insuficiencia cardiaca, con dificultades respiratorias, la administración de oxígeno es obligatoria”
Exacto. Esos tres ensayos englobaron a 387 pacientes. Los tamaños muestrales son pequeños y sorprende porque ésta es una práctica muy común. Según datos de estudios de España y del Reino Unido, el 90% de los clínicos administran oxígeno a los pacientes que han tenido un infarto de miocardio. Es un hecho muy extendido, afecta a millones de personas y, sin embargo, apenas hay investigación al respecto. De forma tradicional, se ha hecho muy poca investigación. La síntesis cuantitativa nos ha permitido averiguar que, en la muestra estudiada, el oxígeno causa más daño que bien a los pacientes que no lo necesitan. No obstante, los resultados no son significativos desde un punto de vista estadístico y, por lo tanto, no son definitivos.
Hay dos tipos de pacientes para quienes ante un infarto agudo de miocardio o insuficiencia cardiaca, por dificultades respiratorias, la administración de oxígeno es obligatoria. Son quienes tienen falta de oxígeno o una saturación baja de oxígeno en sangre, algo que podemos identificar de manera fácil y no invasiva con un aparato denominado pulsioxímetro. En estos casos, sin ninguna duda, hay que aplicar el oxígeno. El problema de decisión está con los pacientes que tienen la saturación de oxígeno normal, ya que es en estos casos donde no tenemos ninguna prueba de que el oxígeno sea beneficioso e, incluso, según la investigación, puede que sea perjudicial.
De los 30 millones de personas infartadas que hay al año, la mayoría tienen el oxígeno en sangre normal. Se estima que menos del 20% llegan al centro hospitalario con hipoxemia (falta de oxígeno) y que, por tanto, el 80% de los pacientes que sufren un ataque no necesitan oxígenoterapia en la clínica.
“A pesar del resultado, todavía no hay suficientes evidencias disponibles para no administrar oxígeno a las personas infartadas”
En teoría, la administración de oxígeno mejora la mortalidad tras el infarto, el dolor y la opresión que lo acompañan. Pero, con este estudio, hemos observado que no hay ningún cambio en el dolor posterior de los pacientes tratados con oxígeno respecto a los no tratados. Incluso, hay un exceso de mortalidad en quienes se ha administrado oxígeno, al triplicar las probabilidades de morir, respecto a quienes no se ha tratado, aunque, insisto, este resultado no es significativo. El número de pacientes es muy pequeño. De momento, la evidencia empírica que tenemos sugiere una mayor mortalidad entre los tratados con oxígeno y que éste no afectaría al control del dolor. La administración de oxígeno induce cambios circulatorios en el flujo coronario. Tenemos argumentos para explicar el posible daño.
No se han observado diferencias. Hay tan pocos estudios que no se ha podido realizar un “análisis de subgrupos” de la administración del oxígeno con máscara facial o nasal.
Hay diversos comportamientos comprensibles. No estamos seguros de que el oxígeno sea útil, luego hay que investigar sobre ello de manera urgente. De todas formas, es posible que algunos protocolos o guías lo aconsejen durante un tiempo y, por ello, que lo administren algunos clínicos, a la espera de esa nueva investigación. Yo no lo administraría, pero no creo que tengamos aún información suficiente como para argumentar esta actuación.
Todavía no es el momento, porque no hay evidencias científicas consolidadas. Los consumidores deben saber que este tema todavía no está claro y plantearse que los clínicos van a cuidarle lo mejor posible.
La Colaboración Cochrane es una organización internacional sin ánimo de lucro, que implica a más de 13.000 personas de todo el mundo. Su objetivo es rastrear todos los estudios que se publican sobre un determinado tema médico en la literatura científica y realizar investigaciones de síntesis cuantitativa y cualitativa sobre estos, como el estudio que se ha realizado sobre la administración de oxigenoterapia en pacientes que han sufrido un infarto agudo de miocardio (IAM). Sus revisiones se publican, de manera periódica y on line, en The Cochrane Library, en inglés, y en la Biblioteca Cochrane Plus, en español.
Otro compromiso de la Colaboración Cochrane es actualizar las revisiones que realiza. En el caso de la oxigenoterapia, ya hay dos nuevos ensayos en curso, uno en Australia y otro en Nueva Zelanda. Además, se estudia realizar otros ensayos en el Reino Unido y, quizá, en España. “Nosotros tenemos el compromiso con la Colaboración Cochrane de actualizar la revisión en dos años”, afirma Juan Cabello, por lo que se espera que, en ese plazo, hayan finalizado ambas investigaciones y que se puedan actualizar los datos de la revisión sobre la administración de oxigenoterapia en el infarto.