En los últimos años se han publicitado los suplementos de glucosamina administrados como complemento a la dieta diaria para la prevención de dolores articulares provocados por artrosis. También se recomiendan como suplemento para «mantener el colágeno» en piel, cartílagos, ligamentos y tendones. El producto, accesible en distintos formatos, está siendo objeto de estudio para comprobar si realmente se dan efectos beneficiosos y, sobre todo, si puede suponer algún riesgo para la salud.
La glucosamina, un aminosacárido que participa de la formación y reparación del cartílago, es un compuesto que se forma de manera natural en nuestro organismo y cuyo déficit se ha asociado tradicionalmente a la aparición de dolor, especialmente en personas mayores aquejadas de artrosis. Por sus características y su presencia en organismos vivos, en especial como componente de la quitina que forma los caparazones de algunos crustáceos como langostas, cangrejos o gambas, se han descrito formas biodisponibles que se han publicitado como «suplementos dietéticos» destinados a corregir los problemas derivados de su ausencia o mal funcionamiento.
El éxito de estos suplementos, que en ningún caso debería considerarse un alimento, ha sido notable en los mercados de Estados Unidos y Japón, donde es posible adquirirlos en forma de píldoras sin necesidad de receta ni supervisión médica. También a través de Internet es posible conseguirlos sin demasiada dificultad englobados en la categoría de lo que algunos expertos denominan «píldoras de la felicidad», algo así como productos parafarmacéuticos con acción farmacológica existente pero insuficientemente probada.
Duda razonable
La glucosamina añadida a la dieta diaria puede provocar problemas en la regulación de la insulina o alergias en personas susceptiblesPese a que no se consideran alimentos propiamente dichos, distintas formulaciones de glucosamina han sido bautizadas con el nombre de «suplementos dietéticos». Como tales, se publicitan al objeto de «mantener el colágeno en todo el cuerpo», lo cual, según artículos publicitarios coincidentes, redunda en articulaciones «suaves y lubricadas» y mejoras en tejidos como el cartílago o ligamentos y tendones. Del mismo modo, hay quien postula una «mejor calidad de la piel».
La promesa de beneficios, no obstante, no se corresponde exactamente con la realidad. Por el momento, los únicos efectos positivos observados corresponden a un cierto alivio del dolor en personas aquejadas de osteoartritis o artrosis. Sin embargo, diversas instituciones, en especial estadounidenses, denuncian la falta de estudios rigurosos que den validez a estas observaciones. Incluso publicaciones de prestigio como The Lancet cuestionan su eficacia a largo plazo aunque admiten la existencia de unos pocos estudios independientes que corroboran «algún efecto paliativo» similar al obtenido por la administración de analgésicos comunes o antiinflamatorios no esteroideos (AINE).
En ningún caso los estudios publicados hasta la fecha (hay poco más de una docena referenciados) apoyan la tesis de mejoras dermocosméticas ni tampoco de reparación efectiva de tejidos afectados de degeneración osteomuscular. A lo sumo, refieren alivio del dolor e insisten en la necesidad de emplear métodos estándar de análisis que permitan la comparación de resultados y, por encima de todo, la influencia que puede derivarse de su administración por largos periodos de tiempo. De ahí que instituciones de prestigio que han abordado esta problemática, como los norteamericanos Institutos de Salud (NIH), Agencia Federal del Medicamento y la Alimentación (FDA) y la Academia de Ciencias (NAS), consideren que se trata de un producto que presenta «dudas razonables».
En la actualidad tiende a considerarse este «suplemento dietético» como un fármaco de «potencial interés» para el alivio del dolor pero para el que se necesitan estudios clínicos de mayor envergadura y, sobre todo, mejor diseñados. En especial, por la falta recurrente de información acerca de efectos adversos o secundarios, la inexistencia de datos de bioseguridad o toxicidad, o la no publicación, apenas, de estudios en modelos animales.
En cualquier caso, existen diversas evidencias que aconsejan tomar precauciones antes de decidir la ingesta de glucosamina como suplemento dietético. Parte de ellas derivan de su propia naturaleza (monosacárido derivado del metabolismo celular de la glucosa), de su rápida absorción cuando es tomada por vía oral, pero su lenta metabolización en el organismo y del origen de la materia prima empleada en la composición de los productos disponibles en el mercado.
La primera fuente de glucosamina en Estados Unidos es la quitina de los caparazones de marisco. Los observadores destacan un riesgo de alergias si el producto no está debidamente purificado. Del mismo modo, señalan la inexistencia de análisis sistemáticos sobre la presencia de contaminantes en estos productos y, por lo que se conoce, sólo unos pocos cumplen normas de seguridad.
Por otra parte, y aunque no existe evidencia de que la ingesta de dosis diarias de 1,5 g (la más habitual) signifique un riesgo para la salud, se sabe experimentalmente que una exposición mínima a este monosacárido puede provocar efectos adversos en la regulación de la insulina, por lo que personas con diabetes diagnosticada (tanto por resistencia a insulina como por intolerancia a glucosa) o predisposición a padecerla, deben extremar las precauciones. Dados los riesgos y la falta de información, antes de tomar glucosamina en sus formas habituales (sulfato de glucosamina complementado habitualmente con sulfato de condroitina), la consulta con el especialista médico resulta inevitable.